Notas
Escribe Antonio Piñero El título de esta postal corresponde con bastante exactitud al título de un libro publicado hace muy poco tiempo por el Profesor de Lenguas Semíticas de la Universidad Central de Barcelona, Francisco del Río Sánchez, editado en inglés por UCO Press (Ediciones de la Universidad de Córdoba) en su serie “Semitica Antiqva” 5. El título en inglés es “Living on Blurred Frontiers. Jewish Devotees of Jesus and Christian Observers of the Law in Palestine, Syria and Mesopotamia” (5th–10tf Centuries), ISBN 978-84-9927-585-7. 186 pp. Coeditor es la “Unidad cordobesa para la investigación del Oriente Próximo” (Cordoba Near Eastern Research Unit), junto con el DTR (Department of Theology and Religion) de la Universidad de Durham, Reino Unido. Los editores de la serie son Ignacio Márquez Rowe por parte española y Wilfred G. E. Watson, por la inglesa). Es muy probable que al estar en inglés esta obra pase desapercibida a los interesados en temas de religión de los antiguos judaísmo y cristianismo. Y precisamente por ello quiero insistir en este libro ya que toca (a base de la edición, traducción y anotaciones al pie de páginas de textos en latín, siríaco, hebreo, griego) en su inmensa mayoría desconocidos por los lectores españoles. Por otro lado, y ya que la obra es muy interesante por lo que diré, pregunto si sería posible que la UCO proporcionara en castellano una copia electrónica de la obra. Con la publicación y explicación de siete textos antiguos (los libros que los editan y explican tardan mucho en “morir” ya que ofrecen herramientas básicas para la investigación) el autor quiere contribuir al estudio del judeocristianismo en el arco de poblaciones de lengua semítica desde Palestina hasta el próximo Oriente mesopotámico. Con ello logra hacer una estupenda contribución a dar consistencia a una idea doble que es poco común entre nosotros, incluso entre gente muy aficionada a la historia del cristianismo primitivo: A. El judeocristianismo (gente que a Jesús como el último gran profeta y mesías, concediéndole a menudo casi un estatus divino, o semidivino…, pero al mismo tiempo permanecen como fieles observantes de la ley de Moisés) no feneció, ni mucho menos, después de las dos grandes catástrofes del pueblo judío como resultado de las tres grandes revueltas contra Roma. Siguió viviendo, aunque con menor entidad. Estas catástrofes que contribuyeron a la disminución del judeocristianismo en la historia fueron la primera Gran Guerra del 66-70; las revueltas en Chipre y el norte de África en tiempos de Trajano en el 114-116; la segunda Gran Guerra en tiempos del emperador Adriano, concluida en el 135, que casi aniquiló al judaísmo palestino y a muchos judeocristianos. Sin duda el golpe fue tan fuerte que los judíos superviviente de Palestina estuvieron en un exilio continuado hasta 1948. B. Las fronteras entre judaísmo (religión hermana, no madre, del cristianismo, secta en sus inicios desgajada de una matriz común) y cristianismo no fueron en absoluto nítidas a finales del siglo III, hacia el año 200, cuando puede decirse que la secta disidente de seguidores de Jesús se había convertido casi en una religión nueva. Entre otras, quizás la razón principal de la división fue que la nueva secta había divinizado casi totalmente a Jesús (¡horror para los judíos!) y tenía un cuerpo de escritos sagrados propios, lo que luego se llamó el Nuevo Testamento. Pero las fronteras entre judaísmo y cristianismo no fueron nítidas durante decenios y decenios porque 1. Hasta bien entrado el siglo V coexistían con cierta paz ambas “confesiones” (judía y cristiana); 2. Siguieron existiendo fieles devotos de Jesús y a la vez de la Ley de Moisés completa y, 3. El tránsito desde un cristianismo rígido al judaísmo era relativamente fluido. Alguien podría extrañarse de que la más contundente literatura judeocristiana e la época a la que nos estamos refiriendo, la “Novela de Clemente”, también llamada “Literatura Pseudoclementina”, haya florecido en Siria desde el siglo III hasta el V (desde una suerte de escrito básico de esa novela, hasta la escritura de tres recensiones, versiones bastante diferentes de ella en griego, latín y siríaco). El apóstol Pedro, el héroe de esta literatura afirma respecto a los judíos de Jerusalén: “Con frecuencia, enviándonos emisarios, rogaban que hablásemos con ellos de Jesús, si él era el profeta que Moisés predijo, el mesías eterno. Pues en esto solamente estriba la diferencia entre nosotros los que hemos creído en Jesús frente a los incrédulos judíos” (“Reconocimientos” I 43,1-2). En España se conocía ya la idea de las fronteras borrosas entre judaísmo y cristianismo durante los siglos II al V gracias a la estupenda traducción de Carlos A. Segovia –y a la editorial Trotta que la editó– de la importante obra de Daniel Boyarin, “Espacios fronterizos. Judaísmo y cristianismo en la Antigüedad Tardía” (“Border Lines. The Partition of Judaeo-Christianity”) en el 2013. Es muy interesante lo que dice Boyarin en su Prefacio a este libro: “Sugiero que las fronteras entre judaísmo y cristianismo han sido históricamente construidas mediante actos de violencia discursiva (muchas veces real) dirigidos especialmente contra los herejes… que encarnan la inestabilidad” del judaísmo y el cristianismo. Con otras palabras: fueron los dirigentes de los cristianos (los obispos) y los dirigentes de los judíos (los rabinos) los que en los siglos III al V construyeron artificialmente fronteras (ideológica-dogmáticas) para sentirse cómodos y mandar más seguramente en sus fieles respectivos. Más claro aún: para Boyarin fueron los obispos y los rabinos quienes crearon el judaísmo y el cristianismo a lo largo de esos siglos. Un poco exagerada quizás, pero con su exageración ayuda muchísimo a comprender cómo fue realmente la separación de dos religiones hermanas. El Libro de Francisco del Río va, pues, exactamente en esta dirección. Y amplía el espacio temporal que contemplaba D. Boyarin por medio del acopio de textos impactantes hasta el siglo X. No hay, pues, separación temprana de judaísmo y cristianismo… Hubo gente que cruzó tranquilamente la frontera hacia un lado y hacia el otro sin hacerse demasiados problemas… y siguió existiendo naturalmente el judeocristianismo que es una suerte de mezcla de las dos… hasta hoy día. Escribe F. del Río: “Mi intención en estas páginas es analizar con cierta extensión siete textos procedentes de los siglos V al X, en la que se hace referencia a ciertos grupos y personas que vivieron ciertamente en esas fronteras borrosas situadas entre esos polos extremos del judaísmo ortodoxo y el cristianismo. Ante la falta de detalles más precisos, el hecho más relevante vinculado con ellos es que su comportamiento diferente atrajeron ocasionalmente la atención, y causaron sorpresa e inquietud en sus correligionarios más ortodoxos” (p. 25). Por último, como comentarista me ha sorprendido un tanto que –en la “Bibliografía” dividida en dos partes; la segunda es de autores “modernos”– entre las “Fuentes primarias” para comprender los textos Francisco del Río cita a “El Pastor” de Hermas (ciertamente un escrito que puede denominarse judeocristiano, ya que su autor era hermano de Pío, el obispo de Roma hacia el 150) pero de ningún modo alude a la Literatura Pseudoclementina, que abarca también el siglo V (lo que queda de la recensión siríaca es un manuscrito del 411, conservado en el British Museum), como obra judeocristiana muy importante citada o extractada por Eusebio de Cesarea, Epifanio de Salamis, Juan Damasceno (estos últimos muy ampliamente). Probablemente el autor dará cumplida respuesta a esta mi mínima crítica a su espléndida obra. Saludos cordiales de Antonio Piñero www.antoniopinero.com
Jueves, 18 de Marzo 2021
Comentarios
Notas
La costumbre antigua de recordar a los difuntos heroizados mediante tumbas, algunas vacías, se mantuvo durante los primeros años de la cristiandad, incluso se convirtió en elemento indispensable de algunas obras arquitectónicas de gran calado histórico.
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| ️️ "TRAS 50 AÑOS DE ESTUDIO, PUEDO DECIR ESTO..." ️️ Antonio Piñero le ha dedicado más de media vida al estudio del Jesús histórico. Quedamos con él para pr... |
| 🧕 Antonio Piñero ha pasado más de 40 años estudiando los evangelios, el Jesús histórico y toda la literatura relacionada. Aprovechamos que fue profesor de M... |
Miércoles, 10 de Marzo 2021
Notas
La tradición religiosa cristiana recoge el culto a los santos como uno de sus puntales. Las similitudes con la tradición grecorromana (al menos) son demasiado grandes como para no conocerlas.
Hoy escribe Eugenio Gómez Segura.
Un milagro de la Ermita-Santuario de San Tirso y San Bernabé (Merindad de Sotoscueva). Foto de M. J. Valiño.
Podemos distinguir al menos dos detalles en la tradición milagrosa cristiana. Uno de ellos es la pronta aparición de semejanzas entre los héroes paganos y los santos cristianos, por ejemplo, una pareja de santos que curiosamente es muy similar a lo que la tradición clásica afirmaba sobre los médicos más famosos de la mitología. Cosme y Damián eran dos gemelos médicos nacidos de padres cristianos y fechados en el s. III. Ejercieron la medicina en Cilicia, concretamente en Egea (moderna Ayas), incluso se dice que gratuitamente. Si sus saberes no alcanzaban, su fe en Dios les otorgaba el plus sanador necesario, al punto que lograron convertir a numerosos paganos. Su muerte ocurrió durante la persecución de Diocleciano: fueron apresados junto a sus tres hermanos menores y sometidos a tortura, lapidación, crucifixión, pero de todo ello salieron vivos. Finalmente, se decretó su decapitación, cosa que, al parecer, sí fue efectiva.
La leyenda sobre estos mártires no sólo incluye el milagro de su persistente resistencia a los tormentos. Resulta muy interesante observar cómo, una vez muertos, actuaron como lo hacía otro médico inmortal, Asclepio, que durante el sueño realizaba la curación o inspiraba el remedio. Así, el milagro más conocido de estos santos quizá sea la curación de una pierna afectada de isquemia crítica. El diácono Justiniano, adscrito a la basílica en Roma de estos santos, sufría de peligrosa gangrena en una de sus piernas. Durante una noche, tras mucho rezar a los hermanos, éstos se le aparecieron en un sueño discutiendo cómo curar el problema. Decidieron amputar y después sustituir la pierna con una de un etíope recientemente muerto que “ya no iba a necesitar la suya”. Al despertar, el diácono se sintió restablecido y comprobó que su mal ya había desaparecido de su cuerpo.
La similitud con el milagro de Asclepio que mencioné en el post 049 es grande. Y más lo es el hecho que los santos fueran hermanos, como los míticos Macaón y Podalirio, que en la Ilíada aparecen como los médicos del ejército griego. La curación más conocida de éstos es la que lograron para Filoctetes, uno de los caudillos griegos que, durante el viaje a Troya, fue mordido por una serpiente en la isla de Ténedos. El incidente le produjo una horrible infección putrefacta y maloliente que llevó a sus compañeros a dejarlo abandonado en la isla. Cuando, de resultas de un oráculo, Filoctetes fue llevado a Troya para conquistar la ciudad, los hermanos lo curaron de esa especie de gangrena.
El segundo detalle interesante de la tradición cristiana sobre santos milagreros (en realidad casi todos), es la existencia de muchos santuarios de los mismos que celebran las extraordinarias curaciones: mediante pintura, esculturas y poemas que relatan (a veces en forma de precedente de los cómics modernos) la historia de esas curaciones, costumbre que tenemos perfectamente registrada en Epidauro, donde Asclepio inspiraba durante los sueños la curación. Un ejemplo entre muchos es la imagen que encabeza este post, tomada en el santuario de San Tirso y San Bernabé en las cuevas de Ojo-Guareña. El techo de la cueva y las paredes desde cierta altura están cubiertos de frescos que representan milagros ayudados de poemas para explicación de las imágenes.
Sobre el particular de los milagros, en esta ocasión ligados a la figura de Jesús de Nazaret, he aquí un enlace a una entrevista que me hizo Gabriel Andrade unos meses atrás:
https://www.youtube.com/watch?v=oLi5z89f4XQ
Saludos cordiales
Podemos distinguir al menos dos detalles en la tradición milagrosa cristiana. Uno de ellos es la pronta aparición de semejanzas entre los héroes paganos y los santos cristianos, por ejemplo, una pareja de santos que curiosamente es muy similar a lo que la tradición clásica afirmaba sobre los médicos más famosos de la mitología. Cosme y Damián eran dos gemelos médicos nacidos de padres cristianos y fechados en el s. III. Ejercieron la medicina en Cilicia, concretamente en Egea (moderna Ayas), incluso se dice que gratuitamente. Si sus saberes no alcanzaban, su fe en Dios les otorgaba el plus sanador necesario, al punto que lograron convertir a numerosos paganos. Su muerte ocurrió durante la persecución de Diocleciano: fueron apresados junto a sus tres hermanos menores y sometidos a tortura, lapidación, crucifixión, pero de todo ello salieron vivos. Finalmente, se decretó su decapitación, cosa que, al parecer, sí fue efectiva.
La leyenda sobre estos mártires no sólo incluye el milagro de su persistente resistencia a los tormentos. Resulta muy interesante observar cómo, una vez muertos, actuaron como lo hacía otro médico inmortal, Asclepio, que durante el sueño realizaba la curación o inspiraba el remedio. Así, el milagro más conocido de estos santos quizá sea la curación de una pierna afectada de isquemia crítica. El diácono Justiniano, adscrito a la basílica en Roma de estos santos, sufría de peligrosa gangrena en una de sus piernas. Durante una noche, tras mucho rezar a los hermanos, éstos se le aparecieron en un sueño discutiendo cómo curar el problema. Decidieron amputar y después sustituir la pierna con una de un etíope recientemente muerto que “ya no iba a necesitar la suya”. Al despertar, el diácono se sintió restablecido y comprobó que su mal ya había desaparecido de su cuerpo.
La similitud con el milagro de Asclepio que mencioné en el post 049 es grande. Y más lo es el hecho que los santos fueran hermanos, como los míticos Macaón y Podalirio, que en la Ilíada aparecen como los médicos del ejército griego. La curación más conocida de éstos es la que lograron para Filoctetes, uno de los caudillos griegos que, durante el viaje a Troya, fue mordido por una serpiente en la isla de Ténedos. El incidente le produjo una horrible infección putrefacta y maloliente que llevó a sus compañeros a dejarlo abandonado en la isla. Cuando, de resultas de un oráculo, Filoctetes fue llevado a Troya para conquistar la ciudad, los hermanos lo curaron de esa especie de gangrena.
El segundo detalle interesante de la tradición cristiana sobre santos milagreros (en realidad casi todos), es la existencia de muchos santuarios de los mismos que celebran las extraordinarias curaciones: mediante pintura, esculturas y poemas que relatan (a veces en forma de precedente de los cómics modernos) la historia de esas curaciones, costumbre que tenemos perfectamente registrada en Epidauro, donde Asclepio inspiraba durante los sueños la curación. Un ejemplo entre muchos es la imagen que encabeza este post, tomada en el santuario de San Tirso y San Bernabé en las cuevas de Ojo-Guareña. El techo de la cueva y las paredes desde cierta altura están cubiertos de frescos que representan milagros ayudados de poemas para explicación de las imágenes.
Sobre el particular de los milagros, en esta ocasión ligados a la figura de Jesús de Nazaret, he aquí un enlace a una entrevista que me hizo Gabriel Andrade unos meses atrás:
https://www.youtube.com/watch?v=oLi5z89f4XQ
Saludos cordiales
Domingo, 7 de Marzo 2021
Notas
Escribe Antonio Piñero
Foto: san Pablo
Sigo con lo apuntado en mi postal de la pasada semana. En mi amigable confrontación con R. Carrier (a la verdad no sé si lee español; pero es facilísimo que lo haga y que no se lamente de que no se le entienda. Con el traductor de Google o con Deep L es más que fácil cambiar en segundos, y gratis todo lo que no contenga más de 5.000 caracteres) afirmo que no estoy discutiendo con él sobre la aplicación del teorema de Bayes –que vuelve a explicar en “Sobre la historicidad de Jesús”, su obra de 2014, en la afirma en la p. 17 que este último escrito hace que su obra anterior “Proving History” queda periclitada, “supersedes” en inglés.
Y no aplico este teorema por la sencilla razón que creo que las pruebas de verosimilitud presentadas por mí y resumidas en mi postal anterior, son suficientes. Seguro que Carrier se reirá de mí sarcásticamente. Pero no me importa. Léase el resumen al principio de mi postal anterior.
Vayamos, pues, al grano.
A la vez que afirmo que Pablo conoce la tradición sobre el Nazareno, sostengo como cierto que el Apóstol cambió radicalmente la figura del Jesús histórico. Jesús se veía a sí mismo como un ser humano normal, aunque con una relación especialísima con Dios; Pablo, por el contrario, hace de él un ser humano transformado --tras su resurrección/exaltación-- en un ser divino, secundario ciertamente, pero divino al fin y al cabo, cuyo mesianismo, como concepto al menos, es preexistente. Dios pensó su mesianismo antes de la creación. Es sabido, pues, que de este modo el Jesús de la historia se convierte en un salvador universal que olvida conscientemente su caracterización histórica como un mesías, profeta o maestro de la Ley judío.
Pablo transmutó también el mensaje (evangelio) del Jesús de la historia: de ser un anuncio de la venida del Reino de Dios, absolutamente irrelevante en el mundo helenístico, de características netamente judías y pensado en principio sólo para los israelitas observantes de la Ley y gentiles plenamente convertidos (prosélitos), pasó a convertirse en un mensaje de salvación universal, en el anuncio de la muerte y resurrección del redentor Jesús, el evento que reconcilió a la criatura pecadora con Dios, es decir, lo que realizó la salvación para todos los humanos no solo para los judíos.
El concepto de la salvación del ser humano en Pablo es muy distinto del de Jesús de Nazaret. El sistema de salvación del hombre según el Jesús histórico fue cumplir la ley de Moisés completa, haciendo hincapié en el precepto del amor, y prepararse con el arrepentimiento para la entrada en el reino de Dios. Ahora bien, el sistema de salvación según Pablo consistía esencialmente en creer en los efectos salvadores el sacrificio del Mesías divino y apropiarse de sus beneficios. Para Jesús la salvación estaba en el futuro; para Pablo, en un acto/evento en el pasado.
El cambio de perspectiva, iniciado por Pablo, no deja de ser natural si lo contemplamos en el marco histórico de la generación y expansión del ideario paulino dentro del Imperio romano, y en el ámbito de la confrontación, más o menos explícita, con el mensaje de salvación del culto al emperador y de los cultos de misterio de la época, que prometían igualmente la salvación.
Del mismo modo, y permítanme que insista, cambia el concepto de mesías para los judíos que aceptaban que Jesús de Nazaret lo era. Unido, pues, al cambio en la concepción del Reino de Dios, Pablo transmutó profundamente el anuncio de un mesianismo estrictamente judío, que habría de llevar a la instauración de la teocracia israelita y al aplastamiento del yugo de los gentiles, en otro pacífico.
He repetido a menudo que la noción anterior del mesías, judío, no podía tener atractivo ni posibilidad de éxito alguno entre los posibles candidatos a la conversión en el Imperio; sólo podría interesar a quien hubiera decidido de antemano que estaba dispuesto a convertirse en judío.
Esta acomodación al entorno explica también que en las cartas de Pablo se suprima el título mesiánico de “Hijo del hombre”, incomprensible para los que no fueran arameo parlantes. Para designar a Jesús, el Apóstol utilizará preferentemente otros títulos como “Hijo de Dios”, y sobre todo “el Señor” en sentido absoluto, es decir, sin ninguna añadidura. Solo hay un Señor.
En las cartas paulinas la afirmación de que Jesús es el mesías según la fe de Israel aparece en realidad disfrazada para llegar a un número mayor de conversos; las palabras “mesías”, “ungido”, “cristo”, pasarán a ser como denominaciones, o un nombre propio completo del único salvador, llamado Jesucristo.
Pablo efectúa un cambio de acento en la concepción del bautismo, iniciada por Juan Bautista y continuada por Jesús. El rito paulino de entrada al cuerpo místico del Mesías, el bautismo, no es él normal judío (una simple purificación de “manchas” rituales), pues manifestaba que el iniciando participaba de la peripecia de muerte y resurrección de la divinidad salvadora. Entonces recibía el bautizando un nombre, a modo de “sello”, que indicaba que era propiedad del Mesías.
Y el cambio en el sentido de la “fracción del pan” (“partir el pan” era muy judío) fue tremendo. La “fracción del pan” en una comida judía solemne simbolizaba al principio la unión del grupo y no la comunión íntima con el Mesías. Pablo la muda en este sentido, transformándola en una unión mística con el Mesías, con lo que hacía competir la imagen de Jesús con la de las divinidades salvadoras que pululaban en el Imperio.
La eliminación de la obligatoriedad de la totalidad de la ley de Moisés para los gentiles conversos, que se injertan en Israel, era en Pablo una radical novedad respecto a Jesús, ya que adquiere una dimensión universal que no existía en el Nazareno.
En el pensamiento de Gálatas y sobre todo en Romanos, la supresión de la obligatoriedad de la observancia de la parte de la ley de Moisés que era específica para los judíos (Romanos 7,1-25) se transforma para el creyente gentil en el Mesías (6,10) en una maravillosa realidad de libertad espiritual que incita a actuar noblemente, siempre según el espíritu de la ley del amor.
Naturalmente esta idea no casa con la noción expresada por Jesús de que hay que cumplir hasta la mínima porción de la Ley: “No penséis que he venido a abolir la Ley y los Profetas. No he venido a abolir, sino a dar cumplimiento. Sí, os lo aseguro: el cielo y la tierra pasarán antes que pase una i o una tilde de la Ley sin que todo suceda…” (Mateo 5,17-18), sentencias cuyo espíritu al menos corresponden al pensamiento del Jesús histórico.
En fin… el paso de Jesús a Pablo es tremendo.
Saludos cordiales de Antonio Piñero
www.antoniopinero.com
Foto: san Pablo
Sigo con lo apuntado en mi postal de la pasada semana. En mi amigable confrontación con R. Carrier (a la verdad no sé si lee español; pero es facilísimo que lo haga y que no se lamente de que no se le entienda. Con el traductor de Google o con Deep L es más que fácil cambiar en segundos, y gratis todo lo que no contenga más de 5.000 caracteres) afirmo que no estoy discutiendo con él sobre la aplicación del teorema de Bayes –que vuelve a explicar en “Sobre la historicidad de Jesús”, su obra de 2014, en la afirma en la p. 17 que este último escrito hace que su obra anterior “Proving History” queda periclitada, “supersedes” en inglés.
Y no aplico este teorema por la sencilla razón que creo que las pruebas de verosimilitud presentadas por mí y resumidas en mi postal anterior, son suficientes. Seguro que Carrier se reirá de mí sarcásticamente. Pero no me importa. Léase el resumen al principio de mi postal anterior.
Vayamos, pues, al grano.
A la vez que afirmo que Pablo conoce la tradición sobre el Nazareno, sostengo como cierto que el Apóstol cambió radicalmente la figura del Jesús histórico. Jesús se veía a sí mismo como un ser humano normal, aunque con una relación especialísima con Dios; Pablo, por el contrario, hace de él un ser humano transformado --tras su resurrección/exaltación-- en un ser divino, secundario ciertamente, pero divino al fin y al cabo, cuyo mesianismo, como concepto al menos, es preexistente. Dios pensó su mesianismo antes de la creación. Es sabido, pues, que de este modo el Jesús de la historia se convierte en un salvador universal que olvida conscientemente su caracterización histórica como un mesías, profeta o maestro de la Ley judío.
Pablo transmutó también el mensaje (evangelio) del Jesús de la historia: de ser un anuncio de la venida del Reino de Dios, absolutamente irrelevante en el mundo helenístico, de características netamente judías y pensado en principio sólo para los israelitas observantes de la Ley y gentiles plenamente convertidos (prosélitos), pasó a convertirse en un mensaje de salvación universal, en el anuncio de la muerte y resurrección del redentor Jesús, el evento que reconcilió a la criatura pecadora con Dios, es decir, lo que realizó la salvación para todos los humanos no solo para los judíos.
El concepto de la salvación del ser humano en Pablo es muy distinto del de Jesús de Nazaret. El sistema de salvación del hombre según el Jesús histórico fue cumplir la ley de Moisés completa, haciendo hincapié en el precepto del amor, y prepararse con el arrepentimiento para la entrada en el reino de Dios. Ahora bien, el sistema de salvación según Pablo consistía esencialmente en creer en los efectos salvadores el sacrificio del Mesías divino y apropiarse de sus beneficios. Para Jesús la salvación estaba en el futuro; para Pablo, en un acto/evento en el pasado.
El cambio de perspectiva, iniciado por Pablo, no deja de ser natural si lo contemplamos en el marco histórico de la generación y expansión del ideario paulino dentro del Imperio romano, y en el ámbito de la confrontación, más o menos explícita, con el mensaje de salvación del culto al emperador y de los cultos de misterio de la época, que prometían igualmente la salvación.
Del mismo modo, y permítanme que insista, cambia el concepto de mesías para los judíos que aceptaban que Jesús de Nazaret lo era. Unido, pues, al cambio en la concepción del Reino de Dios, Pablo transmutó profundamente el anuncio de un mesianismo estrictamente judío, que habría de llevar a la instauración de la teocracia israelita y al aplastamiento del yugo de los gentiles, en otro pacífico.
He repetido a menudo que la noción anterior del mesías, judío, no podía tener atractivo ni posibilidad de éxito alguno entre los posibles candidatos a la conversión en el Imperio; sólo podría interesar a quien hubiera decidido de antemano que estaba dispuesto a convertirse en judío.
Esta acomodación al entorno explica también que en las cartas de Pablo se suprima el título mesiánico de “Hijo del hombre”, incomprensible para los que no fueran arameo parlantes. Para designar a Jesús, el Apóstol utilizará preferentemente otros títulos como “Hijo de Dios”, y sobre todo “el Señor” en sentido absoluto, es decir, sin ninguna añadidura. Solo hay un Señor.
En las cartas paulinas la afirmación de que Jesús es el mesías según la fe de Israel aparece en realidad disfrazada para llegar a un número mayor de conversos; las palabras “mesías”, “ungido”, “cristo”, pasarán a ser como denominaciones, o un nombre propio completo del único salvador, llamado Jesucristo.
Pablo efectúa un cambio de acento en la concepción del bautismo, iniciada por Juan Bautista y continuada por Jesús. El rito paulino de entrada al cuerpo místico del Mesías, el bautismo, no es él normal judío (una simple purificación de “manchas” rituales), pues manifestaba que el iniciando participaba de la peripecia de muerte y resurrección de la divinidad salvadora. Entonces recibía el bautizando un nombre, a modo de “sello”, que indicaba que era propiedad del Mesías.
Y el cambio en el sentido de la “fracción del pan” (“partir el pan” era muy judío) fue tremendo. La “fracción del pan” en una comida judía solemne simbolizaba al principio la unión del grupo y no la comunión íntima con el Mesías. Pablo la muda en este sentido, transformándola en una unión mística con el Mesías, con lo que hacía competir la imagen de Jesús con la de las divinidades salvadoras que pululaban en el Imperio.
La eliminación de la obligatoriedad de la totalidad de la ley de Moisés para los gentiles conversos, que se injertan en Israel, era en Pablo una radical novedad respecto a Jesús, ya que adquiere una dimensión universal que no existía en el Nazareno.
En el pensamiento de Gálatas y sobre todo en Romanos, la supresión de la obligatoriedad de la observancia de la parte de la ley de Moisés que era específica para los judíos (Romanos 7,1-25) se transforma para el creyente gentil en el Mesías (6,10) en una maravillosa realidad de libertad espiritual que incita a actuar noblemente, siempre según el espíritu de la ley del amor.
Naturalmente esta idea no casa con la noción expresada por Jesús de que hay que cumplir hasta la mínima porción de la Ley: “No penséis que he venido a abolir la Ley y los Profetas. No he venido a abolir, sino a dar cumplimiento. Sí, os lo aseguro: el cielo y la tierra pasarán antes que pase una i o una tilde de la Ley sin que todo suceda…” (Mateo 5,17-18), sentencias cuyo espíritu al menos corresponden al pensamiento del Jesús histórico.
En fin… el paso de Jesús a Pablo es tremendo.
Saludos cordiales de Antonio Piñero
www.antoniopinero.com
Jueves, 4 de Marzo 2021
Notas
Un último aspecto (pese a que otros pueden apuntarse) servirá para entender la necesidad de encontrar en los difuntos un apoyo de los dioses para los males de la humanidad: los ancestros milagreros y oraculares.
Hoy escribe Eugenio Gómez Segura
Santuario de Anfiarao en Oropo.
Pausanias, en su guía de viajes, describió el santuario y su culto (I 34, 3-5). Del héroe dice:
Creo que Anfiarao se dedicaba sobre todo a la interpretación de los sueños; y es claro que, cuando fue considerado dios, instituyó la adivinación por los sueños. Es costumbre que el que viene a consultar el oráculo de Anfiarao debe en primer lugar purificarse. La purificación consiste en hacer sacrificios al dios, y no sólo a él, sino a todos los que tienen en el altar sus nombres, Una vez hecho esto, sacrifican un carnero, extienden su piel y se duermen sobre ella, esperando la revelación del sueño (trad. de M. C. Herrero Ingelmo).
Las ruinas que se puede visitar en la actualidad están situadas en una boscosa y cerrada garganta por la que discurre un riachuelo. En la margen izquierda, en una terraza artificial, está el templo, los restos de un pórtico y algún edificio. En la margen derecha hay una pequeña población de cuyas ruinas destaca un reloj de agua, quizá el mejor conservado de Grecia.
Otro mortal de cuya vida post mortem se afirmó ser divina es Asclepio. En este caso su raigambre entronca con Apolo, de quien era hijo, lo cual ayudaría, sin duda, a terminar considerándolo un dios. El bueno de Asclepio adquirió tales conocimientos médicos que llegó a resucitar muertos, lo cual rompía la barrera entre dioses y hombres y, en consecuencia, no debía ser consentido: Zeus lo fulminó. Apolo rogó por su hijo, quitó hierro al asunto y consiguió que su vástago terminara en el Olimpo venerado como dios.
Asclepio recibió su principal culto en el santuario de Epidauro, en cuyo recinto se estableció un oráculo médico que combinaba medicina experimental, veneración y ciertas dosis de magia. Entre los hallazgos más importantes del santuario se puede citar una colección de inscripciones que detallan los milagros del hombre-dios, inscripciones que reciben el nombre de iamata. Una de ellas reza así:
Un hombre con un absceso en su vientre. Este hombre, mientras dormía en el templo, tuvo un sueño. Le pareció que el dios ordenaba a sus asistentes que cogieran y alzaran al hombre de manera que él pudiera abrir su vientre; él trató de escapar pero lo agarraron y lo ataron a una aldaba. Entonces Asclepio abrió su vientre, eliminó el absceso y lo liberó de sus ataduras. Después de lo cual salió sano pero el suelo del santuario estaba lleno de sangre (IG IV2 1 nos. 121-122).
Además de estas inscripciones, en los santuarios se colgaban exvotos para propiciar o para agradecer las curaciones y oráculos, muchos de los cuales se han conservado por ser de cerámica o piedra (pintura en madera, por ejemplo, lamentablemente no conservamos ninguna).
En el oráculo sucede los siguiente: cuando un hombre decide bajar al santuario de Trofonio, en primer lugar vive un número determinado de días en un edificio que está consagrado al Buen Demon y a la Buena Tique, y, mientras vive allí, hace las purificaciones, se mantiene apartado de baños calientes, y se bala sólo en el río Hercina. Tiene carne abundante de los sacrificios, pues el que baja hace sacrificios a Trofonio y a los hijos de Trofonio, y además a Apolo… El oráculo está más arriba del bosque sagrado en la montaña. Alrededor, en del círculo, hay un zócalo blanco, cuya circunferencia es como la más pequeña era… Pues bien, el que baja se tiende en el suelo mientras sostiene en la mano dos panes de cebada amasados con miel, pone primero los pies en el agujero y avanza, esforzándose para que sus rodillas queden dentro del agujero. El resto del cuerpo es atraído en seguida y corre tras las rodillas como el más grande y más veloz de los ríos cubriría a un hombre llevado por un remolino., A partir de aquí, los que han entrado en el santuario no tienen un mismo modo de aprender lo que va a suceder, sino que uno ve y otro escucha. Los que han bajado pueden volver atrás por la misma entrada, también con los pies por delante (Pausanias IX 39, traducción de M. C. Herrero Ingelmo).
Saludos cordiales.
https://www.eugeniogomezsegura.es/
logos@eugeniogomezsegura.es
- Anfiarao y Asclepio.
Pausanias, en su guía de viajes, describió el santuario y su culto (I 34, 3-5). Del héroe dice:
Creo que Anfiarao se dedicaba sobre todo a la interpretación de los sueños; y es claro que, cuando fue considerado dios, instituyó la adivinación por los sueños. Es costumbre que el que viene a consultar el oráculo de Anfiarao debe en primer lugar purificarse. La purificación consiste en hacer sacrificios al dios, y no sólo a él, sino a todos los que tienen en el altar sus nombres, Una vez hecho esto, sacrifican un carnero, extienden su piel y se duermen sobre ella, esperando la revelación del sueño (trad. de M. C. Herrero Ingelmo).
Las ruinas que se puede visitar en la actualidad están situadas en una boscosa y cerrada garganta por la que discurre un riachuelo. En la margen izquierda, en una terraza artificial, está el templo, los restos de un pórtico y algún edificio. En la margen derecha hay una pequeña población de cuyas ruinas destaca un reloj de agua, quizá el mejor conservado de Grecia.
Otro mortal de cuya vida post mortem se afirmó ser divina es Asclepio. En este caso su raigambre entronca con Apolo, de quien era hijo, lo cual ayudaría, sin duda, a terminar considerándolo un dios. El bueno de Asclepio adquirió tales conocimientos médicos que llegó a resucitar muertos, lo cual rompía la barrera entre dioses y hombres y, en consecuencia, no debía ser consentido: Zeus lo fulminó. Apolo rogó por su hijo, quitó hierro al asunto y consiguió que su vástago terminara en el Olimpo venerado como dios.
Asclepio recibió su principal culto en el santuario de Epidauro, en cuyo recinto se estableció un oráculo médico que combinaba medicina experimental, veneración y ciertas dosis de magia. Entre los hallazgos más importantes del santuario se puede citar una colección de inscripciones que detallan los milagros del hombre-dios, inscripciones que reciben el nombre de iamata. Una de ellas reza así:
Un hombre con un absceso en su vientre. Este hombre, mientras dormía en el templo, tuvo un sueño. Le pareció que el dios ordenaba a sus asistentes que cogieran y alzaran al hombre de manera que él pudiera abrir su vientre; él trató de escapar pero lo agarraron y lo ataron a una aldaba. Entonces Asclepio abrió su vientre, eliminó el absceso y lo liberó de sus ataduras. Después de lo cual salió sano pero el suelo del santuario estaba lleno de sangre (IG IV2 1 nos. 121-122).
Además de estas inscripciones, en los santuarios se colgaban exvotos para propiciar o para agradecer las curaciones y oráculos, muchos de los cuales se han conservado por ser de cerámica o piedra (pintura en madera, por ejemplo, lamentablemente no conservamos ninguna).
- Trofonio.
En el oráculo sucede los siguiente: cuando un hombre decide bajar al santuario de Trofonio, en primer lugar vive un número determinado de días en un edificio que está consagrado al Buen Demon y a la Buena Tique, y, mientras vive allí, hace las purificaciones, se mantiene apartado de baños calientes, y se bala sólo en el río Hercina. Tiene carne abundante de los sacrificios, pues el que baja hace sacrificios a Trofonio y a los hijos de Trofonio, y además a Apolo… El oráculo está más arriba del bosque sagrado en la montaña. Alrededor, en del círculo, hay un zócalo blanco, cuya circunferencia es como la más pequeña era… Pues bien, el que baja se tiende en el suelo mientras sostiene en la mano dos panes de cebada amasados con miel, pone primero los pies en el agujero y avanza, esforzándose para que sus rodillas queden dentro del agujero. El resto del cuerpo es atraído en seguida y corre tras las rodillas como el más grande y más veloz de los ríos cubriría a un hombre llevado por un remolino., A partir de aquí, los que han entrado en el santuario no tienen un mismo modo de aprender lo que va a suceder, sino que uno ve y otro escucha. Los que han bajado pueden volver atrás por la misma entrada, también con los pies por delante (Pausanias IX 39, traducción de M. C. Herrero Ingelmo).
Saludos cordiales.
https://www.eugeniogomezsegura.es/
logos@eugeniogomezsegura.es
Domingo, 28 de Febrero 2021
Notas
Queridas amigas, queridos amigos:
Creo que esta entrevista sobre “El Jesús de los filólogos” podría ser interesante para algunos.
Paso el enlace
Saludos cordiales
https://youtu.be/-aYeKtSuFpU
Saludos cordiales
Creo que esta entrevista sobre “El Jesús de los filólogos” podría ser interesante para algunos.
Paso el enlace
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https://youtu.be/-aYeKtSuFpU
Saludos cordiales
Viernes, 26 de Febrero 2021
Notas
Jesús no fue inventado desde la nada por Pablo
(25-02-2021) (1165)
Escribe Antonio Piñero
Foto: La legendaria caída del caballo (El Mundo)
Sobre que Pablo fue el que inventó (sic,según R. Carrier) hemos hablado ya en la postal 1158 del ¿De qué Jesús estamos hablando? III, del 14-01-2021 destacando brevemente de los siguientes siete puntos:
1. Pablo menciona en Rm 1,3 que Jesús en cuanto hombre es un descendiente de David. Así que lo considera un ser humano y solo pasa a otra dimensión tras su muerte y resurrección.
2. Pablo conoce ciertamente la tradición existente de dichos de Jesús, aunque apenas los cite directamente; sólo dos veces, en 1 Cor 7,10-11 = Mt 5,32 + 19,4-6, y 1 Cor 9,14 = Lc 10,7
3. Según la tradición más difícil, extraordinariamente difícil porque va contra todo el resto de relatos del descenso de la cruz y el entierro de Jesús –y por tanto probablemente la más genuina–, la de Hechos 13,27-29, se presenta a un Pablo diciendo que no fue José de Arimatea el que bajó a Jesús de la cruz, sino los esbirros de las autoridades judías..
4. Toda la teología de Pablo habla solo de la reinterpretación no de la vida terrenal del mesías, que le importaba un comino, sino solo de su muerte (y su consiguiente resurrección), pero sobre todo de su muerte.
5. En mi opinión Carrier interpreta mal el pasaje de Romanos 16,25-26, “el evangelio y la predicación de Jesucristo”.
Deseo completar ahora esta perspectiva utilizando parte del material de la Aclaración XV: “Jesús y Pablo ¿Fue Pablo el verdadero fundador del cristianismo?” de mi libro “Guía para entender a Pablo. Una interpretación del pensamiento paulino, Trotta, Madrid, 2ª edición de 2018, pp. 372-379.
La relación de Jesús y Pablo es compleja ya que no es posible asegurar si Pablo conoció personalmente a Jesús (2 Cor 5,16). Pero sí podemos preguntarnos, si tras recibir noticias de él por sus compañeros en la fe, utilizó o no el Apóstol el material oral y escrito que se iba generando sobre Jesús, parte del cual acabó dentro de los escritos evangélicos.
Ciertamente Pablo muestra interés por la tradición recibida y su transmisión (1 Tes 4,1; 1 Cor 11,2). No es difícil reunir los datos concretos que sobre la vida de Jesús, aparte de su pasión, muerte y resurrección, ofrece Pablo: Jesús es descendiente de Abrahán, nacido de mujer y nacido bajo la Ley (Gál 4,4), hijo de David (Rom 1,1-4), paciente, obediente hasta el extremo, justo; no conoció el pecado (2 Cor 5,21); fue servidor de los judíos para anunciarles la verdad (Rom 15,8); tuvo hermanos (1 Cor 9,5; Gál 19); no vivió para complacerse a sí mismo (Flp 2,1ss; Rom 15,3); se entregó a sí mismo al sufrimiento hasta la muerte en cruz (Flp 2,6ss); fue intérprete de la Ley y dador de normas (Gál 6,2). Sabemos, además que citas estrictas del Jesús terreno sólo hay dos ( en 1 Cor 7,10 y 9,14).
James D. G. Dunn “The Theology of Paul the Apostle”, Eerdmanns, Grand Rapids, USA, 1998,190-195, ha recogido posibles ecos de la tradición sinóptica en los siguientes pasajes: Rom 1,16 (No me avergüenzo del evangelio); en los textos de Pablo sobre el Reino de Dios indican un conocimiento de la predicación de Jesús al respecto; Rom 14,17 (también acerca del Reino, pero interpretado como protesta contra la ausencia de comensalidad común entre judeocristianos y paganocristianos); Rom 8,15-17/Gál 4,6-7 (Abba); 2 Cor 10,1 (mansedumbre y modestia de Cristo); Flp 1,8 (entrañas de Cristo Jesús); Rom 12,14 (amor a los enemigos); Rom 14, 14 (nada es impuro por sí mismo); 1 Cor 13,2 (fe que mueve montañas); 1 Tes 5,2.4 (el Señor viene como un ladrón; somos hijos de la luz); 1 Tes 5,13 (vivir en paz unos con otros). Rom 13,14 (revestirse de Cristo) y Rom 15,1-5 (no buscar la complacencia personal).
Estos pasajes paulinos apuntan a una imitación de Cristo en la vida moral y a una enseñanza sobre la vida de Cristo en la catequesis bautismal (Rom 6,17: Habéis obedecido de corazón a aquel modelo de doctrina al que fuisteis entregados). Todo ello indica que –a pesar de que la ética de Pablo es “profana” por lo general (Aclaración 8ª, p. *)--, tiene en cuenta que Jesús fue un maestro de sabiduría y que no puede ser desdeñado en este ámbito en absoluto, aunque de él interese sobre todo su final en este mundo, es decir, la cruz.
Pablo conoce, por tanto la tradición sobre Jesús, y si sólo pone su atención en los hechos capitales de su final terrestre es porque así lo exige su teología. Pablo simplifica y desjudaíza la figura y misión de Jesús para poder presentarlo ante los ciudadanos del Imperio como el redentor universal. Sus conversos, más que actualizar los dichos y hechos del Jesús terreno, deben vivir con el Mesías y ser crucificados con él.
Su aparente desconocimiento del Jesús histórico no se debe a ignorancia, sino a que a Pablo no le interesa más que la obra de Dios al final de la vida de aquel: el acto supremo de reconciliación de la humanidad con su Creador por medio de la cruz (2 Cor 5,19). Pablo contempla la figura del Jesús terrestre desde la óptica del resucitado y exaltado tras cumplir su misión, y a veces funde y confunde las dos figuras (1 Cor 2,8): “Pablo no distingue entre la autoridad del Cristo exaltado (1 Tes 4,15-17 y la del Cristo terreno (1 Cor 7,19; 9,14); el terreno y el exaltado son la misma cosa” (Becker, 155). Por ello no queda claro cuál es pensamiento del Apóstol sobre la naturaleza del mesías terreno.
Seguiremos hablando, pues, sobre si Pablo fue o no el fundador del Cristo inventando a un Jesús, sacándolo de la chistera, como un prestidigitador… a lo que apunta la tesis de R. Carrier.
Saludos cordiales de Antonio Piñero
http://adaliz-ediciones.com/home/36-el-jesus-que-yo-conozco.html
Foto: La legendaria caída del caballo (El Mundo)
Sobre que Pablo fue el que inventó (sic,según R. Carrier) hemos hablado ya en la postal 1158 del ¿De qué Jesús estamos hablando? III, del 14-01-2021 destacando brevemente de los siguientes siete puntos:
1. Pablo menciona en Rm 1,3 que Jesús en cuanto hombre es un descendiente de David. Así que lo considera un ser humano y solo pasa a otra dimensión tras su muerte y resurrección.
2. Pablo conoce ciertamente la tradición existente de dichos de Jesús, aunque apenas los cite directamente; sólo dos veces, en 1 Cor 7,10-11 = Mt 5,32 + 19,4-6, y 1 Cor 9,14 = Lc 10,7
3. Según la tradición más difícil, extraordinariamente difícil porque va contra todo el resto de relatos del descenso de la cruz y el entierro de Jesús –y por tanto probablemente la más genuina–, la de Hechos 13,27-29, se presenta a un Pablo diciendo que no fue José de Arimatea el que bajó a Jesús de la cruz, sino los esbirros de las autoridades judías..
4. Toda la teología de Pablo habla solo de la reinterpretación no de la vida terrenal del mesías, que le importaba un comino, sino solo de su muerte (y su consiguiente resurrección), pero sobre todo de su muerte.
5. En mi opinión Carrier interpreta mal el pasaje de Romanos 16,25-26, “el evangelio y la predicación de Jesucristo”.
Deseo completar ahora esta perspectiva utilizando parte del material de la Aclaración XV: “Jesús y Pablo ¿Fue Pablo el verdadero fundador del cristianismo?” de mi libro “Guía para entender a Pablo. Una interpretación del pensamiento paulino, Trotta, Madrid, 2ª edición de 2018, pp. 372-379.
La relación de Jesús y Pablo es compleja ya que no es posible asegurar si Pablo conoció personalmente a Jesús (2 Cor 5,16). Pero sí podemos preguntarnos, si tras recibir noticias de él por sus compañeros en la fe, utilizó o no el Apóstol el material oral y escrito que se iba generando sobre Jesús, parte del cual acabó dentro de los escritos evangélicos.
Ciertamente Pablo muestra interés por la tradición recibida y su transmisión (1 Tes 4,1; 1 Cor 11,2). No es difícil reunir los datos concretos que sobre la vida de Jesús, aparte de su pasión, muerte y resurrección, ofrece Pablo: Jesús es descendiente de Abrahán, nacido de mujer y nacido bajo la Ley (Gál 4,4), hijo de David (Rom 1,1-4), paciente, obediente hasta el extremo, justo; no conoció el pecado (2 Cor 5,21); fue servidor de los judíos para anunciarles la verdad (Rom 15,8); tuvo hermanos (1 Cor 9,5; Gál 19); no vivió para complacerse a sí mismo (Flp 2,1ss; Rom 15,3); se entregó a sí mismo al sufrimiento hasta la muerte en cruz (Flp 2,6ss); fue intérprete de la Ley y dador de normas (Gál 6,2). Sabemos, además que citas estrictas del Jesús terreno sólo hay dos ( en 1 Cor 7,10 y 9,14).
James D. G. Dunn “The Theology of Paul the Apostle”, Eerdmanns, Grand Rapids, USA, 1998,190-195, ha recogido posibles ecos de la tradición sinóptica en los siguientes pasajes: Rom 1,16 (No me avergüenzo del evangelio); en los textos de Pablo sobre el Reino de Dios indican un conocimiento de la predicación de Jesús al respecto; Rom 14,17 (también acerca del Reino, pero interpretado como protesta contra la ausencia de comensalidad común entre judeocristianos y paganocristianos); Rom 8,15-17/Gál 4,6-7 (Abba); 2 Cor 10,1 (mansedumbre y modestia de Cristo); Flp 1,8 (entrañas de Cristo Jesús); Rom 12,14 (amor a los enemigos); Rom 14, 14 (nada es impuro por sí mismo); 1 Cor 13,2 (fe que mueve montañas); 1 Tes 5,2.4 (el Señor viene como un ladrón; somos hijos de la luz); 1 Tes 5,13 (vivir en paz unos con otros). Rom 13,14 (revestirse de Cristo) y Rom 15,1-5 (no buscar la complacencia personal).
Estos pasajes paulinos apuntan a una imitación de Cristo en la vida moral y a una enseñanza sobre la vida de Cristo en la catequesis bautismal (Rom 6,17: Habéis obedecido de corazón a aquel modelo de doctrina al que fuisteis entregados). Todo ello indica que –a pesar de que la ética de Pablo es “profana” por lo general (Aclaración 8ª, p. *)--, tiene en cuenta que Jesús fue un maestro de sabiduría y que no puede ser desdeñado en este ámbito en absoluto, aunque de él interese sobre todo su final en este mundo, es decir, la cruz.
Pablo conoce, por tanto la tradición sobre Jesús, y si sólo pone su atención en los hechos capitales de su final terrestre es porque así lo exige su teología. Pablo simplifica y desjudaíza la figura y misión de Jesús para poder presentarlo ante los ciudadanos del Imperio como el redentor universal. Sus conversos, más que actualizar los dichos y hechos del Jesús terreno, deben vivir con el Mesías y ser crucificados con él.
Su aparente desconocimiento del Jesús histórico no se debe a ignorancia, sino a que a Pablo no le interesa más que la obra de Dios al final de la vida de aquel: el acto supremo de reconciliación de la humanidad con su Creador por medio de la cruz (2 Cor 5,19). Pablo contempla la figura del Jesús terrestre desde la óptica del resucitado y exaltado tras cumplir su misión, y a veces funde y confunde las dos figuras (1 Cor 2,8): “Pablo no distingue entre la autoridad del Cristo exaltado (1 Tes 4,15-17 y la del Cristo terreno (1 Cor 7,19; 9,14); el terreno y el exaltado son la misma cosa” (Becker, 155). Por ello no queda claro cuál es pensamiento del Apóstol sobre la naturaleza del mesías terreno.
Seguiremos hablando, pues, sobre si Pablo fue o no el fundador del Cristo inventando a un Jesús, sacándolo de la chistera, como un prestidigitador… a lo que apunta la tesis de R. Carrier.
Saludos cordiales de Antonio Piñero
http://adaliz-ediciones.com/home/36-el-jesus-que-yo-conozco.html
Jueves, 25 de Febrero 2021
Notas
El culto a los difuntos adquirió una dimensión diferente cuando los difuntos habían sido grandes personajes en vida. Y aún más cuando la fama post mortem creció hasta traspasar fronteras.
Hoy escribe Eugenio Gómez Segura.
Pitágoras de Samos. Retrato en el Foro Romano.
Un caso de cómo la fama puede aumentar la importancia de algunas personas tras la muerte pueden ser los de los filósofos griegos. Sin duda el ejemplo más relevante es el de Sócrates, cuya memoria lo convirtió en uno de los personajes más importantes de la cultura helenística, y no sólo por la trascendencia que le otorgó Platón al retratarlo como protagonista de sus exquisitos diálogos. En la Antigüedad clásica, Sócrates puede considerarse entre los mortales que más polémica y literatura despertó a su muerte. Incluso en la cárcel de Atenas donde tomó la cicuta (tal como cuenta Platón en su extraordinario diálogo Fedón) se veneró su recuerdo: durante las excavaciones llevadas a cabo en el siglo XX en las inmediaciones del edificio, apareció una estatua que se ha relacionado con su memoria y una especie de culto a su figura.
Otros dos filósofos, Pitágoras de Samos y Empédocles de Agrigento alcanzaron gran trascendencia en la Antigüedad: ambos habrían realizado milagros y ambos habrían disfrutado cierta sabiduría conectada con la divinidad que quizá hasta ahora se haya echado en falta al hablar del culto a los difuntos. De Pitágoras, por ejemplo, se dijo en época tardía que le era más fácil calmar un río o el propio mar que cruzarlos. Aristóteles escribió, a propósito de ríos, que “cuando (Pitágoras) cruzaba el río Cosa fue saludado y que muchos afirman haber oído el saludo”, o que “el mismo día a la misma hora fue visto por muchos en Metaponto y en Crotona”. De esa sabiduría antes mencionada parecen derivar las noticias que hablan de cómo Pitágoras libraba a poblaciones enteras de pestes. Aunque, de todas formas, en este sentido fue mucho más allá su discípulo Empédocles de Agrigento:
Por lo que respecta a la mujer sin respiración Heraclides dice que fue como sigue: que mantuvo el cuerpo treinta días sin respiración ni pulso. Por eso (Heraclides) lo calificó de médico y adivino...
Nos acercamos ya a un concepto nuevo que fue apareciendo paulatinamente en el mundo antiguo, el de hombre divino, la persona tocada por los dioses. No fue ésta una idea simplemente religiosa, ya que, en aquellos siglos, sobre todo a partir de Alejandro Magno (s IV antes de nuestra era) se extendió la idea de que los gobernantes habían de estar bajo la protección de las divinidades para que a su vez ellos protegieran a sus súbditos. La idea logró imponerse en los reinos que fraccionaron el efímero y majestuoso imperio de Alejandro a su muerte (año 323).
De manera que el hombre divino (theios aner, como se decía en griego) contando como debía con autoridad y majestad, podía ser tanto una persona de especial sabiduría como un buen gobernante o una persona relacionada con lo religioso y milagroso.
Este último es el caso de figuras como Anfiarao y Trofonio. El primero, con un oráculo médico en el sur de Beocia; el segundo, con un oráculo onírico. Sobre ambos versará el siguiente post.
Sobre la conexión entre difuntos y milagros, quiero recordar el libro colectivo que edité con Antonio Piñero y este enlace a una entrevista que me hizo Gabriel Andrade sobre los milagros de Jesús.
Saludos cordiales.
Un caso de cómo la fama puede aumentar la importancia de algunas personas tras la muerte pueden ser los de los filósofos griegos. Sin duda el ejemplo más relevante es el de Sócrates, cuya memoria lo convirtió en uno de los personajes más importantes de la cultura helenística, y no sólo por la trascendencia que le otorgó Platón al retratarlo como protagonista de sus exquisitos diálogos. En la Antigüedad clásica, Sócrates puede considerarse entre los mortales que más polémica y literatura despertó a su muerte. Incluso en la cárcel de Atenas donde tomó la cicuta (tal como cuenta Platón en su extraordinario diálogo Fedón) se veneró su recuerdo: durante las excavaciones llevadas a cabo en el siglo XX en las inmediaciones del edificio, apareció una estatua que se ha relacionado con su memoria y una especie de culto a su figura.
Otros dos filósofos, Pitágoras de Samos y Empédocles de Agrigento alcanzaron gran trascendencia en la Antigüedad: ambos habrían realizado milagros y ambos habrían disfrutado cierta sabiduría conectada con la divinidad que quizá hasta ahora se haya echado en falta al hablar del culto a los difuntos. De Pitágoras, por ejemplo, se dijo en época tardía que le era más fácil calmar un río o el propio mar que cruzarlos. Aristóteles escribió, a propósito de ríos, que “cuando (Pitágoras) cruzaba el río Cosa fue saludado y que muchos afirman haber oído el saludo”, o que “el mismo día a la misma hora fue visto por muchos en Metaponto y en Crotona”. De esa sabiduría antes mencionada parecen derivar las noticias que hablan de cómo Pitágoras libraba a poblaciones enteras de pestes. Aunque, de todas formas, en este sentido fue mucho más allá su discípulo Empédocles de Agrigento:
Por lo que respecta a la mujer sin respiración Heraclides dice que fue como sigue: que mantuvo el cuerpo treinta días sin respiración ni pulso. Por eso (Heraclides) lo calificó de médico y adivino...
Nos acercamos ya a un concepto nuevo que fue apareciendo paulatinamente en el mundo antiguo, el de hombre divino, la persona tocada por los dioses. No fue ésta una idea simplemente religiosa, ya que, en aquellos siglos, sobre todo a partir de Alejandro Magno (s IV antes de nuestra era) se extendió la idea de que los gobernantes habían de estar bajo la protección de las divinidades para que a su vez ellos protegieran a sus súbditos. La idea logró imponerse en los reinos que fraccionaron el efímero y majestuoso imperio de Alejandro a su muerte (año 323).
De manera que el hombre divino (theios aner, como se decía en griego) contando como debía con autoridad y majestad, podía ser tanto una persona de especial sabiduría como un buen gobernante o una persona relacionada con lo religioso y milagroso.
Este último es el caso de figuras como Anfiarao y Trofonio. El primero, con un oráculo médico en el sur de Beocia; el segundo, con un oráculo onírico. Sobre ambos versará el siguiente post.
Sobre la conexión entre difuntos y milagros, quiero recordar el libro colectivo que edité con Antonio Piñero y este enlace a una entrevista que me hizo Gabriel Andrade sobre los milagros de Jesús.
Saludos cordiales.
Domingo, 21 de Febrero 2021
Editado por
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.
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Tendencias 21 (Madrid). ISSN 2174-6850
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