CRISTIANISMO E HISTORIA: A. Piñero
Hoy escribe Antonio Piñero

La norma metodológica que adopta M. Hengel es sana en sí misma: no hay que dudar de lo que afirma Lucas sobre Pablo de Tarso en sus Hechos, salvo que sea absolutamente necesario. La clave de bóveda de la argumentación subsiguiente es sencilla: de Filipenses 3,5 sabemos, por propia boca de Pablo, que él es "hebreo, hijo de hebreos" y, según la observancia de la Ley, de la secta "farisea".

• Eso significa, en primer lugar, que la familia de Pablo es puramente judía -aunque fuera residente en Tarso de Cilicia, zona totalmente helenizada-, y con lazos afectivos con la metrópoli, Jerusalén, muy grandes.

• En segundo: dada las características de la piedad farisea y sus exigencias, vivir conforme a tales normas era prácticamente imposible fuera de la Palestina judía. Luego hubo de practicarlas en Jerusalén.

• Puesto que, además, apenas se sabe nada de una actividad de escuela farisaica en el exilio, sólo Jerusalén entra en consideración. Si Pablo era fariseo sólo pudo ejercitarse como tal en Jerusalén. En la Diáspora no tenemos noticias de que hubiera fariseos.

Con estos datos casa muy bien -según Hengel- los que proporcionan los siguientes pasajes de los Hechos lucanos: 22,3-5; 26,4s y 23,6.

Los textos son los siguientes:

Hch 22,3-5:

«Yo soy judío, nacido en Tarso de Cilicia, pero educado en esta ciudad, instruido a los pies de Gamaliel en la exacta observancia de la Ley de nuestros padres; estaba lleno de celo por Dios, como lo estáis todos vosotros el día de hoy. Yo perseguí a muerte a este Camino, encadenando y arrojando a la cárcel a hombres y mujeres, como puede atestiguármelo el Sumo Sacerdote y todo el Consejo de ancianos. De ellos recibí también cartas para los hermanos de Damasco y me puse en camino con intención de traer también encadenados a Jerusalén a todos los que allí había, para que fueran castigados.


Hch 23,6:

Pablo, dándose cuenta de que una parte eran saduceos y la otra fariseos, gritó en medio del Sanedrín: «Hermanos, yo soy fariseo, hijo de fariseos; por esperar la resurrección de los muertos se me juzga.»


Hch 26,4-7:

«Todos los judíos conocen mi vida desde mi juventud, desde cuando estuve en el seno de mi nación, en Jerusalén. Ellos me conocen de mucho tiempo atrás y si quieren pueden testificar que yo he vivido como fariseo conforme a la secta más estricta de nuestra religión. Y si ahora estoy aquí procesado es por la esperanza que tengo en la Promesa hecha por Dios a nuestros padres, cuyo cumplimiento están esperando nuestras doce tribus en el culto que asiduamente, noche y día, rinden a Dios. Por esta esperanza, oh rey, soy acusado por los judíos.


Por último, sobre su actividad de perseguidor de la iglesia jerusalemita, -según los mismos Hechos 8,3ss- el texto de Gál 1 nada afirma ni en favor ni en contra de esta acción de Pablo como enemigo de la Iglesia primitiva en Jerusalén.

He aquí el pasaje en cuestión (Gál 1,11-24) :


Porque os hago saber, hermanos, que el Evangelio anunciado por mí, no es de orden humano, pues yo no lo recibí ni aprendí de hombre alguno, sino por revelación de Jesucristo. Pues ya estáis enterados de mi conducta anterior en el Judaísmo, cuán encarnizadamente perseguía a la Iglesia de Dios y la devastaba, y cómo sobrepasaba en el Judaísmo a muchos de mis compatriotas contemporáneos, superándoles en el celo por las tradiciones de mis padres.

Mas, cuando Aquel que me separó = desde el seno de mi madre = y me = llamó = por su gracia, tuvo a bien revelar en mí a su Hijo, para que le anunciase entre los gentiles, al punto, sin pedir consejo ni a la carne ni a la sangre, sin subir a Jerusalén donde los apóstoles anteriores a mí, me fui a Arabia, de donde nuevamente volví a Damasco. Luego, de allí a tres años, subí a Jerusalén para conocer a Cefas y permanecí quince días en su compañía. Y no vi a ningún otro apóstol, y sí a Santiago, el hermano del Señor. Y en lo que os escribo, Dios me es testigo de que no miento. Luego me fui a las regiones de Siria y Cilicia; pero personalmente no me conocían las Iglesias de Judea que están en Cristo. Solamente habían oído decir: «El que antes nos perseguía ahora anuncia la buena nueva de la fe que entonces quería destruir». Y glorificaban a Dios a causa de mí.


En concreto el texto de Gál 1,22:

"Personalmente, (griego: katà prósopon), era desconocido de las iglesias de Judea",

se refiere a la Palestina judía en general y nada dice de la capital. Por muy pequeño que fuera el país es imposible conocer katà prósopon a la gente.

Por último, el pasaje de Rom 15,19b da a entender que el punto de partida de la actividad misionera de Pablo es Jerusalén, no Damasco, Siria en general o Arabia, lo que se halla de acuerdo en los datos de Hch 9,28ss.

He aquí el texto de Rom 15,19-21:

En virtud de señales y prodigios, en virtud del Espíritu de Dios, tanto que desde Jerusalén y en todas direcciones hasta el Ilírico he dado cumplimiento al Evangelio de Cristo; teniendo así, como punto de honra, no anunciar el Evangelio sino allí donde el nombre de Cristo no era aún conocido, para no construir sobre cimientos ya puestos por otros, antes bien, como dice la Escritura: = Los que ningún anuncio recibieron de él, le verán, y los que nada oyeron, comprenderán.

Y finalmente Hch 9,26-30:

Llegó (Pablo) a Jerusalén e intentaba juntarse con los discípulos; pero todos le tenían miedo, no creyendo que fuese discípulo. Entonces Bernabé le tomó y le presentó a los apóstoles y les contó cómo había visto al Señor en el camino y que le había hablado y cómo había predicado con valentía en Damasco en el nombre de Jesús. Andaba con ellos por Jerusalén, predicando valientemente en el nombre del Señor. Hablaba también y discutía con los helenistas; pero éstos intentaban matarle. Los hermanos, al saberlo, le llevaron a Cesarea y le hicieron marchar a Tarso.

Seguiremos con este interesante tema. Saludos cordiales de Antonio Piñero
Sábado, 27 de Diciembre 2008
Hoy escribe Antonio Piñero

Tenemos que profundizar un tanto en la imagen de Pablo compuesta por el autor de los Hechos de los apóstoles para luego interpretarla a la luz de lo que dice Pablo de sí mismo

Nos valemos de la imagen lucana de Pablo en los Hechos tal como la presenta el investigador Martin Hengel en su obra Der vorchristliche Paulus (“El Pablo precristiano”, que hemos citado al completo en nuestra nota numerada como 3-01)y que en su debido momento debemos someter a la crítica


La tesis central de esta obra es la siguiente: En lo que respecta al lugar de nacimiento, niñez, ámbito de educación primaria y superior, afiliación al partido fariseo y motivos de la persecución anticristiana de Pablo el texto de Lucas en los Hechos de los Apóstoles es sustancialmente digno de crédito.

La aparente contradicción entre la segunda parte de la segunda obra lucana y los datos proporcionados por las cartas auténticas, en especial Gál 1,13ss, se resuelve positivamente en un cuadro creíble por medio de una buena exégesis y la apelación a datos históricos proporcionados por el contexto. La fundamental veracidad histórica de Lucas -tan impugnada por la crítica liberal protestante y los adeptos de Escuela de la Historia de las Religiones queda así vindicada. Con ello, también, se aclaran los puntos obscuros de los primeros años de la vida y obra del fundador de la teología cristiana, Pablo de Tarso.

La imagen del Apóstol según Lucas/Hechos


Pablo nace en Tarso, hijo de una familia judía muy ortodoxa, grecoparlante, que mantiene fuertes lazos con la metrópoli, Jerusalén. El conjunto familiar ha adquirido la ciudadanía romana probable¬mente como resultado de un proceso de esclavitud, deportación a Asia Menor y posterior manumisión del cabeza de familia desde épocas de la intervención de Pompeyo el Grande en Judea/Palestina (63 a.C.).

La educación de Pablo en Tarso de Cilicia, su ciudad natal, es sólo la propia de la escuela primaria greco-judía. Pasada la pubertad, es enviado por su familia a Jerusalén (allí habita una tía suya, Hechos, 23,16) se afilia al partido fariseo y se forma en el estudio de la Ley a los pies de Gamaliel.

Esta instrucción en la ley mosaica, aunque ortodoxamente judía y farisea, tuvo lugar tanto en griego como en hebreo-arameo, ya que Jerusalén era una ciudad prácticamente bilingüe. Estos estudios hicieron de Pablo, entre los 25 y 30 años, un joven "sabio y docto en la Ley", capaz de ejercer su enseñanza entre los judíos de la diáspora, grecoparlantes, que se han asentado en Jerusalén y que mantienen en la ciudad santa sus propias sinagogas.

Esta trayectoria vital proporcionó al futuro apóstol una formación técnica "rabínica" (el término es cronológicamente inapropiado, puesto que no hay "rabinos" propiamente hasta después del año 90, pero indica con precisión que se trata de una educación y de un tenor de vida cuyo centro es la Torá, o “Ley de Moisés”), y lo hizo un fanático "celador de la Ley". Cuando surgieron ciertos problemas teológicos en el seno de esas sinagogas helenísticas, provocados por los adeptos judíos helenistas de Jesús, un pretendiente mesiánico reciente¬mente crucificado, Pablo intervino en las disputas contra ellos, aunque de modo secundario.

Poco tiempo después, tiene lugar el primer pogrom contra esos judeocristianos y es lapidado su jefe, Esteban. Pablo está de acuerdo con el hecho. Se produce una rápida dispersión de estos "judíos helenistas nazarenos" hacia Samaría y Damasco donde continúan su actividad proselitista. Esto irrita a Pablo, y su celo por la Ley le convierte más directamente en perseguidor violento de las comunidades "nazarenas" (cristianas) de Jerusalén. No contento con ello, pide y obtiene del Sumo Sacerdote permiso para trasladarse a las sinagogas de Damasco y continuar allí con su represión violenta contra ese grupo de disidentes teológicos que proclamaban como mesías a un crucificado.

Las razones de su actividad como perseguidor eran su rechazo a las nuevas orientaciones teológicas de esos "nazarenos" que implicaban una crítica a la función salvífica de la Ley de Moisés, al papel del Templo como lugar preeminente de la presencia divina y una concepción diversa de la misión del profeta-mesías Jesús en un nuevo esquema de salvación.

En el camino de Damasco tiene lugar la famosa visión del Resucitado y la conversión de Pablo. Toda su formación farisea anterior sufre un profundo cambio de valores, pero ella sigue siendo la sustancia de su pensamiento. Ella le vale como transfondo absoluto y único para interpretar y predicar desde ese momento en adelante su manera de entender el "evangelio", la teología de la cruz, la justificación del impío por la fe y la nueva función de la ley mosaica en la historia de la salvación.

Seguiremos el próximo día con otros argumentos con los que refuerza M. Hengel su apoyo a la versión de Lucas/Hechos sobre la figura del Pablo precristiano.

Por mi parte, en notas sucesivas, y para responder a la cuestión ¿Cómo era realmente Pablo de Tarso antes de hacerse cristiano?, quiero exponer mi respuesta por medio de la crítica del único libro que conozco que trata con solvencia este tema, que es el de Martin Hengel.

Saludos cordiales de Antonio Piñero


Viernes, 26 de Diciembre 2008
La teología en la literatura apócrifa (I)
Hoy escribe Gonzalo del Cerro

La perpetua virginidad de María en la literatura apócrifa

Una de las denominaciones más conocidas y utilizadas en el mundo cristiano para referirse a la madre de Jesús es la de “la Virgen”, sin otras calificaciones ni añadidos. La madre de Jesús, la que lo concibió y lo dio a luz, la que le dedicó las atenciones maternales fue María, la Virgen. Dos términos gramaticales, sujeto y predicado, madre y virgen, naturalmente irreconciliables, como muy bien comentaban las comadronas que fueron testigos del nacimiento de Jesús en la gruta de Belén. Porque María, según el texto de los evangelios apócrifos, fue virgen no solamente antes de su maternidad, sino siempre. En los apócrifos se acuña la adjetivación de la aeiparthénos, la semper uirgo, la siempre virgen.

Una expresión recurrente en la fe de la Iglesia habla de María como “Virgen antes del parto, en el parto y después del parto”, una fórmula que empezó a usarse desde el Concilio III de Constantinopla, VI de los ecuménicos, celebrado el año 680. A partir de entonces, Padres y Concilios hablan ya sistemáticamente de la semper uirgo. Podemos recordar la fe de Trento, que no sólo hablaba de la “siempre Virgen”, sino que se expresaba en estos términos: “La Virgen María persistió siempre en la integridad de su virginidad, a saber, antes del parto, en el parto y perpetuamente después del parto”. Estas palabras llevan luego el eco de la autoridad eclesiástica que exige y avisa de la obligación de admitirlas como doctrina de la Iglesia (Cf. Denzinger, Enchiridion symbolorum, 993). Pero la idea, tanto en su forma como en su contenido es deudora del texto de los apócrifos.

Los evangelios canónicos son más bien parcos en noticias sobre la virginidad de María. La intención de Mateo en su narración de la concepción de Jesús parece ser la de dejar patente que dicha concepción era obra del Espíritu Santo, sin concurso de varón (Mt 1, 18-25). Pero faltan datos para completar la doctrina de una virginidad perpetua persistente antes, durante y después del parto. La objeción de María al ángel de la Anunciación parecía suponer un propósito de virginidad perpetua. Pero no es fácil deducirlo del sentido literal de los textos. Además, los evangelios canónicos tienen referencias a los hermanos de Jesús (Mt 12, 47s par.), que fueron la ocasión, o el pretexto, para provocar dudas sobre la virginidad perpetua de María. Como aseguran los apócrifos, la perpetua virginidad era en María un proyecto vital desde los inicios de su permanencia en el templo del Señor.

Son, por lo tanto, los Evangelios Apócrifos los que disipan toda sombra de duda en este sentido. En el Protoevangelio de Santiago, no posterior al siglo IV, se refiere la sorpresa de la comadrona que constató el hecho de que María había dado a luz sin menoscabo de su virginidad (Protoev. de Sant., XIX 3). Una compañera, de nombre Salomé, oyó contar lo sucedido y se negaba a admitir los hechos mientras no lo comprobara experimentalmente. Y así lo hizo introduciendo “su dedo en la naturaleza de María”. Su mano quedó carbonizada, aunque luego milagrosamente curada (Ibid., XX 1).

Otro apócrifo, el Evangelio del Pseudo Mateo, obra del siglo VI, cuenta de la reacción de María cuando tuvo conocimiento de que el sacerdote Abiatar pretendía que contrajera matrimonio con su hijo. María respondió: “No es posible que yo conozca varón o que varón me conozca a mí” (Evang. del Ps. Mateo, VII 1). La virginidad, pues, era en efecto un proyecto de vida en el caso de María. Lo que ratifica con solemnidad concluyendo con un sentido alegato: Hoc statui in corde meo ut uirum penitus non cognoscam (“Esto he decidido en mi corazón, que no conoceré varón en absoluto” (Ibid., VII 2). Ciertas variantes hacen decir a María: “Yo serviré y veneraré a Dios en castidad perpetua”. Y añade que había ofrecido a Dios su virginidad desde la infancia.

Este mismo evangelio refiere el caso de las dos comadronas, Zelomí y Salomé, que fueron testigos cualificadas del parto virginal de María. Zelomí fue la que acuñó la frase, que luego sirvió de revestimiento literario al dogma. Consciente de las maravillas cumplidas en el nacimiento de Jesús, dio su versión, tanto técnica como experimental, que concluía con una fórmula lapidaria: Uirgo concepit, uirgo peperit, uirgo permansit (“Virgen concibió, virgen dio a luz, virgen permaneció”). Era lo mismo que más tarde quedó cristalizado en la frase “antes del parto, en el parto, después del parto”. Su compañera Salomé, como ya hemos visto en el Protoevangelio de Santiago, quiso comprobar el prodigio y sufrió el correspondiente castigo por su incredulidad. Pero curada por el niño Jesús, se convirtió en pregonera de las “maravillas de Dios” (Ibid., XIII 4-5).

Otro apócrifo, el que lleva como epígrafe Libro de la Infancia del Salvador abunda en los mismos detalles, conocidos solamente por la literatura apócrifa. Este libro, de origen tardío, recoge según el punto de vista de los eruditos, tradiciones que podrían remontarse al siglo II. Entre ellas, están las que hacen referencia al nacimiento de Jesús. Otra comadrona, de nombre Zaquel, llegó a la gruta de Belén conducida por Simeón, uno de los hijos de José. Su asistencia se redujo a comprobar el milagro de un parto sorprendente, ante el que el mundo entero se detuvo como en un pasmo planetario. La comadrona certificaba que aquello había sido un parto indoloro. La madre, protagonista del suceso, seguía siendo virgen (Libro de la Infancia del Salvador, 65-76). Era natural que la creación entera quedara inmóvil y silenciosa ante lo desconocido, que no tenía otra explicación que la presencia del poder de Dios.

La doctrina tiene sus ecos tanto en la teología como en la tradición popular. Pero lo que debemos tener claro es que en la base del dogma están los relatos apócrifos. Y aunque la denominación de apócrifo y dogmático resulte un tanto paradójica, la realidad está ahí como “hechos contra los que nada tienen que hacer los argumentos” (contra facta non valent argumenta).

Saludos cordialdes y Felicdes Pascuas. Gonzalo del Cerro
Jueves, 25 de Diciembre 2008
Hoy escribe Antonio Piñero

Concluimos el tema de la fiabilidad de Lucas como historiador

Muchos investigadores se asombran de que Lucas dibuje una imagen de Pablo que se parece más al ideal misionero de los adversarios del Apóstol en 2 Corintios –que si seguimos con esta serie llegaremos un día a explicarla y aclararla desde el punto de vista de la historia y de la filología- que a lo descrito por Pablo mismo.

Además, opinan los investigadores, la teología “paulina” del Pablo de Hechos no es paulina. Otros destacan cómo Lucas distorsiona la presentación de los personajes y de la trama interna de la historia, aunque sea fiel en los detalles pequeños. Precisamente esta fidelidad pretendida en lo mínimo –dicen— le autoriza a manipular lo importante.

Parece razonable la duda al menos sobre la veracidad histórica de Lucas-Hechos. Se puede pensar que Lucas, como escritor de la tercera generación cristiana, no es sólo un historiador sino un apologeta y propagandista de su religión, el defensor de una fe ya consolidada que abraza con toda convicción.

La tendencia de Lucas a mostrar la historia de la Iglesia en la mejor de las luces posibles le lleva a dibujar en su obra un cuadro casi idílico, una “edad dorada de la Iglesia” en la que no hay fricciones notables dentro del cristianismo primitivo. Incluso las dos “facciones” de la Iglesia, herederas de hebraístas y helenistas (véase los capítulos 6 y siguientes de los Hechos), llegan sin problemas a un acuerdo en lo fundamental en el “Concilio de Jerusalén” y sus diferencias eran más bien sociales: problemas respecto al cuidado de las viudas (6,1).

Todos estos rasgos contienen mucho de valoración subjetiva, voluntariosa y cándida que tiñe la exposición objetiva de los hechos. Comenta críticamente Philip Vielhauer que Lucas al obrar así no cumple con los condicionantes exigidos por la historiografía antigua, ya que muestra claramente unas tendencias que son más propias del teólogo que del historiador:


« Lucas no puede compararse a Flavio Josefo, a Plutarco, Suetonio e incumple las normas de Luciano sobre cómo escribir historia (Historia de la literatura cristiana primitiva, Sígueme, Salamanca, 1991, 395). »

Otros investigadores, sin embargo, ensalzan en diversos estudios detalles de los Hechos que revelan gran exactitud histórica. Insisten en que no debe medirse a Lucas con el rasero de la historiografía moderna, y se indica que los presuntos errores se deben sobre todo a que Lucas es un historiador que sintetiza en su obra un gran lapso de tiempo, por lo que ha de ser muy selectivo cronológica y geográficamente, es decir ha de elegir qué hechos decide contar y los ámbitos o ciudades que, según él, desempeñaron un papel importante. Otros datos los omite. He aquí el juicio conclusivo sobre el valor histórico ambivalente de la obra de Lucas de un estudioso que intenta representar un sentir también difundido en la investigación de hoy:

« Dado que no era un testigo ocular de lo que narra y de que es muy selectivo, el autor de los Hechos alcanza cotas altas de exactitud histórica en las diferentes secciones de su libro. Aunque el autor escribió más en un estilo bíblico que en el clásico de los historiadores, no es absurdo pensar que podría haber sido un candidato apropiado a miembro de la fraternidad de los historiadores helenísticos, aunque nunca sería elegido presidente de la sociedad. De cualquier modo, al evaluar a Lucas como historiador es digno de recordarse que el autor nunca llamó evangelio a su Evangelio y nunca denominó a sus Hechos historia. Pensó que ambos eran una diégesis, “narra¬ción”. En los Hechos tal narración tiene el fin primario de proporcionar seguridad a los creyentes (Lc 1,4) y fortalecer su perspectiva teológica. Por ello, cualquier tipo de historia que se nos haya conservado en los Hechos está puesta al servicio de la teología y de la predicación pastoral (Raymond E. Brown, Introducción al Nuevo Testamento, Trotta, Madrid, 2002, 429). »

Seguiremos. Saludos cordiales de Antonio Piñero
Miércoles, 24 de Diciembre 2008
Hoy escribe Antonio Piñero

Seguimos con el tema “¿Podemos fiarnos de Lucas como historiador?”

Entre los errores históricos –o desviaciones por motivos de un sesgo ideológico- concretos y más palpables de los Hechos de los apóstoles han señalado los estudiosos los siguientes:

• La existencia de un viaje de Pablo a Jerusalén tras su “conversión” que contradice a Gál 1,15-17:

“Mas, cuando Aquel que me separó desde el seno de mi madre y me llamó por su gracia, tuvo a bien revelar en mí a su Hijo, para que le anunciase entre los gentiles, al punto, sin pedir consejo ni a la carne ni a la sangre, sin subir a Jerusalén donde los apóstoles anteriores a mí, me fui a Arabia, de donde nuevamente volví a Damasco.”

La existencia de un ulterior viaje a la capital antes del llamado “concilio” de Jerusalén (Hch 11,29ss; 12,25), que contradice a Gál 1,17-21 y 2,1;

Hch 11,29-30: Los discípulos determinaron enviar algunos recursos, según las posibilidades de cada uno, para los hermanos que vivían en Judea. Así lo hicieron y se los enviaron a los presbíteros por medio de Bernabé y de Saulo.

Hch 12,25: Bernabé y Saulo volvieron, una vez cumplido su ministerio en Jerusalén, trayéndose consigo a Juan, por sobrenombre Marcos.

Gál 1,17-21: No subí a Jerusalén donde los apóstoles anteriores a mí, me fui a Arabia, de donde nuevamente volví a Damasco. Luego, de allí a tres años, subí a Jerusalén para conocer a Cefas y permanecí quince días en su compañía. Y no vi a ningún otro apóstol, y sí a Santiago, el hermano del Señor. Y en lo que os escribo, Dios me es testigo de que

Gál 2,1: Luego, al cabo de catorce años, subí nuevamente a Jerusalén con Bernabé, llevando conmigo también a Tito. Subí movido por una revelación y les expuse el Evangelio que proclamo entre los gentiles - tomando aparte a los notables - para saber si corría o había corrido en vano.

• La contradicción entre la estancia de Pablo en Jerusalén como estudiante (Hch 22,3: “Me he educado en Jerusalén a los pies de Gamaliel” y el hecho de que luego nadie lo conociera personalemente en Judea


Hch 24,6: “Todos los judíos conocen mi vida desde mi juventud, desde cuando estuve en el seno de mi nación, en Jerusalén”

Y Gál 1,22-24: Personalmente no me conocían las Iglesias de Judea que están en Cristo. Solamente habían oído decir: «El que antes nos perseguía ahora anuncia la buena nueva de la fe que entonces quería destruir». Y glorificaban a Dios a causa de mí.


• La contradicción entre Hch 15,7-21 y Gál 2,15ss: según este último texto, es Pablo quien defiende la expansión de la actividad misionera a los paganos y no Pedro y Santiago;

Hch 15,7-9: Después de una larga discusión, Pedro se levantó y les dijo: «Hermanos, vosotros sabéis que ya desde los primeros días me eligió Dios entre vosotros para que por mi boca oyesen los gentiles la Palabra de la Buena Nueva y creyeran. Y Dios, conocedor de los corazones, dio testimonio en su favor comunicándoles el Espíritu Santo como a nosotros; y no hizo distinción alguna entre ellos y nosotros, pues purificó sus corazones con la fe.


Gál 2,15: Dije a Cefas en presencia de todos: «Si tú, siendo judío, vives como gentil y no como judío, ¿cómo fuerzas a los gentiles a judaizar?»

Y muchos otros textos en los que Pablo se muestra como el “apóstol de los gentiles” (Gál 2,8; Rom 11,13) y no los demás

• La contradicción entre Gál 2,6-9 y Hch 15,23-29 respecto a las normas que deben imponerse a los paganos convertidos: no hay noticia alguna por parte de Pablo de haber divulgado y exigido entre sus cristianos el cumplimiento de tales normas;

Gál 2,6: “Y de parte de los que eran tenidos por notables - ¡qué me importa lo que fuesen!: en Dios no hay acepción de personas - en todo caso, los notables nada nuevo me impusieron…” (ningún mandamiento especial que debían cumplior los paganso convertidos al cristianismo)


Hch 15,23: (Habla Santiago) “Hemos decidido el Espíritu Santo y nosotros no imponeros más cargas que éstas indispensables: abstenerse de lo sacrificado a los ídolos, de la sangre, de los animales estrangulados y de la impureza. Haréis bien en guardaros de estas cosas. Adiós.»


El que Lucas parezca ignorar aspectos fundamentales de la teología de su presunto maestro, Pablo, presentándolo como un estricto fariseo (Hch 23,6 “Pablo, dándose cuenta de que una parte eran saduceos y la otra fariseos, gritó en medio del Sanedrín: «Hermanos, yo soy fariseo, hijo de fariseos; por esperar la resurrección de los muertos se me juzga.»”), sin mencionar explícitamente nunca la existencia de sus cartas y la teología en ellas expresada sobre todo la “justificación por la fe”.

Estas observaciones inducen a un cierto escepticismo sobre el valor histórico de partes, al menos, de la obra lucana. Lo que más pesa en contra de la objetividad de Lc-Hch es la mencionada falta de referencias en los Hechos a la actividad del Apóstol como autor de textos fundamentales para el desarrollo del cristianismo, escritos que tuvieron mucha difusión y que generaron polémica.

Seguiremos. Saludos cordiales de Antonio Piñero

Martes, 23 de Diciembre 2008
Hoy escribe Antonio Piñero

Abordamos ahora un tema muy espinoso: ¿Podemos fiarnos de la imagen de Pablo que nos ofrece el autor –desconocido, por otra parte, pero al que solemos llamar “Lucas”- de los Hechos de los Apóstoles?

El problema se plantea a propósito sobre todo de dos facetas del Pablo precristiano que se destacan de la narración de los Hechos canónicos:

• Su posible formación como “rabino” fariseo en Jerusalén

• Su actividad como perseguidor de la naciente Iglesia cristiana

¿Por qué hay dificultades con la imagen que ofrece “Lucas” al respecto?

Por tres o cuatro motivos, que se basan en una idea única: es difícil conjugar o casar los datos ofrecidos de sí mismo por Pablo y los que a su vez presenta “Lucas”. Por ello es legítimo preguntarse: ¿Qué valor histórico tienen los Hechos? Lucas como historiador

Por un lado, parece que en múltiples ocasiones es Lucas fiel a sus fuentes hasta, incluso, incurrir en contradicciones. Así, por ejemplo, respecto a la fecha, lugar de la resurrección y la sepultura de Jesús (hay gran diferencia entre Lc 24,50-53 y Hch 1,3-11: compare el lector estos textos y anote las diferencias).

Por ello opinan muchos comentaristas que Lucas sigue fuentes diferentes en cada una de las partes de su obra. No se trata de ningún despiste, sino de un uso servil de material anterior por parte de Lucas. Parece también que Lucas sigue con mayor fidelidad que Mateo el orden de la fuente “Q” (es decir, ese “evangelio” hoy perdido, pero que se puede reconstruir con cierta facilidad a base de comparar los pasajes de Mateo y de Lucas que coinciden entre sí, pero que no están en el Evangelio de Marcos; por tanto que no copian de Marcos). Esa Fuente “Q” fue común a ambos evangelistas, pero parece que Mateo la reorganiza más a su conveniencia y Lucas es más fiel conservando su orden original

Por otro lado, sin embargo, algunos gruesos desvíos de lo que podemos sospechar como realidad histórica, hacen al lector un tanto escéptico respecto a la fiabilidad de Lucas tanto en el Evangelio como en los Hechos.

Por lo que respecta al Evangelio señalamos a vuelapluma:

a) que los capítulos 1-2, el llamado “evangelio de la infancia”, no concuerdan con Mateo;

b) que la reelaboración por parte de Lucas de la figura del Bautista es muy fuerte. El final de este personaje (Mc 6,14) se concentra en una noticia escueta en Lc 3,19 y se traslada al comienzo de la exposición de la vida de Jesús. El bautismo de Jesús se relata en el Evangelio muy brevemente después de la noticia de la muerte de Juan, con lo que Lucas elimina toda relación explícita de ese acto de purificación de Jesús con el Bautista;

c) que el larguísimo viaje a Jerusalén, en la llamada gran intercalación de Lc 9,51-18,14, se demuestra como una ficción literaria, aunque el autor parezca llenar con datos fidedignos las lagunas de los otros evangelistas;

d) que la positiva eliminación de Galilea de todas las historias pascuales con la consiguiente ventaja absoluta de Jerusalén tampoco es admisible, pues corresponde al interés teológico por destacar el papel de la Capital como lugar de irradiación del evangelio.

Seguiremos el próximo día con la lista de los “errores” o falsas perspectivas de Lucas tal como parecen manifestarse en el libro de los Hechos de los Apóstoles.

Saludos cordiales de Antonio Piñero

Lunes, 22 de Diciembre 2008
Hoy escribe Antonio Piñero

Decíamos en la nota del día anterior que expondríamos la explicación de G. Agamben sobre el cambio de nombre Saulo a Paulo. Es la siguiente:

Pablo es el sobrenombre que Dios (en una visión), o Pablo mismo, se da como un signo del cambio de su persona cuando acepta su llamada o vocación mesiánica por parte divina: la mal denominada “conversión” en el camino de Damasco.

Este cambio de nombre indica que él, un judío normal, un antiguo perseguidor de los cristianos, ha pasado a ser un siervo, un esclavo especial de Dios para el servicio de la salvación de los gentiles.

Este cambio de nombre se explica por lo siguiente: cuando un señor romano, dueño naturalmente de esclavos, compraba un nuevo siervo, le cambiaba el nombre como signo de que su estado ya no era el mismo que antes: había cambiado como su nombre. Por ejemplo, un varón libre, griego, de nombre “Hipódamo”, que por una acción de guerra había sido convertido en esclavo pasaba a llamarse “Heleno”, o “Lidio” o “Licio”, según la región de procedencia. Su nombre era mudado por el dueño para que el esclavo mismo y los demás tuvieran siempre presente que la situación personal y social de aquella persona había cambiado.

Recuerda Agamben que Platón alude a esta costumbre (Cratilo 384d) cuando escribe:

« “Mudamos el nombre a nuestros esclavos, sin que la nueva denominación sea menos justa que la precedente”,  »

Y Filóstrato cuenta que Herodes Ático había dado a sus esclavos el nombre de las veinticuatro letras del alfabeto, de modo que su hijo pudiera ejercitarse al llamarlos.

Conservamos listas de esos cambios de nombres, de los que Agamben pone algunos ejemplos, que reproduzco (p. 21):

« Januarius qui et Asellus (Asnillo)
Lucius qui et Porcellus (Cochinillo)
Ildebrandus qui et Pecora (Ganado)
Manlius qui et Longus (Largo)
Aemilia Maura qui et Minima… (La menor). »

Obsérvese que en esta lista el nombre de la persona aparece en primer lugar, y que luego -en último lugar- el nuevo nombre va unido al primero por la fórmula “qui et” = “el cual también (se llama)…”.

Pues bien, en el pasaje arriba nombrado de los Hechos de los apóstoles 13,9, en el que aparece el cambio de nombre de Saulos a Paulos se emplea esta misma fórmula “qui et”: en griego “Saulos de ho kai Paulos…” = “Entonces Saulo que es también Pablo…”. El griego “ho kai” es, pues, la traducción exacta del latín “qui et”.

Por tanto, da la impresión –por la utilización de esa fórmula “qui et”- que, según Lucas, Saulo cambia su nombre en Pablo cuando cambia de estado: de libre a siervo/esclavo. ¿Siervo o esclavo de quién? Respuesta: esclavo de Dios o de su mesías.

Todo empieza a encajar: tras su llamada por Dios a una nueva misión, descrita también en los Hechos, Pablo siente que se ha transformado radicalmente: ha pasado de ser un hombre libre a esclavo del mesías para predicar que también es posible la salvación de los gentiles. Entonces cambia de nombre. ¿Por qué escoge Paulus? Sencillamente porque significa “pequeño” y porque ofrece un buen juego de palabras con Saulus (S/P). ¿Por qué pequeño? Porque él, el Apóstol, siempre se consideró “el apóstol más pequeño, de menor importancia, el último en ser llamado al apostolado de todos los apóstoles (1 Corintios 15,8-10). Jesús resucitado se apareció a muchos y después

« A mí, el último de todos, como a un abortivo, se me apareció…, a mí que soy el más pequeño de los apóstoles, que no soy digno de ser llamado apóstol, porque perseguí a la iglesia de Dios, pero por la gracia de Dios soy lo que soy… »

Y luego en otro lugar de la misma carta (en 1 Corintios 1,27) aclara Pablo que

« Dios ha escogido lo débil del mundo… para confundir a los fuertes… las cosas que no son para hacer inactivas las que son. »

Y por eso, por sentirse un esclavo de Dios para una misión y por reconocer humildemente que el como hombre era bien poca cosa, al principio de la Carta a los romanos –y en otras- comienza Pablo a presentarse a sí mismo a sus lectores del modos siguiente: “Pablo, esclavo (griego doúlos) de Jesucristo, llamado a ser apóstol…”.

Así pues, la llamada o vocación mesiánica ha mudado de tal modo el ser de Saulo, lo ha hecho pasar de hombre libre a esclavo del mesías para cumplir una misión, que es preciso significar este hecho por un cambio de nombre: Saulos qui et Paulos.

Comenta Agamben (p. 22):

« En el momento en el que la “llamada” lo ha constituido de hombre libre en “esclavo del mesías”, el Apóstol debe, como siervo que es, perder su nombre –sea cual fuere, romano o judío— y llamarse con un simple apodo. Este hecho no escapó a la sensibilidad de Agustín quien –contra la descaminada sugerencia de Jerónimo, repetida por los modernos, según la cual el nombre de Pablo se derivaría del nombre del procónsul por él convertido — sabe perfectamente que Pablo significa simplemente “pequeño” (Paulum… minimum est: Comm. in Psalm. 72,4). »

En síntesis: el cambio de nombre es un signo de que Pablo ha cambiado de estado: de judío perseguidor (Saulo) a apóstol predicador del mesías, y como apóstol esclavo de Dios y de Cristo, y como apóstol también un instrumento humano pequeño (Paulo) y de poco valor, al que sin embargo Dios escoge para una altísima misión.

Saludos cordiales de Antonio Piñero


Sábado, 20 de Diciembre 2008
Hoy escribe Antonio Piñero

Respecto a lo que expusimos en la nota anterior, opino que no hay razones contundentes para oponerse a la opinión de "Lucas", autor de los Hechos de los apóstoles, en su afiramción de que Pablo era ciudadano romano. Por tanto, aceptamos en principio su afirmación.

A este respecto surge otra cuestión:

En las cartas auténticas nunca aparece Pablo con un nombre romano completo compuesto de tres nombres. Por ejemplo, Marco Tulio Cicerón. A este propósito se ha argumentado que este hecho –Pablo aparece simplemente con un nombre- es una prueba más de que no era ciudadano romano. Este argumento no es en sí fuerte, pues la mayoría de los cristianos, y muchos judíos, de quienes por otro lado se sabe ciertamente que eran ciudadanos romanos, nunca o casi nunca utilizaban el nombre triple completo. Probablemente no lo hacían porque la costumbre judía, y también cristiana primitiva, era acentuar su pertenencia al grupo religioso en donde el nombre completo desempeñaba ningún papel.

¿Por qué el cambio de Saulo a Pablo?

A lo largo de los siglos se ha formulado muchas veces esta pregunta. En los Hechos de los Apóstoles, en los primeros capítulos –del 7 al 13-, aparece siempre "Saulo" (en griego Saulos como helenización del hebreo Sha'ul), en total unas quince veces. Pablo no se encuentra nunca en estos capítulos.

De repente en Hechos 13,9 encontramos la siguiente frase: “Entonces Saulo, que también es Pablo”…, y desde ese momento, de la narración de la segunda parte de la obra de Lucas desaparece el primer nombre para encontrar sólo “Pablo”. Y en las cartas auténticas del Apóstol encontramos también sólo “Pablo”. ¿Por qué?

Saulo parece a veces como Soulos en la traducción de los LXX. Como es bien sabido, Saúl /Saulo es el nombre del primer rey de Israel, de la tribu de Benjamín, y Paulos es la helenización del nombre latino Paulus, que significa literalmente “pequeño”.

La historia de la investigación sabe que se han formulado muchas hipótesis para responder a esta cuestión del cambio de nombre y de la falta de explicación. Algunos han llegado a creer probado que el nombre latino del Apóstol era Gaius Julius Paulus, porque la familia de Pablo -al recibir la ciudadanía romana después de que hubo nacido el niño Saulo- había adoptado el nombre de la famosa familia que había dado al mundo al general Emilio Paulo. Los otros dos vocablos, Gaio Julio, se los habrían puesto al niño Saulo/Pablo en honor de Julio César, personaje conocidísimo que tantos beneficios había procurado a los judíos. También es posible que si la familia de Pablo/Saulo, aunque libre, procedía de antiguos esclavos luego liberados (los "libertos"), sus padres hubieran puesto al niño el nombre del "patrono" de la familia que sería un roamano y se llamba Paulus.

Todas estas explicaciones no pasan de ser meras especulaciones, o hipótesis que carecen de apoyo o fundamento en los textos que conservamos.

Es conveniente que antes de ofrecer una posible respuesta a la cuestión del cambio de nombre nos detengamos en un tema previo: ¿Cómo se formaba un nombre romano?

El nombre romano tenía tres partes. Para explicar su uso tomemos como ejemplo la designación de un romano famoso: Marco Tulio Cicerón.

- El primer miembro era el “praenomen” (“lo que está delante del nombre”): por ejemplo, Gaius, Lucius, Marcus… Corresponde a lo que hoy nosotros llamamos el nombre propio de cada persona.

- El segundo miembro era el “nomen”, nombre o “gentilicio”: es la designación según la “gens” o tribu a la que pertenecía cada uno. Al principio, en la antigua Roma, había grandes clanes o tribus de latinos dispersos en aldeas del Lacio, que se fueron congregando poco a poco tras la fundación de Roma, hasta formar el gran pueblo que fue más tarde. Cada ciudadano recibía como segunda parte de su nombre el “gentilicio”. En nuestro ejemplo Marco Tulio. Este personaje era por tanto de la tribu, o gens, Tulia.

- El tercero y último miembro era el “cognomen” o designación específica -a veces un apodo- con el que llamaba concretamente a una “familia” dentro de cada gens o tribu. En nuestro caso Cicerón (literalmente: “el garbanzón”). Esa familia era, pues, designada como “Los Garbanzones”. A veces este cognomen era un apodo, bien para la familia entera o para un miembro ilustre de ella.

Por tanto un nombre romano estaba compuesto de:

Un nombre propio + El nombre de la tribu + el nombre la familia (a veces un apodo).

Nada que ver, en principio, con nuestro sistema:

Nombre propio + nombre de la familia del padre + nombre de la familia de la madre.

En las cartas auténticas de Pablo sólo aparece como nombre un vocablo: el Apóstol se designa a sí mismo con una sola palabra, que suena a latina, aunque esté helenizada en su terminación, Paulos. Nunca se presenta con un nombre completo compuesto de tres partes. En principio, pues, no sabemos por boca de Pablo cuál era su nombre complet, ni tampoco si "Paulos" era un praenomen -nombre propio- o un "gentilicio", como arriba hemos explicado.

En este cambio de nombre, además, hay como un juego de palabras: de “Saulus” a “Paulus” sólo se muda un fonema, una letra. Es éste en principio un cambio muy curioso y llamativo: de tener nombre de un gran rey de Israel, al que la tradición pinta como grande y apuesto, pasa el Apóstol a utilizar un nombre que significa “El pequeño”.

Nos preguntamos de nuevo: ¿Por qué?

Entre todas las explicaciones que he leído a este respecto la que más me convence es la que ofrece Giorgio Agamben en las pp. 20 y siguientes de su obra “El tiempo que resta. Un Comentario a la Carta a los romanos”, Madrid, Editorial Trotta, 2006.

Exponer los argumentos de Agamben será el tema de nuestra próxima nota.

Saludos cordiales de Antonio Piñero
Viernes, 19 de Diciembre 2008
La teología en la literatura apócrifa
Hoy escribe Gonzalo del Cerro

La divinidad de Cristo en la literatura apócrifa

El dogma de la divinidad de Cristo, básico en la teología cristiana, se apoya en unos argumentos bíblicos, que no convencieron ni a todos ni siempre. La prueba es la facilidad con que surgieron herejías que negaban o ponían en duda elementos esenciales del dogma. A pesar de todo, la iglesia oficial rotuló pronto los componentes fundamentales de la fórmula que proclamaba sin el menor titubeo la divinidad de Jesús. Ahora bien, según la fe proclamada particularmente en el Deuteronomio, Yahvé es Dios y no hay otro (Dt 4, 35; 32, 39). Esa fe del Deuteronomio era admitida como tranquila posesión en los tiempos del Nuevo Testamento y en los cristianos primitivos. Pero la reflexión sobre los hechos cristianos, de la que Pablo fue pionero, estableció la ecuación que establecía la igualdad Yahvé Dios = Cristo.

La denominación del nombre impronunciable e intraducible de Yahvé, que en la Biblia griega de los LXX aparecía siempre como Kýrios (Señor) y en la Vulgata latina como Dominus, la hereda Jesús, que ahora es, sin necesidad de nuevos apelativos, “el Señor”. Como es bien sabido, Yahveh se escribe en la Biblia hebrea sin vocales con el tetragrámmaton sagrado o las cuatro letras consonantes que componen “el nombre” (YHWH). El texto masorético hebreo no usa nunca sus vocales correspondientes, sino que las sustituye por las de Adonay (nombre enfático de Señor) o Elohîm (Dios).

Esto quería decir que Jesús heredaba la dignidad de Dios y que se convertía en el sujeto de todas las actividades divinas consignadas en el Antiguo Testamento desde la creación hasta la venida de Jesús al mundo. El Dios que con su sola palabra había llamado el universo a la existencia, el que había encendido las lumbreras de los cielos, el Dios de los Patriarcas, del Éxodo, de los Profetas, estaba allí, revestido de carne, hecho hombre como “uno de tantos” (Flp 2, 7). En uno de los apócrifos asuncionistas, atribuido a San Juan Evangelista, aparece una escena que describe un diálogo de Jesús con su madre María. Ésta le pide que la bendiga. Y cuando lo hace Jesús, toma María la mano de su hijo y, colmándola de besos, dice: “Adoro esta diestra que ha creado el cielo y la tierra” (Libro de San Juan Evangelista sobre la Dormición de la santa Madre de Dios, XL). En Jesús latían la sabiduría y el poder del Creador. Este apócrifo recoge tradiciones muy antiguas, que pueden remontarse al siglo III o incluso al II.

La consecuencia natural era la reaparición de los signos que delataran la presencia de Dios. En el momento de su nacimiento, apareció sobre la gruta una nube luminosa que la inundaba de resplandor según cuenta un apócrifo anterior al siglo IV, el Protoevangelio de Santiago, XIX 2. Varios pasajes del Éxodo mencionan la nube de fuego, la “nube de Yahvé” que se hacía presente cuando su gloria llenaba el tabernáculo (Éx 14, 24; 19, 18; 24, 16s; 40, 34). Es la nube luminosa que cubrió a los apóstoles, testigos de la Transfiguración (Mt 17, 5 par.). El Evangelio del Pseudo Mateo, obra del siglo VI, cuenta también del excesivo resplandor que llenaba de temor a las comadronas que vinieron a contemplar el prodigio del parto virginal (EvPsMt XIII 4). Jesús, desde su más tierna infancia, desplegaba una majestad, ante la que los mismos animales se sometían, los árboles y las plantas le obedecían, toda la naturaleza estaba pronta a cumplir su voluntad. En el Libro de la Infancia del Salvador, se cuenta que cuando nació Jesús, se detuvo la marcha del mundo: vientos, árboles, aguas, todo cayó en una especie de pasmo cósmico. Y a los ruidos del mundo siguió un gran silencio (InfSalv, 72).

Vuelto Jesús con sus padres de Egipto a Galilea, se mostraba como dueño de la vida y de la muerte. Sus palabras daban a entender que estaba por encima del tiempo. A las protestas de sus paisanos respondía realizando toda clase de prodigios. Sus vecinos lo interpretaban en el sentido de que era capaz de convertir en realidad cuanto decía o deseaba. Pero todo era una insignificancia para quien demostraba poseer todos los poderes de Dios. Uno de los maestros que pretendieron inútilmente enseñarle, el rabino Zaqueo, no veía otra explicación a la conducta de Jesús que su dignidad divina (EvPsTom, VII 4). El Evangelio del Pseudo Tomás es una obra que los eruditos sitúan en las lejanías del siglo II.

Los cristianos que estaban detrás de los Apócrifos tenían muy claro que Jesús era Dios desde siempre. Pero el Evangelio árabe de la Infancia cuenta cómo ya desde la cuna hizo su autopresentación a su madre diciendo: “Yo soy Jesús, el Hijo de Dios, el Logos” (EvÁrInf, I 2). Y cuando José, el carpintero, se acercaba a su última hora, mantuvo con su hijo Jesús una conversación en la que no sólo le invocaba como Señor, rey, Salvador y libertador, sino que proclamaba solemnemente: “En verdad, tú eres Dios” (HistJosCarp, XVII 1-4).

Notamos que, al margen del momento concreto de su composición, muchos de estos apócrifos reflejan tradiciones que se remontan a una lejana antigüedad.

Saludos cordiales. Gonzalo del Cerro

Miércoles, 17 de Diciembre 2008
Hoy escribe Antonio Piñero

Pablo no dice en ninguna sección de sus cartas auténticas dónde nació ni cuándo. Cálculos bien fundados afirman que debió de ser en torno al 5-10 d.C. Tendría, pues, unos quince años menos que Jesús.

Para determinar aproximadamente la cronología de la vida de Pablo sólo tenemos un dato: al final de una estancia en Corinto el Apóstol fue acusado ante el procónsul romano de la provincia griega de Acaya, Galión –Lucio Junio Galión, hermano del filósofo Lucio Anneo Séneca—, de actuar ilícitamente al predicar el cristianismo (Hch 18,12), es decir, de escándalo de orden público o bien de actuar contra la Lex Julia de collegiis que prohibía reuniones no autorizadas dentro de las fronteras del Imperio Romano (para oficiar ceremonias de culto, fuera de las oficiales había que pedir permiso; en principio los judíos eran los únicos exentos del cumplimiento al pie de la letra de esta ley). Sabemos que Galión fue procónsul probablemente entre junio del 51 y mayo del 52 d.C. Por tanto Pablo estaba en Corinto (cap. 18 de Hechos) en esa fecha.

A partir de este dato hay que reconstruir, hacia delante y hacia atrás, los sucesos principales de la vida y actividad de Pablo. Ello se consigue a duras penas, barajando hipótesis y combinando con sentido crítico los datos de las cartas paulinas con los de los Hechos. Por eso la cronología de Pablo varía hasta en 5/6 años en los diversos autores modernos.

Son los Hechos (22,3) los que afirman que Pablo era oriundo de Tarso, en Cilicia, al sur de la actual Turquía. Pablo no lo dice en sus cartas, pero no hay por qué negar la rectitud de este dato que sitúa al Apóstol en la Diáspora y no en Israel, ya que es evidente que Pablo era un judío muy helenizado: ciudadano del Imperio, no de Judea o Galilea.

Lo que Pablo afirma de sí mismo es que era totalmente judío, de la tribu de Benjamín y fariseo (Flp 3,5-6). Su educación primaria pudo haberla adquirido entre la sinagoga y las escuelas de su ciudad natal, que como acabamos de decir era muy afamada por sus ambiciones culturales y su estima de las letras y la filosofía. Probablemente no conoció a Jesús de Nazaret, si es que debe interpretarse así lo que dice en 2 Cor 5,16 (No “conocí a Cristo según la carne”). Esta cuestión será abordada con más detenimiento más tarde.


Pablo ¿ciudadano romano?

Pablo no dice en ningún lugar de sus cartas que fuera ciudadano romano, pero sí lo sostienen los Hechos (16,37; 22,25; 23,27). Sobre este silencio se ha discutido mucho, pero en líneas generales es preciso advertir que Pablo prácticamente no habla nunca de temas personales ni familiares…, por lo que su silencio no sería extraño.

La base fundamental para esta ciudadanía fue la posible concesión de los derechos de ciudadanía griegos a la ciudad en el siglo III a.C. por el monarca Antíoco II, o III -no se sabe- y la confirmación de estos derechos ciudadanos, ya como “ciudadanía romana”, por Julio César en el 47 a.C. Esta fidelidad a César se mantuvo después de su asesinato por el grupo de republicanos dirigido por Bruto y Casio en el 45. Después de la batalla de Filipos, en el 42 a.C. –en la que estos dos personajes fueron vencidos por Marco Antonio y Octavio (luego Augusto)- la ciudad de Tarso siempre fiel fue declarada “civitas libera” (“ciudad libre”), es decir sus gentes tenían derecho en general a al ciudadanía romana.

Esta es la razón por la que “Lucas”, el autor de los Hechos de los apóstoles, hace decir a Pablo que él es “un tarsiota, ciudadano de una villa no carente de importancia” (Hch 21,37-39).

Hay autores modernos que no se fían de esta afirmación puesto que Pablo sufrió muchos castigos corporales durante su vida (cárceles, azotes, apedreamientos: 2 Cor 11,24ss), que hubiera podido evitar si fuera ciudadano romano (cf. Hch 22,28: “Yo tengo esta ciudadanía por nacimiento": en este pasaje Pablo impide de hecho ser castigado a latigazos).

Este argumento no parece ser válido. Hay que tener en cuenta que la mayoría de estos castigos fueron intrajudíos, es decir, aplicados internamente por las sinagogas a miembros o fieles judíos cuya comportamiento o ideología fuera no conforme a la norma. Y lo normal era que los castigados se aguantaran y no recurrieran a los tribunales civiles, paganos, externos. Pablo habría hecho lo mismo.

Opinan además quienes niegan la ciudadanía romana a Pablo que en tales ciudades sólo tenían la ciudadanía plena, es decir plenos derechos, los ciudadanos "normales", paganos, no los judíos. Éstos tenían ciertos privilegios, pero al formar una “tribu” aparte no eran plenamente ciudadanos.

Otros defienden que este asunto no les importaba a los judíos. Se dice que los “judíos piadosos” no estarían a gusto siendo “ciudadanos romanos”, por loq en general no se preocupaban de serlo. por tanto, si Pablo callla de ello en sus cartas es porque no era ciudadano romano.

Estos argumentos tampoco parecen ser válidos, pues en líneas generales la impresión de la lectura de las fuentes es la contraria. Tanto en Alejandría, como en otras ciudades importantes, los judíos piadosos estaban encantados cuando se les concedían los plenos derechos ciudadanos, y la mayoría de las veces luchaban por ellos sin que sintieran que su piedad se resentía lo más mínimo.

La razón principal para defender que Pablo fuera ciudadano romano es su apelación al César (Hch 25,10-12). Pero, se argumenta en contra que cualquier habitante libre del Imperio Romano podía apelar al Emperador. Por tanto, sólo con dudas puede aceptarse el dato de los Hechos.

Seguiremos con las consecuencias de esta cuestión. Saludos cordiales de Antonio Piñero
Miércoles, 17 de Diciembre 2008
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Editado por
Antonio Piñero
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.





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