CRISTIANISMO E HISTORIA: A. Piñero

Notas


Hoy escribe Antonio Piñero

Seguimos los domingos, con la repetición de algunas notas que fueron publicadas en el otro blog al principio de su andadura, hace unos dos años, y que apenas fueron leídas.


Hemos comentado alguna vez que sigue habiendo algunos investigadores que no aceptan como probada la existencia histórica de Jesús. Pero entre los que la aceptan, aunque con ciertas reticencias respecto a la historicidad de diversos detalles y perspectivas de los Evangelios, es difícil encontrar algún estudioso serio que no admita como histórico el núcleo básico de la crucifixión y muerte de Jesús.

Las razones para tal aceptación se fundamentan sobre todo en el denominado “criterio de dificultad”.Recordemos brevemente qué este criterio como herramienta de la historia antigua para probar que un evento o tradición tiene visos de ser histórico: Es probable que una tradición proceda del Jesús histórico cuando tal tradición causa muchos problemas a la Iglesia posterior o contradice algunas de sus creencias. No es lógico que ésta invente tradiciones sobre su Maestro que luego habrían de plantearle dificultades –a veces enormes- para explicarlas.

Un ejemplo básico, y que ha sido aducido muchas veces, es el bautismo de Jesús por parte de Juan. A la Iglesia de finales del siglo I y a la del II causó problemas el hecho de que Jesús, Dios y ser sin pecado, fuera bautizado como un pecador por Juan Bautista para la remisión de los pecados. Parece improbable que una historia tan molesta para los intereses teológicos de la Iglesia primitiva fuera un puro invento de ésta.

La crucifixión y muerte del mesías esperado fue algo terrible para los seguidores de Jesús que les planteó innúmeras dificultades, tantas que tuvieron que pensar, y fundamentar teológicamente con nuevas exégesis de las Escrituras, las razones por las que había ocurrido esa aparente sinrazón.

A los ojos de los judíos el fracaso de la cruz invalidaba por completo las pretensiones mesiánicas de Jesús. Pero Dios había dado a entender con esa muerte que cualquier concepción del mesianismo que incluyera necesariamente un triunfo político sobre la tierra era un error por parte del pueblo elegido: En esta línea la teología judeocristiana postpascual se esforzará y se centrará en dar un sentido a este hecho en apariencia inexplicable, apoyándose en el esquema típico -y conocido en la mayoría de las religiones- del sacrifico expiatorio, y considerando que había una misteriosa voluntad divina previa, un plan divino, que tenía previsto el sacrificio de la cruz. Parece, pues, imposible que la tradición cristiana haya inventado la crucifixión de Jesús.

Sin embargo, son muchos los investigadores que opinan que el acto en sí –más el enterramiento- presenta en los Evangelios, sobre todo en el de Juan, una fuerte dramatización literaria. El cuarto evangelista presenta los hechos en seis episodios estructurados quiásticamente, más una introducción.

El quiasmo es una figura retórica según la cual las palabras o los hechos de una narración se disponen de forma ordenada según el esquema básico siguiente: A B C A’ B’: la narración progresa hasta un núcleo (C) y luego presenta dos repeticiones paralelas en contenido u orden similares a las dos primeras.

En este caso concreto, R. E, Brown, en su obra The Death of the Messiah, Doubleday, New York, 1994, p. 908, opina que las escenas de la crucifixión de Jesús y su sepultura (EvJuan 19, 16-42) están dramatizadas artificiosamente:

A (19, 16b-18) introducción;

B (19, 19-22); C (19, 23-24);

D (19, 25-27); C’ (19, 28-30);

B’ (19, 31-37);

A’ (19, 38-42).

Por otro lado, el mismo autor recuerda que desde el episodio de Simón de Cirene-que lleva la cruz de Jesús- hasta el de la compra de especias por parte de las mujeres parea embalsamar el cadáver de Jesús, el Evangelio de Juan presenta no menos de 20 omisiones o alteraciones respecto a los Sinópticos o a alguno de ellos.

Por otro lado también la teatralización de elementos presuntamente tradicionales acerca de lo que pudo ocurrir en torno a la muerte de Jesús - teatralización que puede presumirse ya en Marcos, o en la historia de la Pasión premarcana- y en sus seguidores inmediatos Mateo y Lucas, invita a ser muy prudentes respecto a la historicidad concreta de los detalles.

Existen algunas dudas sobre hechos concretos de la crucifixión, sobre todo porque en la pintura de ella están omnipresente las alusiones y citas al Salmo 22 y a otros textos de la Escritura. El que la crucifixión esté descrita a base de pasajes de este salmo plantea de inmediato la cuestión en qué grado la Escritura tenía fuerza formativa para moldear los hechos desnudos. Con otras palabras: podría ser posible que los hechos históricos, cuyos detalles se habían olvidado, fueron forzados, reinterpretados o incluso coloreados con invenciones para acomodarse a las palabras del Salmo… Así se construía un argumento apologético: todo ocurría “conforme a las Escrituras”.

Pero hay otros hechos en torno a la crucifixión -el titulus crucis por ejemplo, la tablilla fijada a la cruz que indica la causa de la crucifixión- que tienen grandes posibilidades de ser auténticos. Pilato mandó poner probablemente esta tablilla en la cruz para escarmiento de otros personajes presuntamente rebeldes al Imperio, quienes debían ponerse en guardia: podían sufrir la misma suerte de “muerte agravada en cruz”. El inquieto pueblo judío debía saber que los delitos de “lesa majestad”, es decir, contra la constitución del Imperio o contra el poder y la figura del Emperador (respecto a Jesús las altraciones de orden público que causaba su predicación) no iban a quedar impunes. Tales actos estaban castigados por una ley denominada técnicamente Lex Julia lesae maiestatis (literalmente: “Ley Julia acerca de la majestad ofendida”), promulgada en tiempos de Augusto.

Es posible también que el Evangelio de Juan dramatice y exagere el episodio: el evangelio añade que el texto era trilingüe y que Pilato discutió con los sumos sacerdotes acerca de la exactitud del título “Rey de los judíos”. Es Jesús quien lo dice -arguyen los ancianos- pero no es verdad. El Prefecto escéptico, que no sabe qué es la verdad (Jn 18, 38) impone su voluntad sobre los judíos. Este diálogo es inverosímil, o al menos imposible de probar en su historicidad.

Pero aquí es importante observar cómo todos los evangelistas coinciden en los sustancial: el cargo contra Jesús es haberse proclamado “rey de los judíos”, lo que alude a las pretensiones mesiánico-davídicas de Jesús, al menos según su entrada en Jerusalén, que parecen históricas por diversas razones.

Dado que la “muerte agravada en cruz” no era cosa de todos los días, incluso en la díscola Judea, y que era costumbre de Pilato informar al Emperador de las incidencias de su gobierno, es de suponer que el Prefecto informó a Roma de este hecho, donde se recibió y archivó la información. Ello explicaría (muchos investigadores piensan que el pasaje es una glosa secundaria) el texto de Tácito en sus Anales XV 44,3: “Este nombre [de cristianos] viene de Cristo, que fue ejecutado bajo Tiberio por el gobernador Poncio Pilato”. Ahora bien, de estas presuntas actas no ha quedado ni rastro, por mucho que en la tradición posterior hayan aparecido algunas, todas ellas falsificadas.

La primera mención de estas actas aparecen en Justino, mártir, I Apología 35. 48. Esas presuntas actas -o mejor, otras totalmente falsificadas por cristianos- acaban siendo recogidas, desde el siglo XI aproximadamente, en el llamado Evangelio de Nicodemo o Actas de Pilato . Esta obra se compone de dos partes, o de dos escritos, muy bien diferenciadas. La primera tiene dieciséis capítulos y es propiamente la que puede llamarse Actas de Pilato. La segunda, algo más breve, no lleva título y se suele denominar Descenso de Cristo a los infiernos. Los estudioso están de acuerdo en que el valor histórico de estas "Actas" es nulo.

La crucifixión de dos “bandidos” al lado de Jesús tiene visos de ser histórica, a pesar de sus concomitancias con el texto de Isaías 43, 12: es decir, a pesar de la duda o temor razonable a una posible invención del evento a partir de este texto: “Fue contado entre los malhechores”. Y la razón es de nuevo la inverosimilitud que fuera simplemente inventado por parte de los cristianos para que se cumpliera el texto profético.

La interpretación más plausible del hecho es que esos crucificados fueran discípulos de Jesús, sin nombre concreto, quizá por olvido voluntario de la tradición, que fueron aprehendidos con él y castigados con él, por el mismo motivo político: sedición y alteración del orden.

Pero dicho esto a propósito del episodio, no conozco ningún comentarista serio que atribuya historicidad a la palabra de Jesús “al buen ladrón”: “En verdad te digo: ‘Hoy estarás conmigo en el paraíso’” (Lc 23, 43). Esta frase parece una añadido teológico de la tradición del tercer evangelista a los hechos de la historia.

La presencia de mujeres al lado de la cruz de Jesús, recogida en Jn 19, 24b-27, es también más que dudosa históricamente. No parece en absoluto plausible que los romanos permitieran a los familiares y amigos de los sediciosos estar “junto a la cruz” (griego: parà tôi staurôi: Jn 19, 25), y menos en una provincia tan peligrosa como Judea y cerca de la Pascua. Por tanto, la tradición recogida sobre todo por Juan no parece histórica.

Esta escena de las mujeres junto a la cruz con el discípulo amado, personaje que jamás es presentado con su nombre en este evangelio, parece más bien simbólica. Se apoya en una tradición que afirmaba la presencia de amigos de Jesús junto a la cruz -aunque a distancia- sostenida por el Salmo 38, 11.12 (“Mi corazón palpita, me abandonan mis fuerzas… mis amigos y mis compañeros se sitúan lejos de mis llagas, mis allegados se mantienen lejos”). Lo que hace el Evangelio de Juan es acercar sin más a los personajes a la cruz, no teniendo en cuenta la inverosimilitud de esta escena en un crucifixión romana de “malhechores políticos”.

El significado e interpretación de la escena varía entre los comentaristas, aunque alguna de las exégesis (María Magdalena, esposa de Jesús, y el discípulo amado, hijo de ambos), es absolutamente fantasiosa y carente de base. Es de señalar de cualquier modo cómo el Evangelio de Juan destaca la presencia de María Magdalena, que para su comunidad debía representar algo importante. Por ejemplo, un símbolo más de la buena discípula que pasa de la fe imperfecta a la perfecta, tanto que se convertirá –como la mujer samaritana del capítulo 4 del EvJn respecto a sus conciudadanos- en “apóstola” de los apóstoles.

En nuestra opinión la escena debe interpretarse según el pensamiento teológico global del autor del Cuarto Evangelio: la madre de Jesús que pertenece a la familia carnal del Salvador, pero por su fidelidad a éste –estar al pie de la cruz, y prestar atención a sus palabras- pasa a formar parte de la familia espiritual, o discipulado, del Salvador. Esta “familia” es la Iglesia. En realidad, según la teología del Evangelio de Juan, la Iglesia se funda en el evento de la cruz, no antes como asegura Mateo en 16, 16.

Así en Jn 20, 1-18, escena que creo más bien ideal, es decir, compuesta por el Evangelista como ejemplo también del paso de una fe imperfecta a otra perfecta por obra de la revelación del Resucitado. Dicho sea de paso: creo que María Magdalena adquiere cierta importancia en aquellos grupos y escritos que representan un cristianismo gnóstico, espiritual o místico, es decir, menos “institucional”. Entre ellos hay que contar -aparte del Evangelio de Juan- a los “evangelios” gnósticos, Evangelio de María, de Felipe, Sabiduría de Jesucristo, o Pistis Sofía.

El próximo domingo continuaremos con el tema.

Saludos cordiales de Antonio Piñero.

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En el otro blog, "El blog de Antonio Piñero", de Periodistadigital el tema que se está tratando es el siguiente:

"Comentario a las propuestas finales del capítulo conclusivo en la obra "Jesús recordado" de james D. G. Dunn"

La manera de entrar en esa nota es sencilla: pinchando en el "link" que se muestra en esta misma página, en la derecha, hacia abajo.

Saludos de nuevo.

Domingo, 24 de Mayo 2009

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Editado por
Antonio Piñero
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.





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