CRISTIANISMO E HISTORIA: A. Piñero



Hoy escribe Antonio Piñero

Estamos ya en la última cuestión que nos ocupa acerca del Pablo precristiano. La primera observación respecto a la llamada "conversión de Pablo" afecta al vocabulario. No debemos emplear el término “conversión”, porque Pablo nunca lo hace y porque para él el concepto que expresa el vocablo no es apropiado. Él designaba como “llamada” ese cambio de mente que aceptó a Jesús como mesías y que csmbió radicalmente su vida.

Escribe en Gálatas 1,14-16:

« "Yo sobrepasaba en el Judaísmo a muchos de mis compatriotas contemporáneos, superándoles en el celo por las tradiciones de mis padres. Mas, cuando Aquel que me separó desde el seno de mi madre y me llamó por su gracia, tuvo a bien revelar en mí a su Hijo, para que le anunciase entre los gentiles” »

En este pasaje se ve claro que la “conversión” fue más bien una llamada hacia el profetismo, es decir el paso de ser un particular muy “celoso” de la religión judía a convertirse en "proclamador / profeta" de que Jesús, el que había muerto ignominiosamente en la cruz, era el mesías.

Esa llamada se produce en un momento determinado, pero estaba “planeada” por Dios desde siempre. Al hablar Pablo que estaba predestinado por la divinidad “desde el seno de su madre” para esta misión se compara a sí mismo nada menos con el profeta Isaías (el “segundo” profeta que lleva ese nombre, caps. 40-55; pero en época de Pablo no se sabía esto: era el profeta Isaías sin más), que dice:

«  ¡Oídme, islas, atended, pueblos lejanos! Yahvé desde el seno materno me llamó; desde las entrañas de mi madre recordó mi nombre. Hizo mi boca como espada afilada, en la sombra de su mano me escondió; hízome como saeta aguda, en su carcaj me guardó. Me dijo: "Tú eres mi siervo (Israel), en quien me gloriaré" (Is 49, 1-3). »

Con otras palabras: la denominada conversión sólo fue caer en la cuenta de que los judeocristianos perseguidos tenían razón cuando proclamaban en Jerusalén y Galilea –en contra de todas las expectativas y creencias judías- que el ajusticiado Jesús era en verdad el mesías. Además, la "llamada" llevó a Pablo a aceptar también que como a Jesús, en su vida terrenal y por las circunstancias de la maldad del pueblo, no se le había permitido cumplir plenamente la misión a él otorgada por la divinidad, él tendría que venir de nuevo a la tierra a llevarla a cabo en su totalidad. Esta llamada le designaba como mensajero y proclamador de esta verdad a todos, primero a los judíos naturalmente, pero si éstos no oían a los gentiles, si estaban dispuestos a escuchar.

Es interesante a esta luz leer el comienzo de la Epístola a los Romanos:

« “Pablo, siervo de Cristo Jesús, apóstol por vocación, escogido para el Evangelio de Dios, que había ya prometido por medio de sus profetas en las Escrituras Sagradas” »

¿Cuándo se produjo esta "llamada"?

Creo que he dicho ya que para calcular cronológicamente en qué fecha se produjo esta “llamada”, los estudiosos hacen referencia a la primera estancia de Pablo en Corinto según nos cuentan Hch 18. Una vez calculada la fecha de esta estancia, como veremos ahora, se empieza a calcular hacu¡ia delante y hacia atrás.

Allí, en Corinto, tuvo Pablo un incidente con los judíos de la ciudad, a quienes les molestaba su predicación Los judíos lo acusaron de desórdenes públicos ante el procónsul de la provincia romana de Acaya –cuya capital era Corinto- llamado Galión.

Una inscripción tallada en griego sobre una piedra de mármol, hallada en Delfos a mediados del siglo pasado, dice que Galión fue procónsul de Acaya desde junio del 50 d.C. a junio del 51 d.C. (durante el reinado del emperador Claudio). A partir de ahí se calcula que la llamada reunión o “concilio de Jerusalén”, descrito en Hch 15, tuvo lugar en el año 49.

Luego basándose en los datos, más o menos imprecisos del capítulo 1 de Gálatas se piensa que entre la “llamada” y la estancia de Pablo en Corinto pasaron unos 15-17 años.

Luego se calcula la muerte de Jesús como referencia básica. Como sólo dos opciones parecen posibles (tuvo que caer la luna llena a mediados del mes de nisán, cuando fue crucificado Jesús, pues era muy cerca de la Pascua), a saber o bien 7 de abril del año 30, o bien 3 de abril del año 33.

La mayoría de los autores se decanta por esta última fecha porque el Evangelio de Juan da a entender que quizá Jesús tuviera al morir algún año más que los que, benévolamente, supone Lucas. Según Juan, le dice a Jesús un adversario dialéctico: “Aún no tienes cincuenta años…” (Jn 8, 57). Por tanto, podemos elegir la última fecha, año 33, momento en el que Jesús tendría entre 36-39 años (no 33), es decir más cerca de los cincuenta.

Si la muerte de Jesús fue en el año 33, y la estancia de Pablo en Corinto coincide con los años 50-51… y entre ésta y el inicio de su vida como cristiano pasaron unos 15/17 años, hubieron de pasar unos dos o tres años desde el acontecimiento de la cruz y su denominada "conversión".

Por tanto: ésta debió de ocurrir entre los años 35/36 de nuestra era. Y Pablo debió de morir hacia el 64, en Roma, a manos de Nerón, cuando este emperador inició una persecución local contra los cristianos a quienes acusó del incendio de Roma, que él mismo había provocado.

Según M. Hengel (pp. 265-6), se debe adelantar la muerte de Jesús al año 30, manteniendo a la vez las fechas insinuadas por el capítulo 1 de Gálatas. Por tanto, según esta hipótesis, Pablo tuvo unos tres años más de vida misionera (hasta el 64 d.C.): era tres años más joven cuando recibió la llamada. Y ya dijimos que Pablo era un “joven” (no sabemos cómo hay que entender exactamente esta palabra), según Lucas en Hch 7,58, cuando estuvo presente en la lapidación de Esteban. ¿Cuántos años tendría Pablo como "joven"?

1 Corintios 15,3-8 deja entrever que pasó un cierto tiempo entre la muerte de Jesús y la “conversión de Pablo”, pero que no fueron muchos años. He aquí el texto:

« Porque os transmití, en primer lugar, lo que a mi vez recibí: que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; 4 que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según las Escrituras; 5 que se apareció a Cefas y luego a los Doce; 6 después se apareció a más de quinientos hermanos a la vez, de los cuales todavía la mayor parte viven y otros murieron. 7 Luego se apareció a Santiago; más tarde, a todos los apóstoles. 8 Y en último término se me apareció también a mí, como a un abortivo. 9 Pues yo soy el último de los apóstoles: indigno del nombre de apóstol, por haber perseguido a la Iglesia de Dios. »


Seguiremos con los cálculos en la próxima nota. Saludos cordiales de Antonio Piñero.

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Lunes, 9 de Febrero 2009
Hoy escribe Antonio Piñero


En nuestra opinión, y a pesar del denodado esfuerzo de Hengel por demostrar lo contrario, el centro del problema en torno a la primera estancia jerosolimitana de Pablo -testimoniada sólo por Lucas/Hechos de los apóstoles y de la que hemos estado hablando en notas anteriores- permanece aún sin resolver.

La bien trabada argumentación del profesor Hengel (me parece admirable la solidez de su reconstrucción partiendo de ciertos supuestos) no nos llega a convencer en su conjunto. Afirmamos que el núcleo de la dificultad radica en la discusión de Gál 1,13ss y en especial de 1,17-23. De la conclusión que se obtenga de este texto depende si merece la pena o no seguir argumentando largamente en pro de esa estancia previa de Pablo en Jerusalén y de su formación sinagogal farisaica en lengua griega, en la ciudad santa.

A pesar del hilo argumentativo del libro que comentamos, y del que nos hemos hecho eco hasta ahora, las claras palabras del Apóstol en Gál 1,17ss: "Ni subí a Jerusalén...", "Personalmente era desconocido de la iglesias de Judea que vivían en Cristo..." (v. 22) me siguen pareciendo imposibles de casar con el relato de los Hechos de los apóstoles canónicos.

Es evidente que en una iglesia en sus orígenes, tan exigua en su número de adeptos, se conocían prácticamente todos los miembros de ella, sobre todo aquellos sobresalientes por su celo y temperamento y elaboración ideológica, precisamente como Pablo. El v. 22 de Gál 1 ha de referirse sobre todo a la iglesia de Jerusalén, la más notable entre las pocas que había a la sazón en Judea (había otras en Galilea, pero sobre ellas apenas si tenemos noticias).

Tampoco me resulta absolutamente claro que Rom 15,19b sea una argumento definitivo en pro de esa primera estancia de Pablo en Jerusalén. El texto dice así:

« "De forma que desde Jerusalén y, describiendo un círculo, hasta el Ilírico, he llevado el evangelio de Cristo hasta el final" (Rom 15,19b) »

Hengel refiere estas palabras a Hch 9,26-28:


« “Llegó Pablo a Jerusalén e intentaba juntarse con los discípulos; pero todos le tenían miedo, no creyendo que fuese discípulo. Entonces Bernabé lo tomó y lo presentó a los apóstoles y les contó cómo había visto al Señor en el camino y que le había hablado y cómo había predicado con valentía en Damasco en el nombre de Jesús. Pablo andaba con ellos por Jerusalén, predicando valientemente en el nombre del Señor ”. »

En mi opinión, las discusiones de Pablo con los judeocristianos "helenistas" en Jerusalén descritas en ese texto no encuentran hueco entre los acontecimientos descritos en Gál 1,17-22.

Y el texto de Rom 15,19b tampoco es una prueba en este sentido, es decir, que refrende la idea de una estancia formativa de Pablo en Jerusalén durante años y empezara allí mismo, en la capital de Judea, su etapa de predicador cristiano. El pasaje de Romanos tiene un sentido global, generalizante, en la acepción de "desde un extremo a otro", pero no es una prueba irrefutable (de modo que haya que forzar y reinterpretar Gálatas) de una primera etapa en Jerusalén, es decir, que Pablo empezara allí a predicar a Jesús.

Por tanto, la frase “Desde Jerusalén y en todas direcciones hasta el Ilírico he dado cumplimiento al Evangelio de Cristo” no hay que entenderla como una indicación que Jerusalén fue su punto de partida para su tarea misionera, de su ligazón personal con esa ciudad que había desempeñado en su vida una función especialísima, y a la que desea volver, a pesar de los peligros que comporta para su vida, antes de viajar al lejano occidente.

No veo ningún argumento constriñente para entenderlo así, a pesar que gustosamente hay que conceder que Jerusalén desempeñó una función especial en su vida, como se deduce por otra parte de Gálatas 1 y 2, puesto que la comunidad originaria de donde procedía el cristianismo estaba allí, allí residían los apóstoles también originarios (Pedro y Juan) y allí se había celebrado el llamado “concilio de Jerusalén” (Hch 15).

El texto de Hch 8,1-5 que habla de una persecución de Pablo "a la iglesia" permite una exégesis diversa a la propuesta por Hengel. El pasaje es el siguiente:

« Saulo aprobaba su muerte (la de Esteban, narrada en el capítulo 7). Aquel día se desató una gran persecución contra la Iglesia de Jerusalén. Todos, a excepción de los apóstoles, se dispersaron por las regiones de Judea y Samaria. Unos hombres piadosos sepultaron a Esteban e hicieron gran duelo por él. Pero Saulo hacía estragos en la Iglesia; entraba por las casas, se llevaba por la fuerza hombres y mujeres, y los metía en la cárcel. Los que se habían dispersado iban por todas partes anunciando la Buena Nueva de la Palabra. Felipe bajó a una ciudad de Samaria y les predicaba a Cristo. Llegados a Salamina anunciaban la Palabra de Dios en las sinagogas de los judíos. Tenían también a Juan que les ayudaba. »

Como se observa, Lucas sitúa también a Pablo en el contexto de la primera persecución “anticristiana” que comienza contra la iglesia de Jerusalén (propiamente sólo contra la rama judeocristiana helenista).

Pero –obsérvese también- después de “hicieron gran duelo por él”, el pasaje sigue con un “Pero” (en griego: de que significa aquí tanto “pero” como “entretanto”, como traduce la Biblia de Jerusalén). Además tras la dispersión de los creyentes por "Judea y Samaría", la frase adquiere un tono general: se habla de Samaría y Salamina de Chipre. De ello concluyo que todo el episodio de la persecución de Saulo/Pablo del que habla el texto arriba transcrito de los Hechos de los apóstoles no tiene por qué referirse precisa y exclusivamente a la iglesia en Jerusalén.

Ciertamente, esta persecución es histórica en el sentido de que Pablo la admite en sus cartas y se denomina a sí mismo "perseguidor"( Gál 1,13s), pero lo que está en juego en la discusión en torno a la fiabilidad histórica de los Hechos de los Apóstoles es precisamente esa estancia previa de Pablo en Jerusalén que parece negada por la epístola a los Gálatas.

Todo este conjunto nos lleva de la mano a tratar con más detenimiento el último aspecto del Saulo/Pablo precristiano: su faceta de perseguidor de la Iglesia.

Seguiremos, pues. Saludos cordiales de Antonio Piñero.

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Sábado, 7 de Febrero 2009
Hoy escribe Antonio Piñero

Seguimos con la discusión del sentido de ciertas frases paulinas, conforme a lo que dijimos –y transcribimos- en la nota del día anterior. Según M. Hengel, en el siglo I un judío piadoso sólo se podía formar como fariseo estrictamente en Jerusalén, no en la Diáspora.

Primer argumento:

Según este investigador, la descripción de Gálatas 1,14

« "Cómo sobrepasaba en el Judaísmo a muchos de mis compatriotas contemporáneos, superándoles en el celo por las tradiciones de mis padres", »

Es decir, Pablo:

• Hacía progresos en el judaísmo
• Sobrepasaba en estos progresos a sus contemporáneos judíos
• Era celoso en las tradiciones de sus padres
• Era un farise impecable (a partir del texto de Flp 3,4b-6. Especialmente el v. 6: “En cuanto a la justicia de la Ley, intachable”),

(Repito: según M. Hengel, en el siglo I un judío piadoso sólo se podía formar como fariseo estrictamente en Jerusalén, no en la Diáspora), o dicho de otro modo: apenas es concebible antes del año 70, cuando fue destruido el Templo, sere fariseo fuera del ámbito de Jerusalén: “Antes de tal destrucción el único lugar para que un fariseo estricto pudiera estudiar la ley de Moisés fuera de la capital de Judea” (Hengel, p. 222 de la edición alemana, que estamos comentando).

Respuesta:

Opino que este argumento tiene cierta fuerza, pero que no es definitivo. Pienso, por ejemplo, en los estrictísimos judíos de Alejandría, en donde había incluso un grupo parecido a los esenios (los denominados “terapeutas”, descrito por Filón de Alejandría en su obra “Sobre la vida contemplativa), una ciudad donde se había producido el fenómeno del surgimiento de las obras de ese mismo Filón, el cual era superjudío y fidelísimo a su fe y a las “tradiciones de sus padres” sin necesidad de salir de Alejandría y sin ni siquiera saber apenas hebreo los judíos; y pienso en los judíos que dieron su vida por su fe en los diferentes pogromes antijudíos de los que nos habla el mismo Filón en su “Contra Flaco” y “Embajada a Gayo (Calígula)”.

Y pienso también en los judíos de la Cirenaica (la actual Libia que promovieron a principios del siglo II una gran revuelta judía contra el Imperio Romano) y en los de Chipre, que habían producido judíos tan estrictos como Bernabé (Hch 4,36), compañero de Pablo durante mucho tiempo (Hch 14,12), etc., para quedar convencido de que se podía ser judío estricto, “intachable según la Ley”, fuera de Judea.

Segundo argumento:

El problema respecto a ser “estricto fariseo” fuera de Judea es, como señala M. Hengel en p. 225, que no tenemos ni un solo texto que nos indique que “fuera de Judea” hubiera fariseos estrictos…, o ¡ni siquiera fariseos!

Se apunta a que un pasaje de ese estilo podría ser Mt 23,15:

“«¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que recorréis mar y tierra para hacer un prosélito, y, cuando llega a serlo, le hacéis hijo de condenación el doble que vosotros!”

Que podría indicar un cierto espíritu misionero fuera de Judea por parte de los fariseos anteriores al año 70. Pero en general, se suele opinar que tal pasaje de Mateo se refiere no a un fariseísmo constituido como tal en la Diáspora, sino sólo a casos aislados.

Respuesta:

Opino, sin embargo, que aunque el pasaje de Mateo no valga ciertamente para sostener rotundamente que existían fariseos en la Diáspora, no deja de ser un puntal seguro para afirmar que podían darse casos aislados de fariseísmo en familias piadosas fuera de Judea. El caso de Pablo podría ser uno de ellos. No puede excluirse.

Tercer argumento

Opina Hengel que e no vale para argumentar la existencia de fariseos en la Diáspora el pasaje de Flavio Josefo, Antigüedades 20,34-38, que habla de la conversión al judaísmo del rey Izates de Adiabene, puesto que también es un hecho aislado y en el pasaje en cuestión no se habla de fariseos, sino de conversión al judaísmo en general.

Respuesta:

Estoy de acuerdo

Cuarto argumento

Lo que caracterizaba a los fariseos estrictos era su deseo de transportar a la vida diaria la pureza cultual que todo judío piadoso vivía, sobre todo los sacerdotes, cuando se ponía en contacto con el Templo de Jerusalén. Por ello, un fariseo estricto es difícil que pudiera vivir en tierras no judías, rodeados por doquier de paganos, que –por ejemplo por el contacto con los muertos y por sus prácticas sexuales- estaban en continuo estado de impureza ritual y contaminaban de esa impureza a los judíos observantes que vivían a su lado.

Respuesta

Puede ser verdad; pero también es verdad que los fariseos de la diáspora vivían en guetos totales, en ocasiones, como en Alejandría. Dentro del guetto estaban como en otro estado: podíasn er tan puros ritualmente como qusieran.

Quinto argumento

En las fuentes llegadas hasta nosotros no hay pruebas de fuera de Israel hubiera –antes del año 70- escuelas de fariseos, en cuyo entorno se pudiera aprender las maneras de interpretar y vivir la Ley y la tradición al modo fariseo.

Respuesta:

También es cierto que lo que hemos afirmado de Alejandría podría extenderse por inducción, aunque no haya pruebas estrictas a otras ciudades de la Diáspora con fuertes colonias de judíos observantes, como Antioquía o incluso Roma.



Por último, aunque ya hemos dedicado alguna nota anterior a la posibilidad de que Pablo pudiera haber recibido una cierta formación en griego, tanto acerca de la Biblia, como de la interpretación de ella, en la misma Jerusalén, tengo la impresión de que el dominio del griego en Pablo –a pesar de su estilo un tanto raro para los gustos de los puristas de entonces- es de tal calibre, y su utilización preferente de la Biblia de los LXX, es decir, en su versión alejandrina, es tan sobresaliente y constante –se la sabia seguro de memoria- que es difícil pensar que todo ello lo aprendió en la capital de Judea.

En síntesis, opino que no es en absoluto inverosímil que Pablo pudiera ser “en cuanto a la justicia de la Ley, intachable” (Flp 3,6) sin haber tenido que estudiar en Jerusalén y sin haber tenido que vivir allí, ni haber estado mucho tiempo “a los pies de Gamaliel” como argumenta Hch 22,3…, ya que todos esos argumentos -a los que además he respondido- ceden el paso a una comprensión sencilla de Gálatas 1,22, que es un pasaje absolutamente clave:

“Personalmente no me conocían las Iglesias de Judea que están en Cristo”.

Lo veremos el próximo día.


Saludos cordiales de Antonio Piñero.

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Viernes, 6 de Febrero 2009
Hoy escribe Gonzalo del Cerro

Corrientes literarias en la literatura apócrifa

Como iremos viendo a lo largo de nuestros comentarios, los escritores cristianos,
también los autores de los Hechos Apócrifos, están imbuidos en el espíritu y en la letra de los libros canónicos hasta extremos insospechados. Como lo estaba Pablo cuando escribía sus cartas o predicaba sus discursos de misión. Las expresiones estaban ya hechas para muchos conceptos, algunos de ellos nuevos. El contexto en que se movían era para ellos natural; la terminología resultaba inevitable. Cuando, más adelante, empezaron a proliferar las obras de cuño cristiano, el fenómeno se extendió con tanta mayor fuerza cuanto que al estilo de los LXX se añadía el respeto que por él manifestaban los escritos del NT.

Estos escritos, en los que confluían las tendencias de los LXX y las propias fórmulas novedosas de la nueva fe, eran el mundo literario y religioso en el que se mueven los escritores de los nuevos tiempos. A estos dos fenómenos hemos de añadir, por lo que se refiere a los HchAp, el influjo literario de los sistemas de moda impuestos por la Segunda Sofística así como los hábitos literarios de la novelística de aquella época.

Interés renacido por los Hechos Apócrifos

Por todo ello, y el hecho ya comentado de que muchas tradiciones cristianas, teológicas, litúrgicas, iconográficas y hasta folclóricas, hunden sus raíces en las páginas de estos Hechos, la ciencia moderna les presta en la actualidad una atención que obviamente escapa a los ojos profanos. Menciono, a modo de ejemplo, al equipo de estudiosos de la “Suisse romande”, que estudia los Hechos Apócrifos de los Apóstoles de forma paralela al equipo francés que desde hace unos años han tomado la decisión de traducir, comentar y publicar los Evangelios Apócrifos. Ya aludimos en otra ocasión a la organización AELAC (Asociación para el Estudio de la Literatura Apócrifa Cristiana), surgida en 1981. Parte de sus métodos y objetivos aparece en el interesante volumen publicado bajo los auspicios de la universidad de Ginebra y la dirección de F. Bovon, Les Actes Apocryphes des Apôtres. Christianisme et monde païen, Ginebra, 1981.

Diversos aspectos de los HchAp fueron abordados durante el encuentro celebrado en el Instituto Patrístico de Roma en 1983. Varios estudiosos especialistas de la antigüedad cristiana trataron sobre “Los apócrifos cristianos y cristianizados”. Sus conclusiones fueron publicadas en la revista Augustinianum, XXIII, 1983.

En el año 1986, dedicaba la revista Semeia un volumen monográfico al tema de los HchAp con el título genérico The Apocryphal Acts of the Apostles. En él se estudian aspectos nuevos de la investigación de estas obras y se presta una atención especial al mundo social en el que surgen. Una mujer, Virginia Burrus, profundiza en el sentido que podría tener la reiterativa actitud encratita de las heroínas de los Hechos. La Profesora Burrus se pregunta si la conducta de las mujeres coprotagonistas de los HchAp se debería más a un afán de autonomía que a un deseo ascético de perfección.

Ese mismo interés justifica la atención que dedica a los HchAp la colección enciclopédica Aufstieg und Niedergang der römischen Welt (Ascenso y decadencia del mundo romano) al recoger varios artículos de grandes especialistas sobre la literatura apócrifa. Junod-Kaestli escriben sobre los Hechos de Juan; G. Poupon, sobre los de Pedro; J. M. Prieur, sobre los de Andrés; y Y. Tissot, sobre los de Tomás. De la misma manera la editorial de Brepols Turnhout en su afán por crear una Migne moderna, ha publicado ya los Hechos de Juan (1983), de Andrés (1989) y de Felipe (1999).

Esta actitud de la ciencia moderna corrige el injustificado silencio de siglos, motivado por las sospechas de los Padres y las condenas a que estos libros se vieron sometidos por parte de la iglesia oficial. Recordamos una vez más la emitida por el Concilio II de Nicea, VII de los ecuménicos, celebrado el año 787, y en el que se debatió el tema sobre el culto de las imágenes contra la postura de los iconoclastas. No es que fuera un tema importante en el contexto de los HchAp, pero la extrema dureza con que el Concilio se expresó contra los Hechos de Juan salpicó a los demás. Además, la calificación de “apócrifos” marcó estos libros, como ya hemos visto, con un estigma negativo de inauténticos y hasta de falsos.

Pero es una realidad que, a pesar de todo, la literatura apócrifa en general fue portadora de tradiciones que llegaron a constituir doctrinas y prácticas firmes en la historia de la Iglesia. Dogmas, devociones, prácticas, costumbres y la abundancia de copias de los libros apócrifos demuestran que ni las condenas oficiales ni los juicios peyorativos lograron anular su influjo. Repetimos, pues, una vez más que quien quiera profundizar en el conocimiento del desarrollo del cristianismo no puede prescindir de esta literatura.

Saludos cordiales. Gonzalo del Cerro



Jueves, 5 de Febrero 2009
Hoy escribe Antonio Piñero


Seguimos con el tema crucial de la formación de Pablo como fariseo antes de su llamada “conversión”. No ponemos en duda que el Pablo precristiano fuera un fariseo convencido. Ni por un instante abrigamos dudas respecto al pasaje clave de Filipenses 3,4-6:

« “Si algún otro cree poder confiar en la carne, más (puedo confiar) yo: circuncidado el octavo día; del linaje de Israel; de la tribu de Benjamín; hebreo e hijo de hebreos; en cuanto a la Ley, fariseo; en cuanto al celo, perseguidor de la Iglesia; en cuanto a la justicia de la Ley, intachable.” »

Para interpretar este pasaje clave prescindimos metodológicamente de las noticias de los Hechos de los apóstoles 22,3 y 26, 4-5 que transcribimos en nuestra nota del sábado 27/12/2008 ( = 3-06-E) porque precisamente lo que estamos discutiendo es si esas noticias son verdaderas o no por contraposición a Gál 1,22 (“Personalmente no me conocían las Iglesias de Judea que están en Cristo”).

Repetimos los textos de los Hechos de los apóstoles para mayor comodidad:

Hch 22,3-5:

« Yo soy judío, nacido en Tarso de Cilicia, pero educado en esta ciudad (Jerusalén, donde está arrestado), instruido a los pies de Gamaliel en la exacta observancia de la Ley de nuestros padres; estaba lleno de celo por Dios, como lo estáis todos vosotros el día de hoy. Yo perseguí a muerte a este Camino, encadenando y arrojando a la cárcel a hombres y mujeres, como puede atestiguármelo el Sumo Sacerdote y todo el Consejo de ancianos. De ellos recibí también cartas para los hermanos de Damasco y me puse en camino con intención de traer también encadenados a Jerusalén a todos los que allí había, para que fueran castigados. »

Hch 26,4-5:

« Todos los judíos conocen mi vida desde mi juventud, desde cuando estuve en el seno de mi nación, en Jerusalén. Ellos me conocen de mucho tiempo atrás y si quieren pueden testificar que yo he vivido como fariseo conforme a la secta más estricta de nuestra religión.  »


Volvamos, pues, al pasaje de Filipenses. En primer lugar en este texto nada dice Pablo estrictamente a favor ni en contra de que su actividad como fariseo fuera en Tarso de Cilicia, su ciudad natal, o en Jerusalén.

La construcción sintáctica del pasaje muestra una doble estructura:

A: Circuncidado el octavo día; del linaje de Israel; de la tribu de Benjamín; hebreo e hijo de hebreos;

B: En cuanto a (griego, katá) la Ley, fariseo; en cuanto al (griego, katá) celo, perseguidor de la Iglesia; en cuanto a (griego, katá) la justicia de la Ley, intachable.

Distingue Pablo, por tanto dos momentos de su vida:

· El momento A.: tiene que ser en Tarso, donde nació (él no lo dice expresamente nunca; pero no hay motivos para dudar de este hecho testimoniado en Hch 21,39: “Pablo dijo: «Yo soy un judío, de Tarso, ciudadano de una ciudad no oscura de Cilicia”) y que en principio no revestiría una importancia mayor.

· Del momento B no dice Pablo ninguna situación geográfica expresa, pero por la construcción sintáctica (tres “en cuanto a”, = griego katá, seguidos) indica que se refieren a su época de persecución de la Iglesia. Según los Hch 22,3-5, citado arriba, tiene que ser Jerusalén y, complementariamente, Damasco.

Pero este momento “B” no habla de su formación como fariseo, sino de su momento de persecución al cristianismo naciente. Por consiguiene no vale para argumentar que su formación fariesa hubo de ser necesariamente en Jerusale´n

El siguiente pasaje que se refiere a este momento relacionado con la persecución es Gálatas 1,13-14:

« “Pues ya estáis enterados de mi conducta anterior en el judaísmo, cuán encarnizadamente perseguía a la Iglesia de Dios y la devastaba, y cómo sobrepasaba en el judaísmo a muchos de mis compatriotas contemporáneos, superándoles en el celo por las tradiciones de mis padres”. »

De este pasaje no se puede deducir nada respecto a su período de formación como fariseo, si en Tarso o en Jerusalén. Sólo vemos en ella una confirmación de la noticia “B” de Filipenses 3,4-6.

El problema radica en dilucidar si las frases del texto de Filipenses 3 -“hebreo e hijo de hebreos; en cuanto a la Ley, fariseo; en cuanto a la justicia de la Ley, intachable”- implican que hubo de formarse como fariseo estrictamente en Jerusalén porque en otros lugares, fuera de Israel, no se podía ser fariseo ni formarse en cuanto a tal, y si “hebreo, hijo de hebreos” sólo se entiende como referencia indirecta a Jerusalén.

En mi opinión, empezando por esto último, diría que aquí “hebreo” significa judío y que la frase la puede pronunciar cualquier judío en cualquier lugar del mundo. Imaginemos un judío de Nueva York. Éste puede decir “Soy judío de padres judíos” siendo de Nueva York y sin apuntar ni siquiera ninguna relación con el Israel actual.

Hengel añade al testimonio de Filipenses 3,4-5 el de 2 Cor 11,22 y Rom 11,1. Veámoslos:

• "¿Que son hebreos? También yo lo soy. ¿Que son israelitas? ¡También yo! ¿Son descendencia de Abrahán? ¡También yo!" (2 Cor 11,22)

• “¡También yo soy israelita, del linaje de Abraham, de la tribu de Benjamín!” (Rom 11,1).

Reunidos los predicados de Pablo tomados de estos dos textos más Flp 3,4-5, se ve que todos ellos son los siguientes:

• Circuncidado al octavo día
• Hebreo, hijo de hebreos
• Israelita
• Del linaje de Abrahán
• De la tribu de Benjamín

Pues bien, de todos estos predicados no se deduce nada, ni a favor ni en contra, de una estancia en Jerusalén para formarse como fariseo por parte de Pablo .

Más problemático es lo que hemos afirmado de la formación farisea fuera de Jerusalén y si se podía cumplir la ley de Moisés intachablemente fuera de esa ciudad en la Diáspora.

Pero de esto discutiremos en la siguiente nota.

Saludos cordiales de Antonio Piñero.


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Miércoles, 4 de Febrero 2009
Hoy escribe Antonio Piñero


Decíamos en la nota anterior que en Jerusalén podían los judíos cultos de lengua nativa griega no sólo aprender la Ley, sino también el modo de discutir sobre ella técnicamente, es decir, aprendían un cierta “retórica” y la leyes de la “diatriba” (discusión con preguntas y respuestas, en la que el escritor se imagina que está dialogando con un adversario que tiene presente ante sus ojos).

Opina el citado M. Hengel que este estilo de diálogo/diatriba y el estilo retórico que emplea Pablo, con frases breves y cortantes y agudas antítesis, es muy distinto a la retórica general que los griegos normales de la Hélade aprendían en sus escuelas a partir de modelos literarios clásicos. Tal “retórica” se parecía más a la llamada “asianista” (de Asia Menor, la actual Turquía) que se preocupaba menos de la belleza puramente formal y más de la capacidad de discutir correctamente y de la gravedad y seriedad del discurso.

Todo ello –argumenta Hengel- se corresponde muy bien con la “retórica” que se percibe en las cartas auténticas de Pablo, en la que se nota un desprecio soberano por la mera forma bella y se va “al grano”, a la discusión efectiva y a los argumentos bien construidos y contundentes. Pablo escribía en sus cartas tal como hablaba y discutía en su enseñanza misionera.

Y sostiene Hengel que todo ello se aprendía en las sinagogas de lengua griega de Jerusalén, por lo que es probable –si es que llega a demostrarse que su formación fue en Jerusalén- que lo aprendiera allí y no en Tarso de Cilicia. Al fin y al cabo, la familia de Pablo no era pobre de solemnidad ni mucho menos y hubo de tener medios económicos para sostener a su hijo en la capital, sobre todo teniendo en cuenta que una tía de Pablo tenía casa allí.

Por último, es posible argumentar que también en Jerusalén, estos judíos piadosos de lengua helénica aprendían a usar una traducción de la Biblia al griego, no tal cual se había empezado a confeccionar en Alejandría siglos antes, sino una versión revisada respecto al texto hebreo original. Tenemos testimonios de que para la época de Pablo existía tal revisión del texto griego bíblico, en concreto de los libros de Isaías, Job y 1 Reyes. Este hecho explicaría por qué Pablo utiliza a veces en sus discusiones -tal como aparece en sus cartas- un texto griego que se parece más al hebreo que a la famosa edición/traducción de los “Setenta”.

En síntesis: según Hengel, no es imposible que toda la formación superior (la que iba más allá de leer, escribir y algunas reglas matemáticas) de Pablo puede explicarse porque el futuro Apóstol de los gentiles tuvo la posibilidad de recibirla, en griego, nada menos que en Jerusalén, pues esta ciudad no era solo “hebrea”, sin también griega. Sostiene además ese estudios que tal formación, era muy probablemente de signo fariseo, muy distinta en su retórica dura y cortante a la normal de las escuelas helénicas del continente europeo, y que –parafraseando Gálatas 5,11: “…Si siguiera predicando aún la circuncisión…”- servía para transmitir una concepción farisea de la ley de Moisés como maestro, lector de la Ley y predicador de sermones en la sinagoga, los sábados.

Pero el problema radica –como indicamos al principio de esta miniserie- en si es realmente posible que Pablo se hubiese formado en Jerusalén… como afirman los Hechos de los Apóstoles en 22,3 y 26,4-5 y que a la vez, como sostiene el mismo Pablo en Gálatas 1,22: “Personalmente no me conocían las Iglesias de Judea que están en Cristo”… ¿Tantos años allí, en el corazón y la capital de Judea y las (poquísimas) iglesias cristianas de la zona no lo conocían?

De este problema trataremos un tanto más extensamente en las notas que siguen.

Saludos cordiales de Antonio Piñero.

www.antoniopinero.com
Martes, 3 de Febrero 2009

Hoy escribe Antonio Piñero

Hemos dedicado hasta el momento una serie de notas en las que hemos discutido todos los pasajes interesantes de los tres evangelios sinópticos referidos al Dios de Jesús, examinando en todos si se podía deducir de ellos que el Nazareno tenía una conciencia e filiación divina especial. Hemos concluido que no, que –a falta de información específica- debe pensarse que su “filiación” es tan real o metafórica como la que podía sentir cualquier rabino carismático del siglo I en Israel. Ahora, como aun nos queda examinar algunos casos en este mismo sentido, pero para no cansar a los lectores, les propongo que cambiemos al segundo de nuestros temas: Pablo de Tarso y en concreto las cuestiones ligadas con el “Pablo precristiano”, es decir, el tiempo anterior a su muy mal llamada “conversión”.


Hemos sostenido en notas anteriores de este serie que Pablo tenía el griego como lengua materna y que poseía recursos suficientes como para expresarse en ella con gran soltura. A este propósito, y aparte de la escuela elemental, que pudo cursar en su ciudad natal, Tarso de Cilicia, se ha sostenido pro diversos investigadores, sobre todo por Martin Hengel, que Pablo, durante su estancia formativa en Jerusalén, pudo incluso mejorar allí su formación en lengua griega, no sólo en hebreo y en conocimientos acerca de la Biblia y las tradiciones de los antepasados sobre ella, es decir, su formación como rabino. Vamos a examinar esta posibilidad.

Para muchos judíos piadosos de la Diáspora ejercía la capital de Judea gran fuerza de atracción como objetivo de la peregrinación anual de cientos de miles de piadosos, no sólo porque fuera la “ciudad del Gran Rey” según formuló Jesús (Mt 5,35), sino porque era tradición en los tiempos de Jesús que el mesías se aparecería en ella. Escribe Pablo en Romanos 11,26:

« “Todo Israel será salvo, como dice la Escritura: Vendrá de Sión (es decir, de Jerusalén) el Libertador; alejará de Jacob las impiedades”,  »

en donde cita a Isaías 59,20. También creían los judíos que en el “Valle de Josafat” (el valle de la gehenna o entrada al infierno), situado en torno a Jerusalén, tendía lugar el Juicio Final de Dios a todas las naciones y que Jerusalén sería la capital del futuro reino de Dios.

Éste puede ser el trasfondo del por qué muchos judíos deseaban vivir allí: podía estudiar mejor que en ningún otro sitio la Ley de Moisés a los pies de los mejores rabinos, y si el reino de Dios tardaba en llegar, podían ser enterrados allí, pues era también tradición que los piadosos judíos muertos en Jerusalén resucitarían los primeros para saludar la venida del mesías y participar del reino de Dios.

La inmensa mayoría de los peregrinos judíos que iba a la capital de Judea tenía como primera o segunda lengua el griego, por lo que puede decirse que “Jerusalén era también una ciudad griega”. Las inscripciones funerarias de la ciudad no fueron redactadas sólo en hebreo o arameo, sino también en griego: cerca del 33% se grababan en esta lengua y un 7% eran bilingües. Por ello se ha calculado que al menos el 15% de la población de Jerusalén en época de Jesús tenía el griego como lengua materna. Además, si nos fiamos del testimonio y ejemplo del historiador judío Flavio Josefo, muchos de los ricos y educados en Jerusalén hablaban también griego.

Todo esto explica que en la capital de Judea hubiera una serie de sinagogas en donde los sábados se leía y comentaba la ley de Moisés en griego. Conocemos por los Hechos de los apóstoles

«  “Se levantaron unos de la sinagoga llamada de los Libertos, cirenenses y alejandrinos, y otros de Cilicia y Asia, y se pusieron a disputar con Esteban” (6,9) »

que había unas cuatro o cinco sinagogas para judíos “helenistas” (que hablaban preferentemente griego entre ellos), y de otras ciudades hay información en la Misná, en el Talmud y en inscripciones funerarias que existían en Jerusalén sinagogas de otras ciudades o regiones alejadas, en concreto una para los tarsiotas.

La más famosa y grande de estas sinagogas de lengua griega era la llamada de “Teódoto, hijo de Veteno”, fundada un par de generaciones antes de Pablo, que albergaba también en su seno una suerte de escuela “para leer la Ley y enseñar los preceptos”… no en hebreo, sino en griego. Se sospecha, además, que la tendencia intelectual de esta sinagoga era farisea.

Martin Hengel, cuyos estudios al respecto estamos presentando en estos momentos, sostiene (“Der vorchristliche Paulus”, pp. 260ss [“El Pablo precristiano”] que entre este panorama de cultura griega en la Jerusalén de época de Jesús es muy posible que Pablo encontrara allí todo lo que necesitaba para formarse en estudios superiores judíos sin tener que abandonar su lengua griega nativa. Y no sólo se aprendería la Ley como tal y su interpretación, sino también el modo de explicarla. Esto incluía el aprendizaje de ciertas normas de retórica y el estilo propio de una discusión civilizada y académica con los “adversarios”, es decir, el estilo de la “diatriba”.

Seguiremos explicando este tema de la “Jerusalén griega” en notas siguientes y concluiremos exponiendo las dificultades de la hipótesis de que Pablo se hubiera formado específicamente allí.

Saludos cordiales de Antonio Piñero.

www.antoniopinero.com




ANUNCIO DE CONFERENCIA

(Para los que vivan en Madrid)

Dentro del ciclo que organiza el Grupo Hepta, el lunes, día 2 de febrero de 2009, el Prof. Dr. Antonio PIÑERO hablará sobre

“Judas Iscariote. ¿Un enigma resuelto?"

Lugar: Colegio Jesús y María, c/ Juan Bravo, 13, metro Velázquez, salida, Juan Bravo.

A las 19.30 horas.

Desgraciadamente no hay mecenas alguno: hay que cobrar entrada para los gastos de organización

El precio es de 9 Euros que se abonan en la entrada.



Lunes, 2 de Febrero 2009
Hoy escribe Antonio Piñero

Comentamos muy brevemente el pasaje siguiente:

« Os aseguro también que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, sea lo que fuere, lo conseguirán de mi Padre que está en los cielos (Mt 18,19: traducción de la Biblia de Jerusalén ). »

Hay en general poca discusión entre los especialistas a la hora de rechazar la autenticidad de esta sentencia pretendidamente jesuánica. Pero antes de exponer los argumentos usuales, permítaseme aclarar el sentido de la frase que no es exactamente como suena en una lectura apresurada.

En primer lugar la traducción literal es la siguiente: “Os aseguro también que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra sobre cualquier cosa (griego: perì pantòs prágmatos), para pedir luego algo, sea lo que fuere, lo conseguirán de mi Padre que está en los cielos”

El sentido es el siguiente: primero deben ponerse de acuerdo dos de entre los fieles que tengan una disensión o litigio; luego puede procederse a la oración en común.

La clave para esta traducción lo da la palabra griega prágma, que significa técnicamente un “litigio o discusión dentro de la comunidad”, según se deduce, por ejemplo, de 1 Cor 6,1: “¿Osará alguno de vosotros que tiene un litigio (griego: prágma) con otro acudir en juicio ante los injustos (paganos) y no ante los santos (los fieles; es decir, un tribunal interno de los creyentes)”.

Por tanto, la idea del dicho es: Antes de rezar, y si se quiere que la plegaria tenga éxito, hay que deponer/eliminar cualquier litigio que haya entre los creyentes. Luego se puede rezar con la confianza que Dios otorgará lo que se pide.

El problema general para admitir la historicidad de esta sentencia es que se halla en un marco notablemente redaccional, es decir, propio de la composición del evangelista Mateo: las instrucciones sobre la disciplina de la comunidad de creyentes puestas por éste en boca de Jesús.

No se niega que el transfondo pueda provenir de reglas sobre el proceder del grupo de los Doce y de los discípulos que pueden venir de Jesús mismo…, pero tal como están en el evangelio, son obra del redactor.

Hay otros argumentos que apuntan hacia una tarea redaccional

a) Las concordancias entre la frase de Mt 18,19 y todo su contexto que comienza ya en el v. 16, proporcionadas por la crítica literaria (por ejemplo, la repetición de “toda cosa” [v. 19] y “toda palabra” [v. 16], o la repetición de “dos reunidos” del v. que comentamos con el “uno o dos” del v. 16). Y este contexto es redaccional.

b) el lenguaje propio de Mateo en el v. 19 que estamos comentando: “en la tierra” y la antítesis entre “tierra y cielo” parecen mucho mejor explicables si en vez de pensar en una transmisión fiel de lo que dijo el Jesús histórico, se piensa en la labor redaccional del evangelista Mateo.

Además, vimos ya en la nota anterior –a propósito de Mt 18,10- como la frase “vuestro Padre que está en los cielos” es claramente un producto típico de la redacción mateana.

Por si fuera poco, se opina también por lo general que la sentencia que sigue (Mt 18,20: “Porque donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”) no es más que una cristianización de una frase judía que se refiere a la presencia de Dios entre aquellos que se dedican al estudio de la Ley.

En síntesis: es difícil suscribir al Jesús histórico –tal como está- el dicho que comentamos recogido en Mt 18,19. Todo lo más puede decirse que el conjunto tiene reminiscencias del Jesús de la historia. De nuevo y desde luego, la expresión que nos interesa “mi Padre que está en los cielos” no puede adjudicarse sin más a Jesús. Ningçun argumento de "filiación especial de Jesús" puede construirse sobre ella.

Saludos cordiales de Antonio Piñero.

www.antoniopinero.com


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ANUNCIO DE CONFERENCIA
(para los que viven en Madrid)

El grupo Hepta, dentro de su ciclo habitual de conferencias, ha programado una para el próximo día 2 de febrero, lunes, con el título de:

"Judas Iscariote, ¿un enigma resuelto?"

a cargo del Prof. Dr. Antonio Piñero.

La conferencia se celebrará en el Colegio Jesús y María, c/ Juan Bravo, 13,

Metro Velázquez, salida, Juan Bravo.

A las 19.30 horas

Desgraciadamente hay que cobrar entrada para todos los gastos de organización:

El precio de la entrada a dicha conferencia es de 9 Euros que se abonan en la entrada.






Sábado, 31 de Enero 2009
Hoy escribe Antonio Piñero

El texto que comentaremos es el siguiente:

« “Guardaos de menospreciar a uno de estos pequeños; porque yo os digo que sus ángeles, en los cielos, ven continuamente el rostro de mi Padre que está en los cielos”. »

Casi todos los estudiosos independientes sostienen que esta sentencia de Jesús no tiene nada que ver con la parábola que le sigue, la oveja perdida, y que es un dicho que tiene sentido por sí mismo. Por tanto, así hay que considerarlo. ¿Pertenece al Jesús histórico?

En líneas generales los investigadores están de acuerdo en que, en lo tocante al tema en general sí podría pertenecer. La idea de que los “niños” es decir los “sencillos”, que abren su corazón y mente a la predicación de Jesús sobre el reino de Dios, no deben ser despreciados en absoluto es muy del Jesús de la historia. Por el “criterio de coherencia” debe, pues, de aceptarse su pertenencia a este Jesús el dicho que comentamos.

Apoya este criterio el pasaje de Mc 9,42 (“Y al que escandalice a uno de estos pequeños que creen, mejor le es que le pongan al cuello una de esas piedras de molino que mueven los asnos y que le echen al mar”.) que se considera generalmente como histórico.

El segundo argumento en pro de la autenticidad es que el vocabulario de este dicho no es peculiar de Mateo. Incluso hay dos “hápax” (un “único”) que sólo se hallan aquí en este evangelio:

a) la expresión siempre por medio del griego dià pantós;
b) la expresión “rostro de Dios”, que no aparece en ningún otro lugar.

Por tanto no parece que haya retoques mateanos, es decir secundarios, en este dicho.., salvo lo que diremos al final.

El tercer argumento para atribuir este dicho al Jesús histórico es su doctrina sobre los ángeles: por un lado, se enmarca muy bien en la angelología judía del miomento de Jesús; por otro tiene de particular que muestra ciertos rasgos propios: los ángeles actúan que están dedicados a un grupo de hombres concretos (“ángeles de la guarda”, concepto muy judío) actúan en la tierra y no en el cielo como es lo común. Segundo: estos ángeles “ven el rostro de Dios”, lo cual no es común en el judaísmo.

Parece, pues que Mateo no se inventó estos rasgos, sino que los tomó de la tradición inmediatamente atribuible a Jesús (Criterio de “plausibilidad” y, a la vez, de “dificultad”: el dicho muestra rasgos específicos de Jesús que no corresponden al judaísmo habitual sin salirse de su marco).

Por tanto, la conclusión es clara: el dicho procede del Jesús histórico.

Sin embargo, la mayoría de los intérpretes están de acuerdo también en que sí hay un añadido de la pluma de Mateo al final después de “rostro”: en vez de “Dios”, Mateo ha añadido de su propia cosecha “de mi Padre que está en los cielos”.

¿Por qué se cree que estas palabras son propias de Mateo y no de Jesús?

Por dos razones:

a) corresponde al lenguaje típico de Mateo, empleado en otras ocasiones en los que también se piensa en añadidos de su mano, y
b) corresponde a una teología de la iglesia primitiva que recalca la filiación divina de Jesús, una vez que ya no está en la tierra y lo considera sentado a la diestra de Dios.

En conclusión –que prefiero que sea del sacerdote católico Schlosser, y no mía-:

« Aunque el tema general del logion se integra de forma satisfactoria en la predicación de Jesús, sería imprudente apoyarse en Mt 18,10 cuando se trata de estudiar la designación divina en labios del Jesús prepascual (es decir, terreno, histórico)” (p. 173). »

Con otras palabras: para decepción de algunos debe sin embargo sostenerse que la frase "mi Padre que está en los cielos" es un añadido del evangelista Mateo a una sentencia original de Jesús: no se puede construir sobre ella ninguna argumentación en lo que se refiere al Jesús de la historia.

Saludos cordiales de Antonio Piñero.

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Viernes, 30 de Enero 2009
Hechos Apócrifos de los Apóstoles
Hoy escribe Gonzalo del Cerro

Hechos apócrifos y cultura cristiana

Hemos demostrado en otras páginas que la literatura apócrifa ha influido en nuestra cultura y está presente en nuestras tradiciones y recuerdos. Sin los datos de las obras apócrifas quedaría manca la razón de numerosas creencias que forman parte integrante de la fe cristiana. Los Hechos apócrifos de los apóstoles surgen en una época de la historia de la Iglesia, excepcionalmente importante en la formación del pensamiento cristiano. A través de sus páginas percibimos las ilusiones, las obsesiones, las preocupaciones que se movían entre la esperanza y el temor. Se iba decantando un cristianismo de perfiles muy definidos bajo la protección de una autoridad doctrinal.

Pero la realidad era que a su lado proliferaban otros cristianismos no oficiales, que luchaban bajo sospechas de tergiversación y engaño. Según los maestros oficiales, esos cristianismos habían equivocado el camino adecuado para llegar a la verdad y la consiguiente salvación. Forman el elenco numeroso de “Cristianismos derrotados” de acuerdo con la denominación de Antonio Piñero. El optimismo de la economía cristiana chocaba con actitudes que ponían en los corazones sencillos una raíz de desconfianza. Mucho más cuando la enseñanza oficial sembraba la idea de que las otras formas de cristianismo quedaban etiquetadas bajo el epígrafe de herejías. El término griego de háiresis significaba solamente secta, grupo separado. Pero acabó por significar doctrina errónea.

Hemos visto que el calificativo de “apócrifos” fue cargándose de connotaciones negativas. Porque en las obras calificadas de apócrifas pesaban más los aspectos negativos que los positivos. “No” pertenecen a la lista de libros sagrados, “no” están inspirados por el Espíritu Santo. En consecuencia, "no" eran recomendables para el uso ordinario. En múltiples ocasiones los santos Padres y hasta concilios ecuménicos y listas oficiales los tachaban de condenables y rechazables. El concilio II de Nicea, VII de los ecuménicos, condenó los Hechos apócrifos de Juan en el contexto del debate de los iconoclastas. Todo porque en los HchJn se contaba la historia de un retrato de Juan, cuya veneración había sido censurada por el mismo Apóstol (HchJn 26-29). Los Padres conciliares interpretaron que su gesto iba contra la veneración de las imágenes en línea con los iconoclastas.

Pero el concilio citó y condenó otros fragmentos de estos Hechos (c. 94-102), añadidos por manos extrañas y claramente de mentalidad gnóstica. El carácter de apócrifos no quitaba de suyo nada a sus eventuales valores literarios, estéticos y doctrinales. Los HchAp tienen páginas realmente hermosas. Himnos, como el de la Danza en los HchJn (c. 94-95) o el de la Perla (HcchTom 108-113), considerado este último como “uno de los documentos más hermosos de la gnosis” (Bornkamm en Hennecke-Schneemelcher), son textos literariamente excelsos.

Y ya hablamos otro día del influjo real de los evangelios apócrifos en la formulación de dogmas tan importantes como los de la Asunción, la Virginidad perpetua de María y hasta de la misma divinidad de Cristo. De todas maneras los mismos herejes reconocieron en los HchAp un escaparate importante para la transmisión de sus doctrinas. Ello quiere decir que consideraban estas obras como una palanca eficaz de propaganda. Es decir, que a pesar de sus etiquetas negativas, eran obras de lectura apreciadas por el público cristiano y vehículo de tradiciones y enseñanzas. En otra ocasión hemos podido ver cómo algunos recuerdos de personajes y sucesos cristianos han quedado en la tradición oficial gracias a los libros apócrifos.

El siglo II, en el que nacen los más importantes de los HchAp primitivos, fue el siglo de oro del gnosticismo y de un cierto choque generalizado de la doctrina cristiana en período constituyente con los presupuestos paganos. Fue también el siglo de los Apologistas, de un Justino, un Atenágoras, Taciano o Teófilo, que afilaban su dialéctica para responder a las objeciones de la filosofía griega. Era también el siglo en el que se dejaba sentir con fuerza la tendencia retorizante de la Segunda Sofística.

El movimiento cristiano con todas sus variantes, el pensamiento hebreo y la cultura griega forman un conjunto, cuyas líneas son claramente perceptibles en el texto de los HchAp. Y como tendremos ocasión de comprobar, la Biblia está en ellos presente de diversas formas. Un dato que ya adelantamos es que las únicas citas textuales recogidas en los HchAp son de la Sagrada Escritura de ambos testamentos. Todo en los moldes de la versión griega de los LXX, producto de un trabajo que ha merecido los honores del mito y de la leyenda.

El cristianismo se extendió básicamente por el mundo de habla griega. Y el griego acabó siendo la lengua vehicular de su teología. En la Biblia encontraron los cristianos helenistas una nueva forma de pensar expresada en su idioma. Y como en un principio no se tenía la evidencia de que el nuevo pensamiento religioso representara una ruptura frente a la postura religiosa de los hebreos, la versión griega de los LXX, común a los judíos de la diáspora y a los nuevos cristianos, les brindaba un estilo que pronto se convirtió en sagrado. Porque los autores del Nuevo Testamento imitan las formas literarias de la versión griega, en las que también se inspiraron los predicadores de los hechos cristianos. Ellas son en definitiva los moldes que dan forma a las novedades doctrinales del nuevo Israel. De ahí que su estilo sacralizante aparezca sensiblemente en los escritos canónicos del NT y en los que, como los HchAp, se derivan de ellos.

Saludos cordiales. Gonzalo del Cerro



Jueves, 29 de Enero 2009
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Editado por
Antonio Piñero
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.





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