CRISTIANISMO E HISTORIA: A. Piñero

Quizás esta hipótesis ya añeja se acerque más a la presunta verdad histórica



 
Escribe Antonio Piñero
 
Se cree que Jesús probablemente murió en abril del año 30. Dos décadas más tarde, hacia el año 50, un avispado discípulo que vivía en Jerusalén pensó que los seguidores del Maestro hablaban mucho de sus sufrimientos finales, su muerte y resurrección, pero que a nadie se le había ocurrido poner por escrito lo sucedido. Así que este personaje, cuyo nombre ignoramos, compuso una historia de esos hechos y, al parecer, concentró en una semana acontecimientos que posiblemente habían sucedido a lo largo de meses; semana que coincidiría con la Pascua judía, que se celebra en el mes de nisán, correspondiente a marzo / abril.
 
Esta primera historia de la Pasión de Jesús hubo de ser la base del relato que aparece en el primer Evangelio que se compuso: el de Marcos (escrito hacia los años 71-75). Los investigadores están de acuerdo en que el evangelista tuvo como modelo un texto anterior, pero este relato se ha perdido, de manera que sólo nos queda la narración de Marcos. Los otros evangelios aceptados por la Iglesia presentan variaciones, divergencias y contradicciones respecto al de Marcos. Son los de Mateo (compuesto hacia 85-90), Lucas (escrito en torno a 90-95) y Juan (redactado sobre el año 100). Quizás en septiembre.
 
 Debemos tener presente que una tradición antigua no siempre es verdadera. Un ejemplo conocido y flagrante: , debido al prestigio de Aristóteles se sostuvo durante más de veinte siglos que la Tierra era el centro del universo y que el sol giraba en torno a ella; sólo gracias a Copérnico y Galileo se pudo caer en la cuenta de que esa «verdad», ya tradicional, no era tal. Puede que suceda algo parecido con algunas partes del relato de Marcos a pesar de su antigüedad, pues tenemos indicios de que las acciones y dichos de Jesús pudieron ocurrir de un modo diferente y en un tiempo más dilatado –de hasta seis meses– no precisamente en la semana escasa al término de la cual murió Jesús
 
El primer indicio de estas diferencias aparece en la entrada triunfal en Jerusalén. El Evangelio de Juan pinta a Jesús rodeado de gentes que portaban palmas, pero la mera presencia de las palmas apunta a septiembre, a la fiesta de los Tabernáculos, pues sólo en ella eran típicas esas ramas: las palmeras no eran propias de la zona de Jerusalén, sino que sus palmas se traían siempre de fuera, de Jericó, justo para esa fiesta.
 
El segundo indicio es el episodio en el que Jesús está hambriento y busca algo de comer: «A la mañana siguiente [...] sintió hambre. Viendo una higuera junto al camino, se acercó, pero no encontró nada más que hojas. Entonces le dijo: “Nunca jamás brote fruto de ti”. Y la higuera se secó de repente» (Mateo 21,18-21). So pena de tener a Jesús por un ignorante que desconocía lo más elemental. Lo cual es más que dudoso.
 
Y el tercer indicio es la inverosímil acumulación, de acontecimientos en un espacio tan breve de tiempo: apenas una semana. Desde el domingo, día de la solemne entrada de Jesús en Jerusalén aclamado como mesías, hasta su muerte en un viernes 14/15 del mes de nisán se suceden los siguientes hechos:
 
- Ingreso triunfal en Jerusalén
- Jesús llora por el trágico destino de la ciudad
- La denominada “Purificación del Templo”
- Maldición de la higuera
- Insidias de las autoridades judías contra Jesús
- Unos griegos quieren ver a Jesús
- Unción en Betania
- Traición de Judas
- Preparación de la Pascua
- Última Cena
- Tránsito al Monte de los Olivos
- Episodio de Getsemaní
- Traición de Jesús
-  Jesús es apresado
- Jesús ante el Sanedrín (“proceso judío”), más las negaciones de Pedro, más los episodios de burlas
- Entrega a Pilato más la muerte de Judas
- “Proceso romano”
- Episodio de Barrabás
- Episodio del “Ecce Homo”
- Burlas romanas a Jesús
- Camino del Gólgota
- Episodio del Cireneo
- Crucifixión
- Episodio de los dos ladrones crucificados con Jesús
- Muerte de Jesús
- Sepultura
 
Añádase a esto que desde la Última Cena hasta la sepultura transcurren solamente horas. Hay que sumar a estas acciones una dilatada tarea de enseñanza de Jesús en el Templo –y posiblemente en otros lugares– con los episodios didáctico-polémicos siguientes:
 
- Disputa sobre el poder de Jesús y el bautismo de Juan
- Discursos diversos en los que van incluidos las parábolas siguientes: de los dos hijos; de los malos viñadores; de los invitados a las bodas reales. En un segundo momento, discursos que contienen las siguientes parábolas: sobre los días del Diluvio y exhortación a la vigilancia; sobre los siervos fiel e infiel; sobre las diez vírgenes; sobre los talentos/minas; sobre el juicio final.
- La disputa pública con los fariseos sobre la cuestión del pago del tributo al César
- Disputa pública con los saduceos sobre la resurrección
- Enseñanza sobre el primer y más importante mandamiento
- Disputa sobre la filiación davídica del mesías
- Discurso general contra fariseos y doctores de la Ley
- Lamentos sobre la ciudad de Jerusalén
- Episodio del óbolo de la viuda
- Largo discurso de Jesús sobre las señales del tiempo final (el denominado “Apocalipsis sinóptico”)
- Largos discursos de Jesús en la Última Cena según el Evangelio de Juan.
 
 
Esta hipótesis de la compresión en una semana de hechos y dichos de Jesús que ocurrieron en más tiempo, siguiendo la doctrina aristotélica –en su “Poética”: libros V, VII y VIII– de la unidad de tiempo, lugar  y acción (en realidad Aristóteles habla solo explícitamente de la unidad de acción, pero la de tiempo y lugar han sido deducidas de sus palabras , como presupuestos poéticos, retóricos  de un relato dramático convincente (desde el punto de visa teatral y literario en general) es muy antigua y nada original. Pero creo que la investigación la rechaza con demasiada facilidad.
 
He tomado esta nota de mi libro, editado junto con Eugenio Gómez Segura, “La Verdadera historia de la Pasión", EDAF, Madrid, 2008. En más de un par de ocasiones me han preguntado si este libro estaba descatalogado, Y respondo así que no lo está
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
 
 
Miércoles, 5 de Abril 2023
Jesucristo historia y misterio. Teología para no teólogos
Escribe Antonio Piñero
 
Desde hace muchos años, y aun sin haber leído en profundidad la obra de Dietrich Bonhoefer, me ha admirado la inmensa altura moral que tuvo en su vida; su defensa a ultranza de sus posiciones teológicas con el máximo respeto hacia sus adversarios; el valor con el que soportó su encarcelamiento por los nazis después del atentado fallido contra Hitler del 20 de julio de 1944, promovido por el Conde von Stauffenberg, en el que se vio implicado; y sobre todo su ejecución en abril de 1945 – Bonhoeffer fue ahorcado– muy poco antes de la rendición total de Alemania. Mis respetos ante una personalidad de un valor admirable. Vivió de pie, no de rodillas.
 
El libro que hoy comento se titula “Jesucristo: historia y misterio”, fue publicado por Trotta  en 2016, y reeditado hace poco tiempo. Su ISBN es 978-84-9879-637-7. El precio puede consultarse en la página web de la Editorial. El libro tiene solo 189 pp., incluido el índice. La traducción es de Sergio Vences (ya fallecido) y Úrsula Kilfitt. Texto difícil de traducir, por lo que me alegra su resultado.
 
El libro está dividido en dos grandes partes. La primera se titula “¿Quién es y quién fue Jesucristo. Su historia y su misterio” (pp. 11-80) que ha sido la que más ha atraído mi atención. La segunda, titulada “Creación y caída” y “Tentación” (pp. 85–155; 157-185) son dos ensayos exegéticos, que tienen valor por sí mismos. El primer ensayo se ocupa de aclarar teológicamente los tres primeros capítulos del Génesis con una breve mención a Caín de Gn 4,1; y el segundo trata de la tentación de Adán y el relato de las tres tentaciones de Jesús en Mateo 4,1-10 y Hebreos 4,15 (“un Jesús como sumo sacerdote, puesto a prueba -es decir, tentado- como nosotros, pero que nunca cayó en pecado; la prueba suprema de Jesús fue su propia muerte”)…, igualmente aclarado de un modo teológico.
 
Señala el autor del “Prólogo” Otto Dudzus que este texto refleja el pensamiento de Bonhoeffer expuesto en un curso sobre cristología (la ‘ciencia’ teológica que intenta explicar quién fue Jesús como mesías, = ungido = cristo), aunque textualmente lo que se reproduce en el libro no son  exactamente las palabras del autor, porque el manuscrito se ha perdido. Pero se han conservado numerosos apuntes de sus oyentes, de modo que Eberhard Bethge ha logrado reconstruir el texto en sus líneas esenciales e incluirlo en las “Obras completas” de Bonhoeffer, publicadas en 1961, como tercer volumen.
 
Bonhoeffer no hace distinción alguna en aquello en lo que yo he insistido tantas veces, entre “Jesús de Nazaret” y “Jesucristo”: el primero como figura histórica indudable, de cuya existencia no me parece lícito metodológicamente dudar; y el segundo, un híbrido de “Jesús  histórico / Cristo de la fe”, el cual como tal no es objeto de la historia, aunque el buen creyente sostiene que el Cristo histórico es exactamente igual a Jesús. Además, toda la reflexión cristológica de ese buen creyente gira en torno a la definición esencialmente cristológica del Concilio de Calcedonia del 451. Reproduzco el texto sobre el que reflexiona Bonhoeffer.  El  Concilio declara:
 
“Siguiendo la enseñanza de los Santos Padres, todos unánimemente enseñamos que hay un solo y único Hijo, nuestro Señor Jesucristo, perfecto en cuanto a su divinidad y perfecto también en cuanto a su humanidad, verdaderamente Dios y al mismo tiempo verdaderamente hombre, de cuerpo y alma racionales; consustancial (griego homooúsios) con el Padre por su divinidad, consustancial con nosotros por su humanidad, en todo semejante a nosotros excepto en lo que se refiere al pecado Profesamos que existe un solo y único Cristo Jesús, Hijo único de Dios, a quien reconocemos en dos naturalezas, sin que haya confusión, sin cambio, sin división ni separación entre ellas, en modo alguno borrada la diferencia de naturalezas por causa de la unión; por el contrario, los atributos de cada una de esas naturalezas son conservados y subsisten siempre en una sola persona y en una sola hipóstasis, no partida o dividida en dos personas, sino sólo y el mismo Hijo unigénito, Dios, Verbo, Señor Jesucristo, como de antiguo acerca de Él nos enseñaron los profetas, y el mismo Jesucristo, y nos lo ha transmitido el Símbolo de los Padres (= Nicea)”.
 
Para la razón humana el que exista una persona única pero con dos naturalezas, una divina y otra humana, es una contradicción. Pero hay que aceptarlo como proposición dogmática, según Bonhoeffer, porque así es la fe cristiana. Como buen luterano, lo único que importa y lo único que salva es la fe, tenga o no un agarradero en la historia.
 
Bonhoeffer se esfuerza en toda esta primera parte del libro que comento en la siguiente idea: si se pregunta por “quién es Jesucristo” estamos inquiriendo sobre su trascendencia; y si se pregunta por el “cómo se realizó en la historia” se está preguntando por la inmanencia.
 
Creo que el núcleo de esta primera parte se explicita claramente cuando Bonhoeffer aclara que el “objeto” por el que el ser humano se interroga es el Hijo de Dios, de cuya existencia no se puede dudar. Ahora bien, la pregunta sobre la inmanencia, el “cómo”, no llega a alcanzar a Jesucristo. Se le escapa. En realidad esta pregunta por el “cómo” va contra la fe, y es similar –según Bonhoeffer – a lo que habló la serpiente del paraíso a Eva.  Sostiene nuestro autor: No es posible preguntar a Jesucristo “¿Cómo eres posible?”, sino que lo que me interesa a mí es preguntar “¿Quién eres tú?”. Esta es la pregunta por el ser, por la substancia y la naturaleza de Jesucristo.
 
Y continúa Bonhoeffer: No preguntes por lo que hizo Jesucristo. Lo que hizo son meras obras y nunca llegarás a comprender qué significado tienen esas obras, si antes no se te ha respondido al “quién es Él”. Y el autor responde que él es Jesucristo; que es el Cristo presente, crucificado y resucitado. Pero que todo eso es “por mí”. Y en ese “por mí” está representada toda la humanidad. Hay que aceptar como dogma de fe que Jesucristo es el Verbo, la palabra de Dios. Y que Dios se ha revelado en la Palabra. Se ha vinculado a la Palabra, para por ella hablar al hombre. El Cristo histórico es esa palabra y es Jesús de Nazaret. Así de claro. Existe, pues, un Cristo histórico.
 
Otra respuesta de Bonhoeffer es que ese Cristo encarnado en la Palabra se ha encarnado en los sacramentos de esa misma Palabra por excelencia: la confesión (de la fe y de los pecados propios) y la eucaristía. Ahora bien, ninguno de los dos sacramentos entendidos al modo católico. Bonhoeffer hace hincapié  en que él no piensa en el modo craso de la transustanciación, como los católicos, sino en una  presencia real pero simbólica a la vez.
 
El lugar de Jesucristo es ser el centro de la existencia humana, asegura Bonhoeffer. Cristo es el centro de la historia. Esto es un dogma y lo acepta. Ahora bien, la dogmática necesita una total certeza de la historicidad de Jesucristo, es decir asegurarse de que es cierto que el Cristo proclamado por la fe es igual al Cristo, ungido, histórico.
 
Y aquí la fe absoluta tiene que aceptar las paradojas de la investigación: que la investigación histórica ha demostrado que ella no puede negar absolutamente la existencia histórica de  Jesucristo, pero tampoco puede afirmarla absolutamente. Segundo: No es posible jamás alcanzar una certeza absoluta de un hecho histórico; y debemos asumir que la “certeza” alcanzable es siempre una paradoja. En Jesús la paradoja es la contradicción de que él es totalmente un hombre y totalmente Dios. Es paradójico, pero cierto a la vez, porque lo afirma la fe.
 
Y aquí viene una parte del libro, a mi modo de ver interesantísima incluso para un mero historiador, como yo pretendo ser (en realidad historiador de las ideas), puesto que Bonhoeffer explica nítidamente los errores, (así, “errores”) que la cristología ha cometido a lo largo de los siglos. Estos errores son cuatro:
 
1. La herejía doceta: creer que el cuerpo de Cristo no es real sino mera apariencia
 
2  La herejía ebionita, que considera el dogma de la encarnación como una locura. Jesús de Nazaret y el Cristo no son más que meros seres humanos.
 
3. Las herejías monofisita y nestoriana que tienen el fallo de una insistencia exagerada en la naturaleza divina de Jesucristo, de modo que su naturaleza humana queda tan en un segundo plano, que casi desaparece. (la 4ª, doble, aparecerá después en el decurso del libro).
 
Como es lógico, según Bonhoeffer, estas herejías pecan por exceso o defecto: ponen en tela de juicio el gran dogma paradójico del Concilio de Calcedonia: Jesucristo es Dios y hombre a la vez; y/ totalmente Dios y totalmente hombre; no se pueden hacer parcelas. De modo que, y aquí coinciden la cristología luterana de Bonhoeffer con la católica, sólo “queda redimido y salvado lo que es asumido”. Si el Jesucristo histórico no asumió totalmente la humanidad, el ser hombre entero y verdadero, no hay salvación para el ser humano.
 
En este aspecto me parece  interesantísimo,  desde la p. 57 a la 77, cómo Bonhoeffer explica con absoluta claridad (dentro lo la complejidad de la teología) la doctrina de Calcedonia. Cómo aclara nuestro autor las diversas perspectivas de la teología calvinista y luterana sobre cómo hay que entender esa declaración tan paradójica.
 
Y aquí es en donde Bonhoeffer aclara la herejía doble número 4: el subordinacionismo y el modalismo. La primera declara que Jesucristo es como un dios secundario subordinado al Padre. Y la segunda afirma que Jesucristo no es más que un “modo de Dios”, con lo que se sostiene que Jesucristo no tuvo una apariencia real: muy parecido a lo afirmado por los docetas.
 
Como resumen, el lector puede vivir la controversia del núcleo del cristianismo tal como se entendió la declaración cristológica de  Calcedonia (que precisó la definición del Concilio de Nicea) y que constituye el núcleo de la fe cristiana. Y puede entender –y esto me parece muy importante– lo que piensan al respecto los calvinistas y luteranos, de los que el lector normal en español tiene muy poca información.
 
En síntesis: el libro de Bonhoeffer me ha interesado muchísimo por lo que lo declaro muy recomendable. Para un filólogo como yo –que en algunos momentos de su vida no se ha centrado solo en el Jesús histórico y el Cristo de la fe, pero que se ha adentrado en los “Cristianismos Derrotados”– este libro de Bonhoeffer me ha resultado en verdad muy esclarecedor.
 
Y enhorabuena a la editorial Trotta por publicar libros que tienen una salida económica menos viable que otros más ligeros, pero que son libros de fondo, de cultura seria, de profundidad y reflexión… en un mundo en el que a menudo prima la superficialidad y lo banal. Es un gusto leer cosas serias e interesantes a la vez, porque explican nuestra cultura cristiana. Sea uno un creyente fervoroso o mero cristiano cultural.
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
 
www.antoniopinero.com
Miércoles, 29 de Marzo 2023
Escribe Antonio Piñero
 
En mi correo ha aparecido esta pregunta:
 
“Si conociendo que los evangelistas eran hombres honrados que decían la verdad,  ¿dónde está la línea en la que dejan de ser honrados y empiezan a inventarse cosas?
 
 Y, por otro lado, pregunta: ¿qué pruebas hay de que se inventaron cosas cuando hablan de sucesos sobrenaturales pero que decían la verdad en otros aspectos contrarios a la fe oficial?
 
 
RESPUESTA:
 
¿Cómo conocemos que los evangelistas eran hombres honrados? Lo presuponemos, pero no lo  sabemos con seguridad. Lo presuponemos porque ponen como ejemplo de vida a un judío que señala que el mejor resumen de la ley de Moisés es amar a Dios y al prójimo, y porque presenta (al menos Mateo y Lucas (Sermón de Montaña o del Llano: Mt 5-7 y Lc 6,20ss)  un modelo de virtudes en el que el amor al prójimo es determinante.
 
Los evangelistas no dejan de ser honrados nunca a su manera. No hay línea alguna en la que son los evangelistas conscientes de que están mintiendo. El supuesto me parece que no corresponde a realidad alguna.
 
Escriben los evangelistas una biografía de Jesús al modo de su tiempo, destacando siempre los aspectos positivos del héroe de la narración en todos los casos, aunque se relaten a menudo datos o escenas que parecen dejar en mal lugar al héroe de la narración. La imagen de Jesús está ciertamente magnificada por la fe previa en la resurrección del héroe. Creen a pies juntillas que Jesús habita en el cielo, que está sentado a la derecha del Padre. Que éste lo ha confirmado en su “puesto” de señor y mesías, que volverá a la tierra para establecer el juicio final, para retribuir a cada uno según sus obras y para instaurar definitivamente el reino de Dios. Por tanto, cada uno de esos relatos está vivificado por la fe en ese personaje que creen sobrenatural, maravilloso y definitivo.
 
Por tanto, los evangelistas no se inventan más que el marco temporal y geográfico (también por tradición)  de los hechos y dichos de Jesús. Recogen las palabras de Jesús tal como la transmiten los maestros y los profetas cristianos de su tiempo y de su grupo. Adornan la historia de Jesús con milagros que creen absolutamente verdaderos. Por tanto, insisto no mienten. Creen que su obra no es presunta propaganda mala, no es propaganda mentirosa, sino una verdad que conduce a la salvación en quien crea en Jesús.
 
“¿Decían la verdad en otros aspectos contrarios a la fe oficial?”.
 
Este presupuesto es irreal. No había verdad alguna oficial en ese tiempo. El judeocristianismo se estaba construyendo Cada grupo de cristianos interpretaba la vida y misión de Jesús como la entendía su grupo, gobernados por gentes que creían estar en posesión del espíritu de Jesús.
 
Así que en resumen quien plantea estas presunciones sobre los evangelistas tal como dice la pregunta, creo que no entiende en absoluto cómo era el cristianismo primitivo.
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
 
 
RÉPLICA
 
Dice Usted
 
"Escriben los evangelistas una biografía de Jesús al modo de su tiempo, destacando siempre los aspectos positivos del héroe de la narración"
 
Eso no es cierto en modo alguno y le pondré solo 7 ejemplos de las docenas que hay ya que, al parecer, no se me permite extenderme demasiado. Procedo pues:
 
1) No es ensalzar al héroe recoger como dios abandona al héroe en la cruz y , éste lo reconoce.
 
2)  No es ensalzar al héroe reconocer que las que descubren el sepulcro vacío son simples mujeres del siglo primero en Israel.
 
3) No es ensalzar al héroe recoger que, tras meses o años de peregrinación y de milagros nadie le ha creído ni una palabra  y todos huyen ,incluso Pedro se va corriendo y el resto los apóstoles se escapan.
 
4)  No es ensalzar al héroe que en ninguno de sus discípulos esté en las inmediaciones de la Cruz al menos apoyándole en la distancia como si se recoge el que hace la Virgen María o María Magdalena. 
 
5)  No es ensalzar al héroe cuando dicen los evangelios, que Jesús anuncia para ya mismo la llegada del reino que luego no se produce.
 
6)  no es es alzar al héroe que Tomás después de años viéndole hacer milagros después de todas las peregrinaciones y de todas las palabras lo ve resucitado delante de él y no se lo cree teniendo que meter los dedos y dándole ejemplo de que esa historia de Jesús no hay quien se la crea ni teniéndolo delante.
 
7)  No es ensalzar al héroe considerar a Jesús un loco como le  considera Santiago y el resto de su propia familia.
 
Del mismo modo y atendiendo a la verosimilitud de esas mismas fuentes ,debemos concluir que dicen la verdad en todo caso, porque suponer que dicen la verdad en las cosas que perjudican a Jesús pero que mienten cuando hablan de la naturaleza especial de este mismo personaje, sería incurrir en un apriorismo impropio de un científico.
 
CONTRARRÉPLICA por mi parte:
 
 
Por ese mismo argumento, como de los dioses de los griegos y romanos se cuentan hechos horrorosos (adulterios; robos; asesinatos)   y no se omiten, aunque sería posible, debemos deducir que cuando los escritores griegos y romanos hablan de que Zeus existe y está en el Olimpo están diciendo la verdad, porq antes la decían cuando no omitían rasgos negativos de sus dioses.
 
Estimo que esas afirmaciones del replicante están fuera del ámbito de las reglas metodológicas de la historia antigua: son hechos reales, pero tienen otra interpretación. Es clarísimo que los evangelistas cuentan esas cosas negativas de Jesús, porque no pueden omitirlas y les sirven para justificar la nueva concepción teológica de un mesías sufriente (muy superior a la del justo sufriente de Isaías)  para resolver el tremendo problema teológico de un enviado por Dios, un Hijo de Dios, que sufre tamañas perfidias y que muere en la cruz como un sedicioso contra Roma.
 
Ese material de los evangelios, que sus autores no pueden negar ya que están firmemente ancladas en la tradición, nos es muy precioso para delinear la imagen del Jesús de la historia, que está debajo del Jesucristo de la fe. Para suerte nuestra, los evangelistas fueron honestos y nos dejaron textos que a la verdad contradicen hasta cierto punto la imagen del héroe, pero que son verdaderamente preciosos para conocer al héroe histórico, no al súper héroe de la fe.

 
Y otra cosa: la historia no trata de temas sobrenaturales. De eso se ocupa la teología.
 
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
 
NOTA:
 
Entrevista con Omar Navarro: diversos temas sobre los enfoques actuales sobre el Jesús histórico y su reflejo en los debates televisivos y otros medios
 
El enlace al vídeo es éste: https://youtu.be/_-nWD0IBgDs
 
(12-1281) 15-03-2023
 
Miércoles, 15 de Marzo 2023
Escribe Antonio Piñero
 
He aquí el texto de Evangelio de Juan 17,26 sobre el que dialogaremos:
 
“Yo les di a conocer tu Nombre y se lo daré a conocer, para que el amor con que tú me has amado esté en ellos y yo en ellos”.
 
En las preguntas que me dirigen de vez en cuando hay quien argumenta que “Jesús dice que les está dando a conocer el Nombre es decir, que antes no sabían ese nombre y qué es Jesús el que les está COMUNICANDO ese nombre, es decir, que antes, no lo conocían, pero ahora se lo está dando a conocer Jesús, de modo que debe ser un Dios que no conocen puesto que es Jesús el que les está dando a conocer ese nombre”.
Con otras palabras, que creo más claras: el lector moderno del Evangelio de Juan está afirmando que el Jesús histórico al enseñar cuál es el “nombre” de Dios –que no conocían– está indicando a sus discípulos que su Dios (el Dios de Jesús) les era desconocido. Por tanto, los discípulos, judíos, no conocían al Dios de Jesús porque ese Dios de su maestro no era Yahvé, sino otro. Un Dios desconocido. Luego el Dios de Jesús no era Yahvé. Y por tanto Jesús no era judío; o , al menos, un verdadero judío.
 
Por consiguiente, si yo como mero historiador del judaísmo y judeocristianismo del siglo I argumento que Jesús no introduce un Dios diferente al del Antiguo Testamento, sino el mismo de todos los israelitas, a saber, Yahvé, estoy haciendo una afirmación que “no se sostiene”.
 
Frente a esta idea sostengo que defender que Jesús no era judío y que predicaba un Dios distinto al de Israel es un imposible histórico. Y es una pena tener que emplear tiempo en demostrar lo que parece evidente y básico en toda investigación sobre Jesús, a saber que él era un judío integral y que jamás se salió de su propia religión.
 
En primer lugar, aunque sea muy conocido hay que repetir (con Geza Vermes, “La religión de Jesús el judío” (Anaya, Madrid, 1996) que
A. Jesús aparece en los escritos evangélicos como un judío practicante. Jesús se atiene sin discutirlas a las principales prácticas religiosas de su nación. Así, Jesús frecuentaba habitualmente los centros de culto y de enseñanza del judaísmo de su entorno. Jesús predica continuamente en las sinagogas, y respeta y visita al Templo en las fiestas anuales.  La purificación del Santuario narrada en Mc 11 y paralelos, es interpretada por muchos intérpretes como una imagen de que Jesús abolió el culto del Templo. La verdadera interpretación de este paso es, en mi opinión, justamente la contraria: Jesús se preocupó de purificar el Templo, precisamente no porque quisiera quitarle su valor --esto no tiene sentido--, sino porque estimaba que era uno de los lugares preferentes de encuentro con Dios. El Reino futuro que él predicaba tendría en su centro un nuevo Templo sin ninguno de los defectos del presente. Jesús no abolió, ni puso en solfa el culto en sí, sino los abusos que se le habían unido con el tiempo y que podían corregirse.
 
B. No hay prueba histórica ninguna de que Jesús quebrantara la Ley mosaica, sino todos lo contrario. Jesús se adhirió tanto a la ley cultual como a la ley moral, y afirmó con rotundidad la validez salvífica de la Ley en su conjunto. La llamada fuente "Q", muy antigua, que conserva dichos auténticos de Jesús, transmite que éste afirmó: " Más fácil es que pasen el cielo y la tierra que caiga un sólo ápice de la Ley", es decir antes se destruirá el mundo que deje de cumplirse el precepto más mínimo de la Ley. Jesús es aquí un defensor a ultranza de la Ley de Moisés como el más puro de los fariseos.
 
C. Si Jesús hubiera quebrantado la ley de Moisés y hubiera dicho no se explicaría en absoluto cómo los primeros cristianos seguían observando cuidadosamente la Ley, los modernos autores judíos que estudian la figura del Nazareno y que conocen mejor que nadie el fariseísmo de la época y el rabinato posterior de la Misná y del Talmud afirman con toda nitidez que no hay ni un sólo caso en el evangelio en el que Jesús aparezca quebrantando la Ley. Tomemos los ejemplos más importantes y discutidos. Las curaciones en sábado no eran ningún trabajo en la época, luego Jesús no quebrantaba nada curando. Los observadores hostiles descritos por los evangelios consideran inquietante el comportamiento de Jesús, pero nunca lo tachan de ilícito. Lo único que hace Jesús es algo típicamente rabínico: escoger entre dos mandamientos en conflicto: la necesidad de salvar la vida y la obligación de guardar el sábado. Otros rabinos hicieron y enseñaron lo mismo. Una cierta flexibilidad de Jesús frente a una interpretación estricta de algunos contemporáneos del descanso sabático debe enfocarse desde el punto de vista del piadoso rabino carismático, del sanador y exorcista, para quien la curación de los enfermos, como manifestación del reino de Dios que viene, está por encima del mero cumplimiento, puntilloso según el parecer de otros, del descanso sabático.
 
D. Jesús tampoco infringió las normas alimentarias. Es verdad que comía con pecadores, pero nunca aparece acusado de ingerir alimentos impuros o prohibidos. La afirmación de Mc 7 de que Jesús "declaró puras todas las cosas" es un clarísimo comentario suyo, personal, que no corresponde a palabra ninguna de Jesús La máxima del nazareno, "lo que sale de la boca es lo que hace verdaderamente impuro al hombre", era una doctrina farisea que Jesús defiende. Lo único que pretende Jesús es profundizar en el espíritu auténtico de la Ley, no abolirla. Este punto de vista se clarifica con la cuestión del divorcio. Mientras la escuela de Hillel permitía al varón el libelo de repudio por cualquier causa, Jesús adopta la postura más rigorista de la escuela de Shammay: al marido sólo se le permite el divorcio si la mujer es adúltera, y la justifica con una interpretación más exigente de Gn 1,27, como palabra de Dios.
 
E Las famosas y supuestas antítesis, que debelan el valor de la Ley ("Se ha dicho, pero yo os digo...") como si fueran un manifiesto antinomista, van justamente en el mismo sentido: ahondar en el espíritu auténtico de la Torá, profundizar en el espíritu de la Ley: el hombre debe no sólo no matar, sino quitar la raíz del posible asesinato, el odio y la discordia; no sólo no adulterar, sino eliminar la raíz del adulterio, el mal deseo; no sólo no jurar, sino hablar tan transparentemente que sea innecesario el juramento, etc. ¿Quién en su sano juicio puede inferir de esta doctrina que Jesús no afirmaba la validez de la Ley? ¡Justamente todo lo contrario!
 
F. Los resúmenes de la Ley que hace Jesús (la llamada regla de oro "Compórtate con los demás como querrías que ellos hicieran contigo") o "Amor a Dios y al prójimo como resumen de la Ley y los profetas son exactamente las mismas que los de la mejor tradición de los maestros más venerados de entre los rabinos. Puede decirse que la actitud de Jesús respecto a la Ley de Moisés es "un interés omnipresente por el objetivo último de la Ley que él considera, primaria, esencial y positivamente, no como una realidad jurídica, sino como una realidad ético-religiosa que revela lo que él consideraba la conducta justa y ordenada por Dios respecto a los hombres y los deberes para con el mismo Dios.
 
G. El reino de Dios que Jesús predicaba es exactamente el mismo que habían proclamado los profetas. Él nunca necesitó explicar qué era exactamente el Reino de Dios, porque todos sus oyentes lo sabían, por su continua lectura en la sinagoga de la Biblia. Y la proclamación del Reino de Dios es la característica esencial de Jesús que lo define como un hombre en la línea total del pensamiento profético de la Biblia hebrea.
 
H. Jesús se muestra como piadoso judío al utilizar los libros sagrados como instrumento y medio de su predicación. En la predicación del Nazareno encontramos prácticamente todas las formas didácticas a base de la Escritura que practicaba el judaísmo antiguo.
 
Para todo aquel que desee mirar con ojos críticos por un lado, y sin ningún tipo de prejuicios por otro, se debe confesar como conclusión de lo expuesto que si los evangelistas pretendieron presentar a un Jesús que rompía con el judaísmo, hicieron muy mal su trabajo, pues en los evangelios quedan mil restos que prueban hasta la saciedad que la religión de Jesús no se diferencia en nada de la de un rabino carismático, piadoso y apocalíptico del Israel del s. I de nuestra era. La religión de Jesús es total y auténticamente judía y sus raíces se hallan en una fe que mueve montañas y en una decidida y muy judía "imitación de Dios. La esencia de la religión de Jesús, el judío es resumida a sí por G. Vermes: "Poderoso sanador de los física y mentalmente enfermos, amigo de pecadores, Jesús fue un predicador magnético de lo que constituye el corazón de la ley de Moisés, incondicionalmente entregado a predicar la llegada del Reino de Dios y a preparar para ello no a comunidades, sino a personas desvalidas. Siempre tuvo conciencia de la inminencia del final de los tiempos y de la intervención inmediata de Dios en un momento sólo conocido por Él, el Padre que está en los cielos, que ha de revelarse pronto, el sobrecogedor y justo juez, Señor de todos los mundos."
 
Por otro lado, los que sostienen esa extraña idea de que el Dios de Jesús no era el judío y que su religión no era judía no entienden a fondo el Evangelio de Juan. El nombre que Jesús, el revelador celestial –que desgraciadamente para los creyentes no es el Jesús histórico, sino el Jesús “fabricado” por los autores de este evangelio místico, no histórico– es la esencia  (“nombre” como esencia de la persona en hebreo) íntima del Dios que naturalmente, según el grupo johánico que compuso el cuarto  evangelio, ningún israelita conoce a fondo (su esencia, repito) hasta que ha llegado Jesús que era el revelador definitivo de cómo era Yahvé en verdad. La gente lo conocía superficialmente; el grupo del Cuarto Evangelio afirma que Jesús el revelador de ese Dios enseña cómo es ese Dios. Definitivamente según el Cuarto Evangelio: Antes de Jesús todos los israelitas conocían el “nombre” de Yahvé, pero imperfectamente; sólo Jesús revela su esencia íntima.
Si se lee el comentario de Gonzalo Fontana en “Los Libros del Nuevo Testamento” de Trotta del contexto (pp. 1398-1399),  se verá que esta cuestión no aparece ni por lo más remoto en el comentario.
17,25  Solo se comenta “Padre justo”, donde se afirma que “justo” es un adjetivo que solo se aplica ad y no a los hombres. Nada se dice de dar a conocer el Nombre porque es algo que se da por supuesto.
Gonzalo Fontana explica lo del nombre de Dios a propósito de Jn 4,26, el diálogo con la mujer samaritana. Esta dice:
“Sé que viene el Mesías, el llamado «Ungido»; cuando él llegue nos lo explicará todo.  Jesús le contestó: Yo soy, el que está hablando contigo”.
 
Comentario:
Yo soy: primera declaración explícita de la mesianidad divina de Jesús. Es el primero de los siete «yo soy» del Evangelio, paralelos a los siete signos-milagros, número de la perfección divina. Jesús se identifica con la fórmula «yo soy», sobre todo en sus usos absolutos, es decir, a los que no se añade nada (8,24; 8,28; 8,58; 13,19): «Y dijo Dios a Moisés: Yo soy el que yo soy [egó eimí hó ón]. Así dirás a los hijos de Israel: Yo Soy [hó ón] me envió a vosotros, el Dios de vuestros padres... Este es mi nombre para siempre, este mi memorial por todos los siglos»: (Éxodo 3,14-15). Jesús revela con sus obras actos la obra del Padre; de ahí que él, Jesús, lo haya revelado en su plenitud, en su sacratísimo nombre = su  esencia.
 
Como se puede observar, para el autor del comentario la deducción de que los discípulos “no conocían el nombre” y Jesús lo revela nada tiene que ver con que el Dios de Jesús no fuera Yahvé, el Dios común de todos los israelitas, sino que Jesús les revela mejor que nadie cómo es ese Dios. Les revela su nombre = su  esencia. De Yahvé, naturalmente, de cuyo nombre se habla, pero no se pronuncia, por respeto. No por ignorancia
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero

 
Miércoles, 8 de Marzo 2023

El cristianismo está en continua evolución


Escribe Antonio Piñero
 
 
La figura de Jesús en los evangelios sinópticos es ante todo la de un profeta, consciente de su función como tal, por elección divina, proclamador de la inminente llegada del reino de Dios. Es muy probable que Jesús como profeta tuviera de una alta autoestima. Es posible que se creyera mayor que Jonás (Mt 12,41:  “Los hombres de Nínive se levantarán con esta generación en el Juicio y la condenarán, porque ellos se arrepintieron con la predicación de Jonás; y miren, algo más grande que Jonás está aquí”); y mayor que Salomón al que  visita la Reina del Sur para disfrutar de su sabiduría (Mt 12,42:  “La Reina del Sur se levantará con esta generación en el Juicio y la condenará, porque ella vino desde los confines de la tierra para oír la sabiduría de Salomón; y miren, algo más grande que Salomón está aquí”). Jesús se veía a sí mismo ante todo como el profeta del final del mundo presente.
 
Pero, a la vez, es un Jesús que se reconoce humano, que jamás plantea ser un hijo de Dios especial, físico, óntico. La escena de Mc 14,61-62 con la respuesta de Jesús a la pregunta de Caifás (¿Eres tú el mesías, el hijo del Bendito? Y Jesús dijo: “Yo lo soy”) no vale para pensar que Jesús se consideraba “hijo de Dios” en el mencionado sentido físico, pleno, trinitario.
 
El mesías como «hijo de Dios, el Bendito» era una concepción muy judía, y significaba que –como caudillo del pueblo judío en nombre de la divinidad– el mesías regio, descendiente de David, era un ser humano adoptado por aquella como hijo, al igual que el rey de Israel en tiempos pasados (2 Samuel 7,14). La pregunta de Caifás «¿Eres tú el mesías?», es la misma que la que Juan Bautista hace sobre Jesús en Mt 11,3. El lector debe tener cuidado de no leer la pregunta/respuesta, y la situación entera, desde el punto de vista cristiano y entender «hijo de Dios/hijo del Bendito» en un sentido trinitario. Habla el sumo sacerdote judío a un Jesús judío, y ninguno de los dos tienen la menor idea de una trinidad y de un “hijo de Dios” como algo que hemos denominado “físico”, óntico, más allá de la mera filiación divina de todo ser humano, en especial el israelita, creado por Dios.
 
Así pues, el Jesús marcano es un Jesús que se sabe ignorante de algo que solo Dios conoce (no sabe cuándo será el fin del mundo: “Respecto a aquel día y hora, nadie sabe nada, ni los ángeles del cielo ni el Hijo, sólo el Padre”: Mc 13,32); un Jesús que no dispone a su antojo la disposición de los lugares preferentes en el futuro reino de Dios, lugares que solo Dios reparte (Mc 10, 38-40: “Ellos dijeron: Concédenos que uno se siente a tu derecha y el otro a tu izquierda en tu gloria…. Jesús respondió: el que os sentéis a mi derecha o a mi izquierda no es cosa mía concederlo, sino que es para quienes está preparado” = por Dios Padre); in Jesús consciente de su fracaso en Galilea (Lc 10,13: Jesús acepta que, a pesar de sus curaciones y exorcismos hechos en Cafarnaún, Corazín y Betsaida, las gentes de esas tres villas no hicieron caso de su mensaje: ¡Ay de ti Corazín! ¡Ay de ti Betsaida! Porque si los prodigios que se hicieron entre vosotros hubieran sido hechos en Tiro y Sidón, hace tiempo que se hubieran arrepentido sentados en cilicio y ceniza”); un Jesús débil y temeroso ante la muerte (la oración del huerto, en Getsemaní su sudor de sangre: Lc 22,44, sean o no históricos los detalles).
 
Por el contrario el Jesús del Cuarto Evangelio tiene una consciencia de sí mismo muy superior, puesto que es divino sin más, y se relaciona directamente con la divinidad como Hijo de esta desde siempre (Jn 14,7: el Padre está en él y él está en el Padre (Jn 14,10); un Jesús que se proclama uno con el Padre (aunque a la vez reconoce que el Padre es mayor que él porque él es quien lo envía: Jn 12,49;14,28); un Jesús que retorna al mundo celeste, superior, de donde procede (Jn 14,3): un Jesús  que es el Camino, la Verdad y la Vida (Jn 14,6), de tal modo que quien lo ha visto a él  ya ha visto al Padre (Jn 14,9); un Jesús que defiende que quien cree en él ha resucitado ya para una vida superior (Jn 5,24); un Jesús que  no es en absoluto débil, que se entrega a la muerte voluntaria y decididamente para cumplir la voluntad de su Padre; y que en el momento de su muerte piensa que exhibe su máxima glorificación al derrotar al Pecado y a la Muerte misma (Jn 12,23); un Jesús que tiene la capacidad de enviar, por su propia cuenta, al Espíritu del Padre de modo que pueda completar su propia revelación (Jn 15,26; 16,5). En una palabra un Jesús que es superior al mundo (Jn 15,18), superior a todo ser humano, aunque sea él quien salva al mundo entero (Jn 12,47).
 
Voluntariamente he omitido mencionar el Prólogo del Evangelio (Jn 1,1-18), porque en esta pieza hablan otros de Jesús / Verbo de Dios. El Prólogo al Evangelio es un himno compuesto dentro del grupo johánico, que a propósito de un comentario implícito a Génesis 1,1, se habla de la inhabitación en Jesús de una entidad totalmente divina, la Sabiduría-Palabra divinas, la mano derecha de Dios, la que crea el universo (Jn 1,3).
 
Es claro, pues, que entre el Jesús de Marcos –detrás del cual se transparenta sin duda el guerrero divino que triunfa sobre Satanás, y que hace portentosos prodigios como Yahvé (por ejemplo, la tempestad calmada: Mc 4,39)–,  y el Jesús de Juan ha habido un claro proceso de divinización que se dio en una comunidad judeocristiana determinada, situada probablemente en Éfeso, y que consideraba al Jesús verdadero y profundo un ser divino, encarnado en un humano. Ese Jesús era una entidad muy superior al Jesús de Marcos y el de Lucas (cuya comunidad, probablemente, se hallaba también en Éfeso).
 
Todo este conjunto indica que dentro de las oscuridades de la formación del cristianismo más primitivo podemos barruntar que hay concepciones sobre la verdadera identidad de Jesús muy diferentes y que el proceso de aclarar tal identidad estaba todavía en mantillas a finales del siglo I.
 
Se necesitarán siglos para que los teólogos empiecen a ponerse de acuerdo sobre esa identidad. Primero en Nicea (unos 225 años más tarde que la probable composición del Evangelio de Juan en torno al 100), y de una manera casi definitiva en el Concilio de Calcedonia en el 451, es decir, 350 años después de la composición del evangelio de Juan y aproximadamente unos 430 años tras la muerte de Jesús.
 
La formación del cristianismo fue un proceso lento en cuanto a su consistente cristalización teológica. Pero tal cristalización en todos sus aspectos (sociológico e ideológico sobre todo) no termina nunca, siempre cambiante. El conjunto del cristianismo de finales del siglo XX y principios del XX es muy diferente del de hoy día. Y no digamos del primer cristianismo; y más si lo compramos con el de hoy. Un conservadurismo a ultranza en lo teológico e incluso en las costumbres es contrario a la esencia del cristianismo que es un movimiento religioso en continua evolución.
 
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
  
https://www.trotta.es/libros/los-libros-del-nuevo-testamento/9788413640242/
Viernes, 3 de Marzo 2023

Dos obras habitualmente poco leídas por quienes se interesan por los orígenes del cristianismo ofrecen novedades de consideración sobre lo que supuso la Ley, las Leyes, de Dios. Colosenses y Efesios, cartas falsamente atribuidas a Pablo, en realidad de sus seguidores, son el tema de hoy.

Hoy escribe Eugenio Gómez Segura.


094.La Ley de Dios (5): la visión de los herederos de Pablo.
"Silla de Moisés", réplica de la hallada en la sinagoga de Korazim. Fotografía del autor.

Colosenses, escrita tras la muerte de Pablo, posiblemente poco después del año 80, resulta ser una carta muy importante por varios aspectos. El que nos interesa hoy, cómo concibió la Ley de Dios, o qué Ley de Dios quiso aceptar, si la mosaica o la reducida a los mandamientos, revela sorpresas.

Podemos decir una primera idea fácil: no aparece la palabra Ley (nómos) en la carta. La Ley como concepto y nombre, por tanto, no merece ser nombrada. Es más, deja de ser un elemento cósmico, universal, de intervención divina para mejorar el mundo. Ya sólo hay un elemento de tal categoría: Jesús, que es convertido en pacificador de cielo y tierra (Col 1, 20). El autor, el grupo que lo respalda, acaba imputándole algunos de los valores que Pablo había atribuido a la Ley de Moisés.

La omisión de la Ley parece ser más que casual: podemos pensar que el autor fue completamente consciente de su olvido. La razón para esta certidumbre es que sí se alude a la Ley de Moisés, es decir, es aludida pero no mencionada. La alusión es doble, en un caso, como decíamos, con la transferencia de sus poderes hacia Jesús considerado Cristo: “gracias al cual (Cristo) habéis sido también circuncidados con una circuncisión no hecha por manos humanas con el despojo de un miembro de la carne, sino con la circuncisión de Cristo”.

El paso dado respecto a lo que las comunidades gentiles habían oído de Pablo es notorio. En Rom 3, 30 el de Tarso dijo: “pues no hay más que un solo dios. El que absolverá a los circuncisos per medio de la fe y a los incircuncisos a través de la fe”. En Rom 15, 8 escribió: “Pues afirmo que el Ungido se hizo ministro de la circuncisión por la verdad de Dios, para confirmar las promesas hechas a los padres”, sentencia que deja claro el papel subordinado de Jesús atendiendo a las promesas hechas a los padres, que obviamente eran los padres del pueblo hebreo.
En Colosenses sí hay alusión a la Ley, indirecta, a propósito de las famosas reconvenciones hechas por los integrantes del grupo de Jerusalén años antes. En Col 2, 16-17: “que nadie os condene por lo relacionado con comida y bebida o fiestas, novilunios o sábados. Estas cosas son sombra de futuro, pero el presente es el cuerpo de Cristo”. Queda eliminada la importancia de la Ley de Moisés, derogada su vigencia para la vida cotidiana. Y hay una posible alusión a una idea griega muy pesimista sobre el género humano en general, una posible alusión a una frase del poeta Píndaro, que en el siglo V a. C. escribió: “el hombre es el sueño de una sombra” (Píndaro, Pítica 8, 95). Si el futuro no existe, ¿cómo va a proyectar sombra? La irrealidad absoluta es lo que se atribuye a la Ley de Moisés.

Se puede deducir que los grupos gentiles de seguidores de Yahvé como único dios, creyentes en Jesús como desencadenante de un cambio total en el discurrir de los tiempos y el mundo, para los años 80-85 ya habían empezado a caminar por sendas intelectuales que a Pablo no le hubieran gustado demasiado. Ya se les hacía conveniente incluso no nombrar una idea vital para su maestro.

Efesios. Esta carta, normalmente asociada por la investigación moderna a Colosenses y también considerada como falsamente atribuida a Pablo, ofrece una perspectiva parcialmente distinta sobre la Ley. Si bien en muchos aspectos sigue las líneas de la primera, al hablar de la Ley de Moisés ofrece unas reflexiones que pueden estar más cerca de Pablo que de Colosenses. El núcleo que nos interesa es Ef 2, 11-21 (Traducción tomada de Los libros del Nuevo Testamento, pp. 1190-1):

11 Por ello, recordad que en otro tiempo erais gentiles según la carne, llamados prepucio por la que se llama circuncisión, hecha a mano en la carne. 12 Estabais en aquel tiempo lejos de Cristo, apartados de la ciudadanía de Israel y ajenos a las alianzas de la promesa, sin esperanza y sin Dios en el mundo. 13 Pero ahora, en Cristo Jesús, los que en otro tiempo estabais lejos os habéis situado cerca por la sangre de Cristo. 14 Pues él es nuestra paz, el que ha hecho de dos pueblos uno solo y ha derribado la pared medianera que los separaba, borrando con su carne la enemistad. 15 Abolió la ley de los mandamientos con sus decretos para crear en sí mismo de los dos un solo hombre nuevo haciendo la paz, 16 y para reconciliar con Dios a los dos en un solo cuerpo por la cruz; ha matado en sí mismo la enemistad. 17 Cuando vino, os anunció la paz a los que estabais lejos y también a los que estaban cerca. 18 Porque por medio de él tenemos unos y otros el acceso al Padre en un solo Espíritu. 19 En consecuencia, ya no sois extranjeros ni forasteros, sino que sois conciudadanos de los santos y familiares de Dios, 20 edificados sobre el cimiento de los apóstoles y profetas, del que Cristo Jesús es la piedra angular. 21 Construida sobre él toda la edificación, crece hasta convertirse en un templo santo en el Señor. Sobre él también estáis edificados vosotros para ser morada de Dios en el Espíritu.

El autor de Efesios, como se puede apreciar, quería recordar una “historia común” con los judíos. Intentaba repetir los argumentos de Pablo para hacer ver que no se trataba de un olvido completo del mundo judío, de una innecesaria memoria de un pasado que no debía ofrecer sombras de futuro. El texto buscaba incidir en lo explicado en Romanos a lo largo de todo su texto: dos antiguos pueblos, con sus peculiaridades raciales, convertidos en un solo pueblo.

Pero el texto habla de la abolición de la Ley de los mandamientos (ton nómon tôn entolôn), que no es la de los simples diez mandamientos sino la de los 613 preceptos, es decir, la de Moisés. Y es de tener en cuenta que se hable de que Jesús la abolió, es decir, que no mantuvo para unos una ley y para otros otra, que dejó de ser ministro de la Ley para convertirse en quien superaba la Ley. Además, esta frase está precedida y continuada por sendas menciones a la paz, lo cual debería precisar el contexto previo de disputas con Jerusalén y la consecuente paz “alcanzada” tras la primera guerra contra Roma, la destrucción del templo de Jerusalén y la reconstrucción del judaísmo tras estos hechos. Esto permite al menos considerar que el autor pensaba en la actitud judía como superada en la historia universal por la actitud ofrecida por los gentiles que permitían el avance de la nueva noticia. La idea de un Jesús pacificador respondería también a los hechos históricos recientes.

Jesús habría sido convertido, también para el autor y la comunidad destinataria de Efesios, en la culminación de la historia, como muestran los últimos versículos, en los que se desarrolla la idea de edificio convertido en templo, un edificio convertido en templo por obra del venerado Jesús Cristo (en hô en griego con valor de causa o medio). Es Jesús el autor de la paz universal, es Jesús el autor de la unidad de los hijos de Dios.
Para resumir, estas dos cartas, escritas entre los años 80-90, ofrecen ideas sobre la Ley de Moisés que el “padre” de estas comunidades nunca hubiera mantenido. Según avanzamos hacia el año 100, estamos más cerca de ver constituido y consolidado el cristianismo.

Saludos cordiales.
 
Domingo, 19 de Febrero 2023
Escribe Antonio Piñero
 
 
Afirmé al final de la entrega anterior que hacía falta que pasara un cierto tiempo para que se formase una verdadera tradición sobre Jesús. ¿Por qué puede ser esto así? Creo que la clave está en lo que sabemos por el desarrollo de las creencias judeocristianas, de que tras la resurrección de Jesús Dios había declarado a Jesús “señor y mesías” (Hechos de Apóstoles 2,36).
 
Y lo podemos suponer porque eso de que el mesías fuera declarado por Dios juez de vivos y muertos no era una creencia solo de los judeocristianos sino también de otros judíos piadosos, como los “henóquicos”, los judíos que afirmaban que cuando viniese el mesías, se vería claramente que ese mesías no era otro que el patriarca Henoc vuelto del cielo a la tierra (Gn 5,24).
 
En la literatura henóquica del “Libro de las Parábolas de Henoc” (capítulos 37-71 del conocido apócrifo 1 Henoc) el mesías es señor y prácticamente solo juez universal de vivos y muertos… Apenas tiene cualquier otra función: solo juzgar a los malvados. Y tenemos sobradas sospechas de que el cristianismo primitivo conocía ese Libro de Las Parábolas, pues entre los cristianos y los henóquicos discutían quién era ese ser humano (un “hijo de hombre”) a quien Dios había elevado a la categoría de señor y mesías. Como acabo de escribir, los henóquicos decían ese “hijo de hombre” era el profeta Henoc (Gn 5,24), mientras que los cristianos decían que era Jesús de Nazaret.
 
Y el vocablo “mesías” significaría probablemente para Pedro, no que Dios lo nombraba mesías después de su resurrección, título que probablemente había asumido ya Jesús –además del de profeta– al final de su vida, sino que lo confirmaba en el cargo o función de “mesías” que ya tenía, es decir, guía del pueblo en el mundo por venir.
 
En lo que estoy profundamente en desacuerdo con S. Guijarro, cuyo libro sobre “Los Evangelios” comento,  es en su idea de que Jesús habría de retornar como “el Hijo del Hombre” (observen que lo escribo con mayúsculas y con dos artículos).  Y mi argumento es: esta expresión para designar al Mesías era totalmente desconocida entre los judíos del siglo I. En mi opinión, y la de muchos otros, no la utilizó Jesús más que como (este) “hijo de hombre”, totalmente correcta en arameo, su lengua materna, para designarse a sí mismo sin emplear el “yo”. Y sostengo que esa expresión solo sería tomada, o interpretada como título mesiánico por los traductores del arameo al griego de los dichos de Jesús en la colección que ahora se conoce como “La Fuente Q”, o la “Fuente de los dichos”, hacia el año 50 más o menos. En la versión al griego de los dichos de Jesús esa expresión extraña a la lengua griega, “hijo de hombre” pasó, por necesidades de la lengua griega para ser inteligible a los hablantes del griego, a “el Hijo del Hombre”, con dos artículos. Probablemente ese paso no fue un error de traducción, sino una necesidad de inteligibilidad.
 
La comunidad principal de los primeros seguidores de Jesús se había situado en Jerusalén, pues algunos –sobre todo los componentes de los Doce– habrían retornado a la capital después de la huida a Galilea tras el prendimiento. Esta vuelta a la boca del lobo, a la ciudad en donde Jesús había sido ajusticiado, es probable. Razón: porque la esperanza común entre los judíos piadosos era que el mundo nuevo o reino mesiánico comenzaría en Jerusalén, o más exactamente con una aparición triunfante de Dios en el Monte de los Olivos (Zacarías 14,4, tras el triunfo de Dios y su mesías en la batalla escatológica librada contra las fuerzas del Mal) y luego un descenso hasta la capital.
 
Esta idea suponía que un Jesús, así robustecido y confirmado por Dios, como “señor” y “mesías / juez de vivos y muertos”, volvería rápidamente a la tierra para terminar su función de mesías, abruptamente detenida con su muerte violenta e injusta. Y suponía también que una vez instaurado el reino de Dios (en el que Jesús sería “señor”), vendría rápidamente el Juicio Final, en el que ese “señor” actuaría de juez (Mateo 25,31), sentado ya en un trono de gloria.
 
Pero ocurrió que esta venida inmediatísima empezó a retrasarse, con lo cual el grupo de seguidores de Jesús tendría que remodelarse mejor como tal grupo dentro del mundo, y organizarse para una espera que nadie sabía cuándo terminaría. En ese momento, tanto de espera como de consciencia de que Jesús estaba vivo, de que vivía entre ellos, de que se podía anunciar a otros esta venida y ganarles para la causa concediéndoles la oportunidad de participar en la salvación, es cuando los recuerdos toman forma de tradición y empiezan a transmitirse a la gente que se iba a agregando al grupo primigenio y querían saber más del Maestro al que no habían conocido y cuyo retorno se anhelaba. No antes.
 
Ahí comienza la formación de la tradición sobre Jesús, no antes, insisto. Y ¿por qué “no antes”? Por la sencilla razón de que la vuelta a la tierra de Jesús como mesías pleno, que instauraría el reino de Dios sería inmediata, rapidísima, y porque la sesión del Juicio Final, se sucedería también de modo rapidísimo. Y si esto es así, ¿qué sentido tenía formar una tradición de los dichos y hechos de Jesús si todos los seguidores de él se los sabían de memoria porque su memoria estaba fresca?
 
Y de nuevo, si esto es así, se puede suponer razonablemente que la tradición verdadera de Jesús no se forma limpia y llanamente con los simples recuerdos de Jesús, sino que en su transfondo late la vivificante idea de que ese Jesús había sido ya resucitado y que estaba a la derecha de Dios…, confirmado como mesías e instituido como señor y juez del Juicio Final (Mateo 25). Según Hechos de apóstoles (Hch 7,56), ese Jesús estaba a la espera, de pie, al lado de Dios, presto para una pronta acción  como juez, o bien, se lo imaginaba sentado en un trono algo más pequeño que el de Dios, con cortesanos a su lado (Mt 20,21), si se pensaba que la venida tardaría un poquito más. La tardanza era lo que importaba / fastidiaba. Y si la espera se antojaba demasiado larga, podía imaginarse bien que en ese entretiempo, el constituido señor y mesías estaba aguardando la orden del Padre para volver no ya de pie, sino sentado a su lado en un trono más pequeño…¡naturalmente inferior!
 
Y precisamente por estas creencias en el destino de Jesús que se formaron muy rápidamente en la mente de sus seguidores un vez que creyeron que Jesús había sido resucitado por Dios, se explica ese dicho  de la denominada escuela de la “Historia de las formas” cuando afirma que “No poseemos ni una sola «sentencia», ni un solo relato sobre Jesús –aunque sean indiscutiblemente auténticos– que no contenga al mismo tiempo la confesión de fe de la comunidad creyente, o que al menos no la implique” (Günther Bornkamm, “Jesús de Nazaret”, vers. española, Sígueme, Salamanca 1982, p. 15).
 
Así que no hay tradición de Jesús que no transparente de una forma u otra la fe en un señor y mesías resucitado. Es una tradición transida por una fe. Y la fe hace ver las cosas de una manera diferente a la del que no tiene fe.
 
Seguiremos.
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
 
https://www.trotta.es/libros/los-libros-del-nuevo-testamento/9788413640242/
Martes, 14 de Febrero 2023

Como ya se sabe, hay una interpretación propia detrás de cada evangelio y cada texto neotestamentario, sea éste reconstruido o recibido. Veamos cuál es la idea que sobre la Ley tuvieron los grupos que estuvieron detrás de estos textos.

Hoy escribe Eugenio Gómez Segura.


093. La Ley (4): las comunidades de seguidores de Jesús.
Gentiles y judíos, el problema de la Ley de Moisés. Fotografía del autor.

Un breve repaso a la cuestión de la Ley analizando qué pensaban los diferentes grupos de seguidores de Jesús podría ser el siguiente.
 
1. Jerusalén, el grupo liderado por la familia de Jesús, primero por Jacob su hermano (Santiago), después por un tío de Jesús, Clopas o Cleofás, y por un primo, Simeón. Este grupo, centrado en la capital, no pudo dejar de ser muy fiel devoto de la Ley de Moisés por los acontecimientos que se deducen de Gálatas y Hechos de los Apóstoles a propósito del llamado “Concilio de Jerusalén”. Como es bien sabido, en esa reunión se discutió la postura que sobre la Ley defendía Pablo: había una Ley de Moisés para los judíos y una Ley universal (resumida en los diez mandamientos) para muchas otras personas que, comportándose correctamente, podrían entrar en el nuevo reino de Yahvé como gentiles. Este grupo de Jerusalén defendió y actuó en favor de la tradicional Ley mosaica como demuestra el propio motivo de redacción de Gálatas: unos enviados de Jerusalén habían convencido a los gentiles gálatas (seguidores por tanto de la postura paulina de Ley universal) para circuncidarse y pasar a ser judíos de pleno derecho.

2. Pablo, judío ortodoxo de escuela farisea y totalmente entregado a su dios nacional, defendió esa Ley universal para los gentiles, de manera que así se podrían añadir al escaso número de judíos que, además de nacer judíos, cumplían plenamente la Ley de Moisés y su espíritu. Su apuesta por una rebaja de la Ley debido a que el tiempo se acababa y había que apostar por cumplir las profecías que integraban a gentiles (es decir a no circuncidados) en el nuevo reino, fue decisiva: tras la revuelta del 66 contra Roma y la pérdida casi completa de importancia del grupo de Jerusalén, sólo quedó un grupo fuerte de seguidores de un Jesús Mesías y creyentes en un solo dios, los Gentiles a los que se había dirigido el de Tarso, los futuros cristianos.
 
3. Comunidad detrás de la fuente Q. Parece que esta comunidad de Galilea pudo argumentar que había que mantener la Ley de Moisés (Mt 5, 18 y Lc 16, 17: la Ley no pasará) pero también ofrece en su colección de dichos de Jesús ciertas reservas ante la Ley de Moisés (Mt 10, 17-19 y Lc 12, 11-12: declarar en las sinagogas) y su duración (Mt 5, 18 y Lc 16, 17: la Ley hasta Juan). Esto lleva a pensar en la actualidad que la fuente Q tuvo, en este sentido, dos formas consecutivas de entender el problema: la primera, más antigua, fiel al movimiento íntegramente judío de Jesús de Nazaret; la segunda, más moderna, cercana ya a las tesis de Pablo respecto a los gentiles.

4. La comunidad tras el evangelio conocido como Marcos ya estaba distanciada de Jerusalén y su doctrina sobre la Ley de Moisés. El hecho de que en Mc se critique a la familia de Jesús (Mc 3, 31-33: “¿Quiénes son mi madre y mis hermanos? El que cumple la voluntad de Dios ése es mi hermano, mi hermana, mi madre”) y que se destaquen ciertas desavenencias con los fariseos basan la idea del alejamiento entre esta comunidad y la tradición puramente judía. Así mismo, Mc 11, 17 insiste en que los gentiles deberían poder rezar en el templo, cosa que, como se sabe, corresponde a un modo aperturista (paulino) de entender la aplicación de la Ley.

5. La comunidad tras Mateo, en cambio, parece ser más institucional que la de Marcos o el último estrato de Q. El abundantísimo uso de la tradición bíblica en este evangelio refuerza la idea de que el carácter judío de la misma era la norma básica. Aunque repite ese evangelio la discrepancia con fariseos, no se duda del carácter sinagogal de la congregación, así como de la ausencia casi segura de gentiles, lo cual lleva a pensar en una posición del autor de Mateo muy particular: frente a otros judíos ortodoxos su comunidad pensaría que la Ley de Moisés, tal como la entendía Jesús (o lo que ellos consideraban que entendía Jesús) era la respuesta al problema que había planteado Pablo al proponer la Ley universal para los gentiles. Debieron pensar que la Ley se resumía en la sentencia sobre el amor (Levítico 19, 18), resumido todo en Mt 22, 34-40. Es decir, con un simple cumplimiento de la Ley sin “corazón” no valdría, postura que abunda en el profeta Isaías.

6. Lucas y su comunidad, por su parte, son en general más conciliadores con todas las tradiciones anteriores, sobre todo considerando que estimaban a Pablo como la conjunción perfecta de todo lo anterior y resumían en él cualquier divergencia anterior. Los detalles universalistas de este evangelio (siervo del centurión Lc 7, 4-5; buen samaritano Lc 10, 25-37; genealogía desde Adán Lc 3, 23-38) ya apuntan a la reforma paulina. Que las frases contra la familia de Jesús en la anécdota contada por Marcos queden suavizadas (Lc 8, 19-21) ya informa de los propósitos respecto a la iglesia de Jerusalén, en época de la redacción de Lc ya capitidisminuida. Puesto que considera el autor que la desaparición de Jerusalén es consecuencia de cómo se comportaron los judíos con Jesús (Lc 19, 44) supone un descrédito implícito hacia su intransigente postura legalista. Las citas de Q en las que se reconviene de algún modo la exactitud de la Ley de Moisés reflejan este punto que se continúa en cierta forma al  mostrar la historia dividida en dos: hasta Jesús, desde Jesús; hasta Jerusalén, desde ahí hasta Roma.
 
En resumen, partiendo de un Jesús legalista y sólo mínimamente discrepante con algunas interpretaciones que en su época se hacía de la Ley de Moisés, se llegó paulatinamente a un abandono del integrismo legalista para alcanzar soluciones más abiertas que llevarán a la aceptación única de los diez mandamientos.

Saludos cordiales.
 
Lunes, 6 de Febrero 2023

Notas

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Un enlace a un debate entre Eugenio Gómez Segura y Antoni Piñero sobre la existencia o no del “Cuerpo místico de Cristo” en la teología paulina:
 
 
https://youtu.be/HvK828X7jcc
 
 
Miércoles, 1 de Febrero 2023

Blog 12.- 1277 / 01-02-2023


¿Fue Marcos discípulo de Pedro o de Pablo? (y III)
Escribe Antonio Piñero
 
 
Es esta mi última entrega / comentario al libro de Mar Pérez i Díaz, cuyo título es el de esta postal.
 
He concentrado mi comentario en la Introducción del libro de M. Pérez porque creo que, en este caso, la autora presenta muy bien el tema y el interés del tema propuesto, y porque ponerme a discutir pormenorizadamente los puntos concretos en los que la autora va desgranando el punto de vista del evangelista y lo va contrastando con el de Pablo haría de esta reseña una suerte de tratado polémico interminable. Y no es ahora el caso.
 
 
En general me he manifestado, y me ratifico en la idea de que la autora expone mejor el punto de vista del Evangelista que el de Pablo mismo, ya que –en mi opinión– la exégesis de la M. Pérez se mueve por terrenos que no tienen en cuenta el último estado de la investigación paulina que de la mano de autores protestantes y sobre todo judíos ha iluminado mucho, muchísimo, diría yo cómo hay que entender el pensamiento de fondo del llamado “apóstol de los gentiles”.
 
Y finalmente he comentado ya que –como el libro que reseñamos ha sido publicado en 2022– la autora habría tenido tiempo de sobra de enterarse de estas nuevas corrientes de interpretación, ya que yo mismo las he expuesto en castellano en mi libro “Guía para entender a Pablo de Tarso” del 2015, publicado en una editorial señera en España como es Trotta (una editorial independiente), libro que en 2019 tuvo su segunda edición. Este volumen ni siquiera aparece mencionado en la bibliografía, pero sí artículos de muy breve factura…, pero de gentes que son “de la escuela de pensamiento” de la autora.
 
Pues bien, afirmo que el libro de Mar Pérez es muy interesante, e importante, ya que el tema en sí aborda una de las cuestiones fundamentales de los orígenes del cristianismo, a saber cómo eran los primerísimos tiempos de la generación de una secta judía mesianista y cómo se va convirtiendo este en una religión nueva.
 
Afirmo, con la mayoría de los intérpretes, que el judeocristianismo era simplemente una secta judía “mesianista”, es decir, que afirmaba que el mesías era Jesús, que era el mesías verdadero a pesar del aparente fracaso de su muerte en cruz algo que chocaba frontalmente con el pensamiento general sobre el mesías en el siglo I en Israel), y que en lo demás se diferenciaba bien poco del resto de otros grupos mesianistas de su época, como los henóquicos o los esenios del Mar Muerto).Y la cuestión que se plantea en el fondo el libro de M. Pérez es  si en esos primero decenios tras la muerte de Jesús (hasta el año 70-75) había dos grupos básicos, nucleares (grupúsculos habría más), de interpretación de la muerte de Jesús o bien tres grupos.
 
 
En la investigación de hoy sobre Pablo creo que pueden discernirse –aunque con dificultades–  una cierta división de opiniones al respecto:
 
 A) Sólo había dos grupos: 1. El formado en torno a Santiago, Juan y Pedro: judeocristiano, y 2. El formado en torno a los misioneros judíos de la Diáspora en Antioquía, que hacia los años 50-65 tenía ya un personaje muy destacado por su teología que era Pablo de Tarso.
 
B) Había en realidad tres grupos: 1. El formado en torno a Santiago en Jerusalén (del que pronto desaparece Juan). 2. Un subgrupo de esta formación jerusalemita, el de Pedro, más abierto a los gentiles / paganos, y 3. El grupo “antioqueno” que a la postre fue liderado por Pablo.
 
Los que tienden a defender esta posición suelen afirmar que el grupo 2, el petrino, llegó a formar el núcleo de la “Gran Iglesia”, unificada y unificante, separada con bastante nitidez de la facción paulina, exagerada y rompedora en su teología, a la cual el grupo petrino “domestica” y “lima” en sus aristas teológicas exageradas, acabando por integrarla finalmente en la “Gran Iglesia”, netamente petrina.
 
La defensa de esta posición B) se basa fundamentalmente en que la teología de los tres evangelios sinópticos, Marcos, Mateo y Lucas, es esencialmente petrina, sobre todo la del primero, Marcos, porque representan una teología distinguible de la Pablo, una teología que sostenía “que todas las coincidencias entre Pablo y Marcos –el modelo al que siguen Mateo y Lucas–, reflejaban puntos de vista generales, compartidos por todos, del cristianismo primitivo” (p. 18) y no específicamente paulinos.
 
 
Esta posición B) es exactamente la que es cuestionada en su base por el libro de Mar Pérez: la teología del evangelista Marcos es esencialmente paulina y no petrina/santiaguesa-jerusalemita. Ahora bien, este libro que comentamos progresa en la investigación porque no es ya el estudio de unas cuantas coincidencias, dos, tres o cuatro, entre la teología de Marcos y la de Pablo, sino un trabajo de conjunto, amplio, global, que intenta abordar la búsqueda y el análisis de todas la secciones del Evangelio de Marcos “que están en consonancia con el pensamiento de Pablo”.
 
Naturalmente, la autora no defiende que todo lo que leemos en Marcos sea paulino, sino que propone “mostrar cómo el primer evangelista retoca y cambia las fuentes que recibe para que estén con consonancia con Pablo”, teniendo en cuenta que Pablo escribe cartas y que Marcos compone una suerte de historia biográfica de Jesús, lo que hace que su impostación literaria sea diferente a la de su modelo teológico, el paulino. Lo que intenta el libro de Mar Pérez no es presentar a Pablo ante los ojos del lector, sino la interpretación que el evangelista Marcos hace de Jesús, que en muchísimos puntos está de acuerdo con el pensamiento teológico de Pablo.
 
Aunque no lo diga expresamente en su Introducción, Mar Pérez i Díaz está minando con su libro la base para pensar que la Gran Iglesia Petrina estaba sustentada por una teología particular de Marcos y colegas que sería diferente a la de Pablo, con lo cual nuestra autora está diciendo de una manera indirecta algo que he defendido yo mismo desde hace muchísimo tiempo, a saber, que la presunta Gran Iglesia Petrina, unificada y unificante que acoge en su seno a un paulinismo ya depurado y suavizado no existió jamás.
 
Así pues, en síntesis, bienvenido sea al “mercado teológico” de lengua hispana ese libro de Mar Pérez, a la que solo le desearía que obtuviera las consecuencias de su trabajo para la historia ideológica del cristianismo primitivo y que profundizara más en el conocimiento de la teología de fondo de Pablo.
 
Para ello tendrá que concederse un tiempo para profundizar en las tesis cardinales del pensamiento paulino sobre la Ley, la naturaleza del Mesías, y la importancia real de la conversión de los gentiles en Pablo, pensando cayendo en la cuenta de que para él quien se salva no son “los “gentiles en sí” o los “pueblos gentiles”, sino ante todo Israel, el Israel mesiánico,  y que ese es el núcleo de una teología paulina, en la que en el fondo los gentiles desempeñan una función relativamente secundaria ante la exigencia de esa salvación ante todo del pueblo elegido, el cual como un olivo verdadero, recibe algunos injertos de un oleastro salvaje, los cuales también se salvarán.
 
Enhorabuena, pues, por ese trabajo y mi deseo que obtenga de él todas las consecuencias para el dibujo de la génesis del cristianismo.
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
 
NOTA
 
Un enlace a un debate entre Eugenio Gómez Segura y Antoni Piñero sobre la existencia o no del “Cuerpo místico de Cristo” en la teología paulina:
 
 
https://youtu.be/HvK828X7jcc
 
 
Miércoles, 1 de Febrero 2023
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Editado por
Antonio Piñero
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.





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