CRISTIANISMO E HISTORIA: A. Piñero
Hoy escribe Antonio Piñero

Se ha discutido si Pablo siguió la enseñanza superior griega recibiendo una formación en los autores clásicos. Esto no parece verosímil en el seno de una familia de estricta observancia judía, pues suponía cultivar en exceso una literatura que proclamaba la existencia y alabanza de unos dioses falsos y amorales, contrarios al Dios único, como los representados en Homero y en los mitos de la tragedia.

A decir verdad, no se encuentran en las cartas del Apóstol especiales alusiones a poetas u otros literatos, como ocurre con cristianos posteriores. La lengua de Homero y de los trágicos le es tan desconocida como la imitación expresa de los rétores antiguos y del purismo ático clasicista.

Tampoco parece que los versos clásicos imitados por los judíos (por ejemplo los falsos “Oráculos Sibilinos”) no parecen haber influido en él” (M. Hengel, 185). En sus cartas sólo se hallan máximas o lugares comunes de la sabiduría popular y de los filósofos y dramaturgos popularizados.

Incluso cuando parece citar a Menandro (Tais, 218 = 1 Cor 15,33: “ No os engañéis: «Las malas compañías corrompen las buenas costumbres.»”), probablemente no hace otra cosa que repetir un tópico literario convertido ya en refrán (se puede citar el dicho “La religión es el opio del pueblo”, sin haber leído nada de Karl Marx).

De cualquier modo, Pablo da la impresión en sus cartas de ser poco receptivo a los modelo generales de la cultura griega. Si lo comparamos con Filón de Alejandría se notará la diferencia: Pablo es el polo opuesto, porque no tratar de acentuar las semejanzas entre el helenismo y Cristo, sino la superación por parte de éste de toda la sabiduría griega.

Parece que el modo de expresarse de Pablo estuvo sujeto a crítica en algún momento, como parece indicar 2 Cor 10,10:

« Porque se dice que las cartas son severas y fuertes, mientras que la presencia del cuerpo es pobre y la palabra despreciable. »

Sí es cierto que Pablo conoce y emplea los tipos y modos corrientes de la composición de cartas en época helenística, denominada técnica de la “epistolografía”, y que domina los recursos usuales de la retórica griega básica. En sus cartas se nota el influjo de esquemas propios de la retórica exhortativa, de la forense o judicial, de la epidíctica o demostrativa y de la “diatriba” o discusión filosófica estoico-cínica.

Quizá todo ello fuera producto de una escuela esmerada. Los estudiosos han formulado atinadas observaciones para la comprensión de Pablo a partir de un conocimiento de sus modos retóricos. También es cierto que Pablo debía de conocer los fundamentos de la religión pagana en general, en especial de las religiones de misterios, y tener alguna idea de las escuelas filosóficas en boga en sus días, estoicos, cínicos y epicúreos, porque parece enfrentar conscientemente su mensaje sobre Jesús al de las religiones paganas y a algunas ideas de estos filósofos.

Pero el corpus literario que Pablo conoce y utiliza con pasión y técnica es la traducción judía de la Biblia al griego (llamada de los LXX). Así lo prueba no sólo el abundante uso de ella en sus citas, sino también el propio vocabulario paulino. No es una exageración afirmar que el trasfondo cultural más importante en Pablo es la versión griega de la Biblia. El Apóstol supone en general que sus lectores paganos o judíos están familiarizados con esta versión. Y no es de extrañar, ya que la mayoría de sus conversos desde la gentilidad eran “temerosos de Dios”, amigos y simpatizantes del judaísmo que conocían bien la Biblia.

Lucas por su parte (Hch 22,3) nos dice que Pablo había recibido educación judía superior –aprender las Escrituras de memoria y avezarse en las discusiones de los maestros sobre ella y la tradición— en Jerusalén en el grupo de discípulos del famoso rabino Gamaliel.

Hengel amplia esta noticia afirmando que toda esta formación griega la pudo recibir Pablo en Jerusalén (pp. 256ss). En efecto, la capital de Judea era el centro espiritual y la residencia de muchos judíos de la Diáspora que hablaban casi exclusivamente griego, que entendían el hebreo y el arameo naturalmente, pero sólo para “defenderse” o “salir del paso”.

Recordemos por lo ya dicho (en notas posteriores ampliaremos esta sección, de la que ahora ofrecemos sólo la “vista de pájaro”) que se duda de si este dato es verdadero, y sobre todo de la afirmación de Hch 9,27-30 (donde se afirma que poco después de “convertirse” Pablo fue conducido por Bernabé a Jerusalén para ser presentado ante los apóstoles), ya que en su Carta a los gálatas (1,22) afirma el Apóstol ya “convertido” que las iglesias de Judea no le conocían personalmente.

Este hecho es difícil de conciliar con una larga estancia en Jerusalén como estudiante, fariseo activo y participante en la lapidación de Esteban y sobre todo con una presencia en Jerusalén “yendo y viniendo por la zona y predicando con valor el nombre del Señor”. Sí parece absolutamente cierto que Pablo tuvo una buena formación farisea, sea cual hubiere sido su maestro. Esta formación se deduce entre otras razones por el modo cómo maneja la Biblia, cómo argumenta a partir de ella y cómo la interpreta. Pablo actúa más o menos –también aquí hay estudiosos que sostienen la opinión contraria, como Hyam Maccoby (también deberemos dedicarle un cierto tiempo en su momento)- como los rabinos de su tiempo.

Seguiremos. Seguro que al final el lector podrá formarse una idea personal de todo este tema del “Pablo precristiano” ayudado por la síntesis que ofreceremos por nuestra parte.

Saludos cordiales de Antonio Piñero

Martes, 30 de Diciembre 2008

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Antonio Piñero
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.





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