CRISTIANISMO E HISTORIA: A. Piñero

Jesús los esenios y los evangelistas


Continúa la pregunta: ¿Puedo resumir su tesis sobre Jesús de Nazaret en que se trató de un judío estricto, fariseo heterodoxo e influido por los esenios en su convencimiento de la inminencia del fin del mundo, y que todo el resto de la doctrina cristiana es obra de San Pablo?

Respuesta:

A pesar de las discusiones con otros fariseos que aparecen en los Evangelios, si a algo se parece Jesús de Nazaret, por las ideas que expone y su modo de discurrir sobre las Escrituras, es a ellos, aunque no se le pueda encasillar en ninguna corriente particular, porque se trata de un hombre alejado del centro del poder y con ideas propias. Pero, en cualquier caso sí se puede afirmar que Jesús no rompe nunca con la ley de Moisés; aunque la discute e intenta profundizar en ella para buscar su sustancia, la quiere cumplir a rajatabla, va al Templo, celebra las fiestas, y al final de su vida, se cree el mesías de Israel dentro de las coordenadas religiosas que se presuponían a esta figura en su tiempo. Una institución como la de la Eucaristía tal y como la transmite san Pablo en I Corintios, 11, 23 y ss., no encaja en absoluto con la imagen que nos podemos formar de Jesús. Este pasaje y su continuación en los Evangelios sinópticos debe interpretarse de otra manera, de modo que encaje con la figura de un judío profundamente religioso y convencido de su fe.

Cuando digo que San Pablo es el fundador de la corriente que hoy desemboca en el catolicismo y las diferentes confesiones protestantes, me refiero a que los discípulos de Jesús, como ha sucedido siempre con todos los personajes carismáticos, lo reinterpretan a su modo y de distintas maneras. San Pablo es uno de ellos y reinterpreta la figura y misión de Jesús a su manera.


Pregunta: ¿Cuáles son las líneas teológicas que pueden distinguirse en las primeras comunidades cristianas y en cuál de ellas se enmarcan los distintos evangelistas?

Respuesta:

Hay una línea que repiensa y reinterpreta a Jesús dentro del ámbito judío: es la iglesia de Jerusalén representada por su hermano Santiago y en menor medida por Pedro y Juan, algunos de cuyos miembros ni siquiera creían que Jesús fuera Dios, sino que seguían la concepción del judaísmo que predicó su Maestro, viendo en él un mesías humano aunque muy cercano a la divinidad. Y hay otra línea que lo interpreta dentro del Imperio Romano de la época.

Esta última es una reinterpretación elaborada por judíos no israelitas, de lengua y cultura griegas, que tienen una mentalidad un tanto distinta a los de Jerusalén, que han aprehendido elementos de las religiones del espacio en el que viven, pagano, y a los que les preocupan intensamente temas como la salvación y la inmortalidad también de los paganos. Estos judeocristianos interpretan a Jesús despojándolo de sus rasgos judíos, y transformándolo de mesías judío en personaje divino y salvador universal, cuyo sacrificio ha rescatado a la Humanidad del pecado y le permite acceder a la resurrección si se bautiza en su nombre. El cuadro se completa con la ingestión simbólica de su cuerpo y sangre en la Eucaristía.

El que inicia esa corriente es sin duda Pablo de Tarso, que es el único del que se han conservado en el Nuevo Testamento escritos auténticos, en concreto siete cartas genuinas. A medida que Pablo va fundando comunidades y éstas van incorporando a su teología elementos aceptables de la religiosidad pagana, se forman dos corrientes distintas en el judeocristianismo, que se pelean a muerte. Sabemos que se pelean, por ejemplo por la Epístola a los Gálatas, donde se ve una oposición mortal contra Pablo por parte de los delegados judeocristianos de la comunidad de Jerusalén, enviados probablemente por Santiago.

Esa lucha ideológica sigue a lo largo de todo el siglo II, que asiste a una multiplicidad de cristianismos diferentes, en total unos ocho o nueve, como explico en el libro Cristianismos derrotados. Si alguien pudiera caer con una máquina del tiempo en una ciudad de Asia Menor del siglo II, se encontraría con un cristianismo muy judío, dividido en varias ramas; otro muy paulino; otro místico que otorga gran importancia a las mujeres, como el de los seguidores del Evangelio de Juan; un cristianismo profético seguidor de Montano; otro que considera que el matrimonio y el sexo son impedimentos para la salvación; otro gnóstico, que accede a Dios por una revelación especial, que interpreta al Dios judeocristiano desde categorías platónicas y cree que sólo sus miembros se van a salvar. Éste, a su vez, está dividido también en varias ramas, etc.

De todas estas interpretaciones, el cristianismo que mejor dotado estaba para triunfar en el efervescente “mercado” de religiones del Imperio Romano era el paulino, porque había desjudaizado y desescatologizado a Jesús. Proclamaba que para salvarse Dios no exigía ya aceptar la antigua ley de Moisés, ni circuncidarse ni cumplir las normas alimenticias ni otros preceptos (en total 635, según la Misná); bastaba fundamentalmente con creer que Jesús era el mesías, bautizarse en su nombre y guardar su ley. Esto era bastante cómodo y mucho más barato que el requisito de someterse a las costosas iniciaciones que exigían las otras religiones de salvación, las llamadas religiones de los misterios. Así que no es de extrañar que a lo largo de los siglos III y IV todas las otras variantes de cristianismo fueran decayendo ante la pujanza de la interpretación que hace Pablo de la salvación traída por Jesús.

Seguirá. Saludos cordiales.


Sábado, 8 de Noviembre 2008

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Editado por
Antonio Piñero
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.





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