Notas(1194. 9-11-2021)Hoy escribe Antonio Piñero Hace ya seis años, 2015, que Ediciones Sígueme, de Salamanca, ha presentado la edición en castellano de este librito (126 pp. en formato de libro de bolsillo. ISBN: 978-84-301-1972-8) del exegeta británico, metodista, bien conocido, James D. G. Dunn, fallecido hace bien poco. Dunn ha publicado obras extensas sobre Jesús, Pablo y el cristianismo primitivo. La obra es como una última reflexión, y una suerte de queja, tras la publicación de su “Jesús recordado”, a causa –en su opinión de que la investigación histórica “parece” haber olvidado. Y digo “parece” porque –como ocurre en la práctica– los exegetas confesionales no leen ni citan otras obras, que no sean las de sus colegas de Facultades de Teología y sedes análogas, obras aunque sean aparentemente rompedoras. Por más que algunos autores “confesionales” mantengan tesis extravagantes (como las del Jesus Seminar), sus obras reciben atención. Para empezar Dunn afirma que la “investigación” histórica olvida algunos principios básicos de la “búsqueda” del Jesús histórico. Los fallos cometidos son tres: 1. La investigación ha sido incapaz de distinguir entre el efecto que produjo Jesús y la valoración subsiguiente de él. 2. Se ha valorado y contemplado aj a través de una cultura literaria, basada en textos escritos, los evangelios naturalmente, pero olvidando que detrás de ellos había una cultura oral. No se ha prestado la debida atención a que la primera tradición evangélica procede en su mayoría de formas orales, no prestando atención a que el impacto de Jesús comenzó a perdurar en una sociedad donde lo cultural y lo histórico se plasmaba y transmitía de forma oral. Y 3. La reconstrucción del Jesús histórico ha sido realizada por una crítica que se ha perdido en discutir detalles, a veces sin importancia, y ha perdido de vista la imagen global, característica, emblemática de Jesús. Iré considerando la descripción de estos fallos, cómo los comenta Dunn e iré haciendo mis observaciones según los capítulos de su libro (tres) que explican tales fallos y los remedios que Dunn propone para corregirlos. Según este esquema, el cap. primero aborda el tema de la fe y se pregunta: ¿Cuándo se convirtió la fe en un factor en la tradición de Jesús? La respuesta de Dunn es: desde los primeros momentos de su actuación Jesús, con su magnetismo, su carisma, sus exorcismos, sanaciones y su oratoria atrajo la atención de sus seguidores de modo que ya en vida de él, esos seguidores comenzaron a comentar y coleccionar sus dichos y hechos, tanto sus amigos, como Marta y María (Lc 10,38; Juan 11,5), como otros más cercanos. De modo que –concluye Dunn– la fe en Jesús no es un producto postpascual, nacido de la creencia en su resurrección, sino que hay mucho material de Jesús que fue recogido ya en vida de este. Por tanto no está condicionado por la creencia en un Cristo celestial. Para acceder al Jesús histórico no hay que suprimir la fe los primeros cristianos, y plantear la investigación “como una lucha épica entre el Jesús histórico y el Cristo de la fe” (pp. 24-25) no tiene sentido alguno, como ha ocurrido en muy diversas etapas de la investigación. La fe en Jesús nace por el impacto de Jesús en sus seguidores durante toda su vida, y comienza mucho antes de su muerte. No hay contaminación de “fe cristiana” (aún no formada) en ese impacto. Mis observaciones, a modo de respuesta a esta tesis son las siguientes: 1. La pretendida ignorancia puede darse en los autores que Dunn ha manejado, pero no en la investigación independiente, desde mitad del siglo XIX, y sobre todo desde principios del XX en la en lengua inglesa y francesa, sobre todo. Naturalmente no toda la tradición de Jesús ha sido contaminada por la fe (que nace quizás entre los helenistas, pero cuyo representante principal y por escrito, es Pablo). Pero ese material son dichos y hechos que no afectan al sentido de la muerte vicaria de Jesús por el perdón de los pecados, ni a su glorificación a los cielos con todos los predicamentos del Cristo celestial. Afirmo que todo lo posiblemente recogido en vida de Jesús sobre la ética y enseñanza de este nos lo dibuja como un maestro plenamente judío, como un fariseo ciertamente sui generis pero al fin y al cabo, fariseo. Nada hay especialísimo y original en su ética y en sus dichos, sino que ese material contiene rasgos del Jesús histórico como buen maestro de la Ley, radical, que pretende profundizarla e ir a lo esencial de ella para mejor cumplirla. Una buena muestra de este impacto de Jesús se recogió en su región natal, Galilea, en donde pasó gran parte de su vida pública. Se trata de la colección de sentencias (menos dos relatos: las tentaciones y la curación del siervo del centurión) de Jesús, que fue hecha, sin duda en esa región y en la que no aparece para nada su muerte y su resurrección, ni hay rastros de fe alguna en sentido sobrenatural. A partir de la lectura este documento (reconstruido) da la impresión de que en su momento no existía una teología firme sobre la cruz, es decir, sobre el sentido de que el suplicio de la cruz fuera parte notable e importante de un plan divino salvador de la humanidad entera, y de Jesús lo aceptara consciente y voluntariamente. Los recuerdos de Jesús en esos momentos eran ciertamente fruto de conversaciones de sus amigos y conocidos, más o menos numerosos, sobre el impacto de su predicación, sobre sus dichos y sentencias, mas las acciones de sanación o exorcismo,… No hay nada más que meros recuerdos y comentarios elogiosos, ya que Jesús seguía vivo y a su lado. Y si lo único que hacían era recordar y comentar, probablemente no recogieron nada por escrito de tales dichos y acciones, entre otras razones porque el pueblo judío (según las últimas tendencias de la investigación) no estaba alfabetizado. Ni siquiera los varones y al 90%, como se ha afirmado siguiendo las exageraciones de Flavio Josefo, sino que los judíos de la época eran en su inmensa mayoría analfabetos funcionales. Es, pues, improbable que la tradición de Jesús en esos momentos fuera escrita. Ciertamente solo oral. No hay aquí apenas discusión alguna. Esos recuerdos de Jesús y esa “fe” en Jesús que Dunn constata no pasan de ser el fruto del impacto de un maestro religioso plena y típicamente judío. Sin más. En este material no hay rasgos que promuevan disputa técnica alguna entre el Jesús histórico y el Cristo de la fe. Sinceramente, me parece que esta observación de Dunn sobre el impacto de Jesús en vida no conduce a nada práctico acerca de este dilema. Y en todo caso…, si algunos de sus seguidores empezaba a barruntar que Jesús, además de profeta, podría ser el mesías, la imagen de este mesías sería totalmente judía, como muestra la reprensión que, según Marcos, Jesús dirigió a Pedro por no interpretarlo como un mesías sufriente y aparentemente fracasado (Mc 8,32…) y como indica la afirmación sobre la figura de Jesús en Lc 24, 21 (“Nosotros esperábamos que Él era el que había de redimir a Israel”), y sobre su propósito en Hch 1,6 (“Entonces los que se habían reunido le preguntaron, diciendo: Señor, ¿restaurarás el reino a Israel en este tiempo?”). Sostengo que, cuando Dunn argumenta que este hecho significa una prueba general en contra de la tesis de que la tradición de Jesús está “toda ella contaminada” por la fe postpascual, no está probando nada, porque este material se refiere –como digo– a un Jesús judío, profeta y maestro, pero puramente judío. No hay en ese material fe sobrenatural alguna sobre su misión universal como mesías que trasciende los límites del judaísmo. Y a partir de esos relatos evangélicos, de dichos, sentencias y parábolas no construye la investigación independiente ningún judío idiosincrático a gusto de los “prejuicios del investigador” (pp. 41-43). En todo caso afirma que en la ética y enseñanza de Jesús no hay estrictamente idea novedosa alguna, ni siquiera en el amor a los enemigos (Levítico 19,18). Afirmo que Dunn exagera cuando sostiene que la investigación “ha sido incapaz de reconocer que el impacto generador de fe que Jesús hizo en aquello a los que llamó al discipulado es el punto de partida, obvio y necesario, para intentar remontarnos hasta Jesús” (p. 45). Respondo: claro que lo reconoce…, pero hay que insistir una y otra vez en que lo único que se obtiene de esa “fe” es un Jesús histórico como un maestro de la ley y de la ética plenamente judíos… Por tanto lo que se obtiene tampoco interesa o impacta demasiado en un creyente actual, puesto la imagen es la de un Jesús judío y nada más. Nada que afecte a la fe en un Cristo celestial…, que es lo que importa de verdad al que reflexiona sobre su fe cristiana hoy. Saludos cordiales de Antonio Piñero https://www.trotta.es/libros/los-libros-del-nuevo-testamento/9788413640242/
Martes, 9 de Noviembre 2021
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Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.
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