CRISTIANISMO E HISTORIA: A. Piñero

Hoy escribe Antonio Piñero


Da toda la impresión al leer a Flavio Josefo que en la época de Juan Bautista y de Jesús de Nazaret la sensación continua del pueblo era la de vivir en una perenne ocupación extranjera: Jerusalén había dejado de ser la capital administrativa, para ocupar su puesto una ciudad nueva fundada por Herodes el Grande: Cesarea marítima, llena de paganos. El ejército romano se hacía visible por doquier, especialmente de modo molesto en la ciudad santa, al lado del Templo (la Torre Antonia, fortaleza ocupada por los romanos que vigilaba el Santuario). Los tributos (capitación y otras gabelas) hacían recordar en todo momento a los israelitas piadosos que gran parte del producto de la tierra de Yahvé iba a manos de gentiles.

Aunque los romanos permitieron una amplia autonomía a las instituciones judías -la jurisdicción civil y religiosa seguía en manos del sanedrín de Jerusalén- y aunque las autoridades romanas buscaran al menos teóricamente la paz del territorio respetando en lo posible los sentimientos religiosos de las gentes, la brecha entre el Estado romano y el pueblo judío se hizo casi infranqueable.

De una manera u otra, con más o menos fuerza el espíritu de los celotas se hizo general entre la mayoría de la población. Los judíos piadosos sentían que estaban viviendo en un país ocupado. El control de los romanos, paganos, sobre el territorio de Dios, sobre la ciudad santa y su Templo, era una abominación. Muchos estaban convencidos de que la situación era tan mala que Dios no tardaría en poner remedio a estado tan contrario a los deseos divinos, puesto que su pueblo no podía guardar la Ley sin impedimentos y el país no estaba libre del acoso pagano. No cabe duda de que muchos podrían desear en su corazón que comenzara una guerra de liberación nacional que Dios, con su ayuda especial, se encargaría de concluir.

Otros años de grave tensión se sucedieron durante el gobierno de Poncio Pilato (26-36 d. C.), momento en el que hubo pequeños pero continuos movimientos antirromanos. La situación aparente era de cierta tranquilidad, pero Pilato hostigaba de continuo la sensibilidad religiosa de sus gobernados. Sabemos que introdujo en la ciudad santa, Jerusalén, estandartes romanos con la imagen del emperador Tiberio, lo que casi provoca un alzamiento popular sangriento, y también que intentó aplicar los dineros del Templo para construir un acueducto para uso de la capital. Aportar más agua era en sí una buena idea, pero significaba apropiarse de los tesoros sagrados, lo que provocaba sentimientos unánimes de repulsa.

Otro caso, esta vez muy sangriento, fue el asesinato por parte del Procurador de unos peregrinos galileos que estaban presentando sus ofrendas al Templo (Evangelio de Lucas 13,1). Este hecho debió de ocurrir porque esos galileos provocaron algún disturbio de orden público –ciertamente en contra de los romanos y sus secuaces los herodianos (partidarios del gobierno de Herodes Antipas en Galilea)- durante alguna de las festividades religiosas importantes.

El caso de Barrabás (Evangelios de Mateo [27,16ss], de Marcos [15,6ss] y de Lucas [23,17]) parece ser totalmente semejante y –por lo poco que dicen los Evangelios- debió de ocurrir casi a la par que el incidente denominado la “Purificación del Templo” por parte de Jesús. Como se trataba de un motín (stásis en griego, con algún que otro muerto: Mc 15,7), es claro que era contra los romanos. Dicho sea de paso, del incidente de Barrabás -sea o no auténtico desde el punto de vista histórico - se deduce que Jesús estaba en pie de igualdad con Barrabás a los ojos de los dominadores.

Un poco más tarde, un buen número de samaritanos que al parecer se habían congregado pacíficamente en las faldas del Monte Garizim convocados por un autodenominado profeta que les había prometido que sobre la montaña santa Dios haría aparecer los vasos sagrados del Templo (milagro que podía considerarse un signo de la pronta venida del mesías) fueron asesinados por las tropas de Poncio Pilato al intentar dispersar la multitud.

Mientras tanto en Galilea Herodes Antipas, por el contrario, tuvo un reinado bastante tranquilo, que duró desde el 4 a.C. hasta el 39 d.C. en tiempos del emperador Gayo Calígula. En líneas generales Antipas gobernó astutamente (según Lc 13,32, Jesús lo llamó “ese zorro”). Era un firme partidario de la colaboración con los romanos, de tal modo que al fundar una nueva ciudad, donde instaló colonos en parte paganos, la denominó Tiberíades, en honor del emperador Tiberio.

A pesar de esta disposición prorromana, Antipas supo no ofender en demasía los sentimientos religiosos judíos, pues practicó una política doble: por un lado fingía ser un judío piadoso, aunque no se tomara en serio algunas de las normas de la ley de Moisés; mas, por otro, se comportaba como un príncipe helenístico y como un fiel aliado de los romanos. De cualquier modo, procuró la convivencia entre paganos y judíos en su territorio de Galilea.

Los judíos ultrapiadosos no debían estar muy contentos con esta política. En lo que a nosotros interesa, ello se deduce del comportamiento del Jesús adulto y predicador ambulante: éste evitó siempre el contacto con las ciudades bajo el control de Antipas, probablemente por considerarlas llenas de extranjeros poco aptos para recibir su mensaje sobre el reino de Dios.

Y fue durante el gobierno de este Poncio Pilato y de Herodes Antipas, en un ambiente en apariencia relativamente tranquilo pero en el fondo muy exaltado, con graves tensiones políticas, sociales y religiosas pero a la vez llenos de esperanzas (e implicaciones políticas) en un reino de Dios sobre el torturado Israel, hay que situar a Juan Bautista y a su discípulo Jesús de Nazaret.


Seguiremos. Saludos cordiales de Antonio Piñero.

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Hoy en el “Blog de Antonio Piñero” se trata del siguiente tema:

“Fuentes críticamente históricas sobre Jesús”

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Miércoles, 3 de Junio 2009

Hoy escribe Antonio Piñero


Seguimos con el desarrollo de la idea de que el concepto de mesianismo se consolida en Israel gracias a los acontecimientos históricos desde el exilio en Babilonia (3ª entrega)


Inmediatamente después el heredero de Herodes el Grande, Arquelao, partió para Roma. En el entretanto, y mientras dejaba madurar su pensamiento respecto al testamento de su amigo Herodes, Augusto había enviado como prefecto interino de Judea a un tal Sabino, personaje por lo demás oscuro y casi desconocido.

Éste, sabiendo que su cargo iba a durar poco, se dedicó sencillamente a robar, realizando toda suerte de tropelías y exacciones contra el pueblo. Naturalmente las gentes se levantaron de nuevo en armas. Como el prefecto Sabino no pudo sofocar la revuelta, intervino Quintilio Varo, legado de Augusto en Siria, (que es conocido en la historia sobre todo por el desastre romano en los bosques de Germania, cuando fue derrotado por una coalición de bárbaros y el fracaso fue tal que Roma perdió nada menos que tres legiones de un solo golpe). Hubo diversos avatares en la lucha entre los revoltosos judíos y las tropas regulares romanas, por lo que Varo tuvo que intervenir en dos ocasiones para defender a Sabino, acorralado por los rebeldes judíos. También esta acción de los romanos se saldó con gran cantidad de muertos judíos.

Lo importante de esta revuelta es que demuestra que había entre el pueblo judío un ambiente general de deseos de liberación política y... religiosa. En esta línea se produjeron otros tres episodios guerreros que algunos historiadores consideran de tipo “mesiánico”. Un adjetivo de este estilo es apropiado, ya que hasta la aparición del cristianismo con su noción de un mesías sufriente -no político ni guerrero, un ser divino de algún modo que sufre muerte por el pueblo-, el mesías que todo Israel esperaba era sólo un ser sólo humano, y sobre todo de carácter político guerrero. Según la mayoría de las opiniones -pondremos algunso textos en su momento-, habría de ser un experto militar cuya misión –apoyada por la divinidad ciertamente- era liberar a Israel del yugo extranjero, de modo que estando el país libre y puro de contaminaciones ajenas pudiera cumplir perfectamente los requisitos de la ley de Dios. Así, Éste bendeciría a Israel con toda suerte de prosperidades.

En ese ambiente expectante, un tal Judas, hijo de Ezequías -un famoso y antiguo rebelde al que había combatido con éxito Herodes el Grande cuando era joven y jefe militar del norte del país bajo el mando de Hircano II-, se levantó contra Arquelao y los romanos en Galilea manifestando su esperanza de liberar al pueblo judío de los extranjeros si alcanzaba la corona real. Con un grupo de incondicionales, asaltó en la ciudad de Séforis un arsenal real y, tras distribuir las armas entre los suyos, gobernó en la práctica como un reyezuelo durante unos meses en toda Galilea.

No se sabe en verdad si este Judas es distinto de otro de igual nombre, Judas el galileo, que se levantó contra los romanos, siendo Quirino legado de Siria, unos años más tarde (el 6 d.C.). Este levantamiento fu muy sonado. Su motivo: negarse a que el pueblo de Dios, Israel, fuera censado por los romanos para controlar mejor los nuevos tributos que debían imponerse al pasar Judea a ser provincia romana. Este movimiento fue aplastado, pero su lema principal, “Antes morir que permitir que la tierra de Yahvé pasara a dominio de otro Señor”, y su ardor en la defensa y cumplimiento de la Ley (“celo por Yahvé”) habrían de dar fundamento más tarde (poco antes de la Guerra del 66-70) a las raíces del movimiento religioso-político más trascendental en la política judía del s. I: el celotismo.

También después de la muerte de Herodes el Grande, en la región de Perea, en la Transjordania, un tal Simón, del que apenas conocemos más, se levantó también en armas y pretendió igualmente ceñirse la corona real. Esta pretendientes fue pronto liquidados por los romanos.

Por último, un antiguo pastor de gran fortaleza física, llamado Atronges, formó una banda de resistentes junto con sus cuatro hermanos, se impuso a sí mismo la corona real y mantuvo en jaque a los romanos durante largo tiempo. Al parecer, en todos estos casos existía en el pueblo que secundaba a estos revoltosos la esperanza mesiánica de liberación del yugo extranjero sobre Israel.


Seguiremos. Saludos cordiales de Antonio Piñero.

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“Pedro en los Hechos Apócrifos de los Apóstoles”

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Lunes, 1 de Junio 2009

Hoy escribe Antonio Piñero

Esta nota es la conclusión de la que iniciamos el domingo pasado: 24 de mayo del 2009.

Las burlas sobre Jesús mientras éste se halla en la cruz entran dentro de lo plausible y verosímil dadas las cotumbres de la época. Por la coincidencia entre Marcos y Juan podemos sospechar que son históricas y que pertenecían a la tradición premarcana de la historia de la Pasión. Pero este hecho no significa automáticamente un marchamo de historicidad. El uso del esquema “tres”, tres grupos de gentes que se burlan -los que pasan por delante, los sumos sacerdotes y uno de los ladrones-, y la inverosimilitud de que estos dirigentes de los sacerdotes se entretuvieran en torno a la cruz, una vez conseguidos sus objetivos, siendo el día de la Pascua (Sinópticos), o su preparación (Juan), nos hace sospechar una dramatización literaria del evento.

Tampoco es posible probar la historicidad de los insultos de los dos bandidos crucificados junto con Jesús, ya que Mc/Mt no les asignan palabra alguna, y Lucas utiliza temas que han salido antes, en las otras escenas de burlas, ya judías o romanas, por lo cual puede tratarse de una proyección de una escena a otra.

La famosa y bella frase de Jesús, “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”, transmitida sólo por Lucas (23, 34), es poco segura históricamente. Aparte de la falta de atestiguación múltiple, es decir, en más de una fuente independiente, la frase está ausente de los manuscritos más importantes del Nuevo Testamento. ¿Fue eliminada por algunos escribas molestos de que Jesús perdonara a los “malvados y deicidas” judíos”? Es posible puesto que los judíos no se habían arrepentido de lo hecho. Si fue así, la tradición podría ser antigua, pero no podemos alcanzar seguridad alguna.

La muerte de Jesús

No tienen base alguna en los textos que nos ha legado la Antigüedad hipótesis fantasiosas sobre la no muerte de Jesús: que le dieron láudano o cualquier otro producto…, que de hecho no murió…, que fue bajado inconsciente sólo de la cruz…, que escapó de la tumba –¡todos estaban de acuerdo para fingir su muerte!- y huyó a la India…, etc., teorías todas que me parecen innecesarias y absolutamente descabelladas. En mi opinión sólo puede formular estas hipótesis quien desconozca la atmósfera y el ambiente del siglo I en Judea y cómo se las gastaban los romanos con aquellos que les suponían el menor impedimento. Tales teorías son impensables, pues, en aquellas circunstancias.

Pero, como ocurre otras veces, esto no significa que todo lo que los evangelistas afirman sobre la muerte de Jesús pase el filtro de los criterios para probar la historicidad e un evento narrado en los Evangelios. Así, por ejemplo, es muy inseguro afirmar cuáles fueron las palabras que Jesús dijo al morir, si es que dijo alguna. Parece cierto la mención de un grito del Nazareno antes de expirar, grito que debe entenderse quizá literalmente. El criterio de dificultad nos lleva a pensar que no había motivos para que lo hubieran inventado los cristianos, ya que el grito final podría malentenderse como de desesperación. Las razones en contra de algunos estudiosos no son convincentes.

Pero, ¿pronunció Jesús algunas palabras, además del grito? El que éstas pertenezcan al Sal 22, 2: “¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?”, podría tener un matiz sospechoso (es decir, que fueran traídas para “probar” la veracidad puesto que fueron profetizadas por un salmo ya considerado "canónico" de algún modo), pero tiene más fuerza aún el argumento contra su historicidad el que el Evangelio de Juan no recoja estas palabras de Jesús, sino sólo el dicho "Todo está consumado" (Jn 19,30; palabras también de dudosa historicidad, pues más bien parecen del propio evangelista) y Lucas presente otras: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” = Sal 31, 6 que Lucas pone también en boca del mártir Esteban (Hch 7, 59-60).

De todos modos las palabras del Sal 22, 2 (Marcos / Mateo) -sean históricas o no- encajan muy bien con una imagen del Jesús de la historia que esperaba la pronta venida del Reino de Dios, pero que se podía sentir traicionado y fracasado al no llegar éste en realidad durante su vida, y que pudo experimentar en algún momento el desgarro del abandono, al menos aparente, de Dios.

Igualmente es dudosa la noticia de Mc 15, 36 + Jn 19, 28-29 de la sed de Jesús (¡como cumplimiento de la Escritura!, expresamente afirmado por Jn en 19, 28) y la oferta de vinagre. El hecho es plausible en sí, pero imposible de garantizar como histórico por los criterios usuales.

En conjunto, pues, sobre este tema: es muy posible que sólo se pueda defender como estrictamente histórico Mc 15, 37: “Y Jesús, lanzando un gran grito, expiró”. El resto parece relleno o dramatización de Marcos -o su fuente- o de los otros evangelistas, pues la influencia formativa de la Escritura parece estar presente por doquier (Sal 22, 2.16 + Sal 69, 22 + el motivo de Elías: Mc 15, 2.35).

La confesión del centurión (Mc 15, 39) que proclama a Jesús “hijo de Dios” corresponde a la teología cristiana postpascual, por lo que tampoco parece histórico.

El lanzazo dado a Jesús es verosímil en sí (Jn 19, 31-37), pero el evangelista lo relaciona con el cumplimiento de la Escritura (Dt 21, 22-232 + Sal 34, 21, y sobre todo Zac 12, 10: “Verán al que traspasaron”). De nuevo planea la duda de la posible creatividad o matizacuión de eventos que pudieron ser reales a partir de la reflexión sobre textos sagrados/proféticos.

A pesar de la indudable historicidad del hecho desnudo de la crucifixión y muerte de Jesús, en los relatos de cada uno de los evangelistas se nota claramente una intención teológica, que intenta dar sentido a un evento tan terrible como la muerte en cruz del Salvador.

Según el Evangelio de Marcos, las críticas calumniosas vertidas contra Jesús en el proceso judío –se jactaba de que iba a aniquilar el Templo, él era el mesías e Hijo de Dios, etc.- son refutadas en la cruz y después: el velo del Templo se rasga, simbolizando su futura destrucción, y nada menos que un centurión pagano ha de confesar: “Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios” (Mc 15, 39).

El Evangelio de Lucas insiste menos en las burlas y el odio contra Jesús que en la actitud de éste como justo sufriente y modelo a imitar por los cristianos, así como en la misericordia de Dios hacia los pecadores plasmada en la sentencia de Jesús: “Padre, perdónalos…”. Lucas propende menos que Mateo a favorecer un juicio negativo sobre los judíos (futuro antisemitismo), ya que recalca la diferencia entre los malvados dirigentes de los judíos y el pueblo en sí (simbolizado en las “hijas de Jerusalén” de 23, 28), mucho más favorable a Jesús.

El Evangelio de Juan presenta a un Jesús victorioso en la cruz: es el momento en el que –en la tierra- el Revelador es en verdad “exaltado” (véase, simbólicamente, Jn 3, 14ss) y, aunque los ojos carnales no lo perciban, es el vencedor de sus enemigos -los dirigentes de los judíos, los soldados romanos, el malhechor crucificado con él que lo insulta-, el que funda la Iglesia por un acto de amor en la cruz. Éste es el momento en el que al ser “elevado” puede retornar de este mundo de tinieblas al Padre, mientras que sus discípulos, que quedan en la tierra, vencen al mundo y son declarados uno con Jesús y el Padre (“oración sacerdotal” del capítulo 17) y por tanto salvados.

Sucesos tras la muerte de Jesús (Mt 27, 51-53)

Mateo cuenta al respecto: “Entonces el velo del Templo se rasgo en dos, de arriba a abajo; la tierra tembló, las rocas se rajaron, las tumbas se abrieron y muchos cuerpos de santos que ha­bían muerto resucitaron; después que él resucitó, salie­ron de las tumbas, entraron en la ciudad santa y se apare­cieron a muchos. El centurión y los soldados que con él custodiaban a Jesús, viendo el terremoto y todo lo que pasaba, dijeron aterrados: ‘Verdaderamente éste era Hijo de Dios’”.

Hemos dicho anteriormente que es muy poco probable que tales eventos sean históricos. Falta la atestiguación múltiple (salvo para lo del velo del Templo = Mc 15, 38 + Lc 23, 45: en este último evangelio el velo del Templo se rasga antes de la muerte de Jesús, lo que tiene una elevada significación simbólica y teológica, considerada después de la destrucción del Santuario en el 70 d.C.). Si en algún sitio, es aquí –en estos eventos- donde parece más palpable la creatividad a partir de la Escritura: detrás de Mt 27, 51b-52b puede estar Ezequiel 37, 12-23: “Por eso profetiza y diles: Yo abriré vuestros sepulcros y os sacaré de vuestras sepulturas, pueblo mío”, y tras Mt 27, 53 se hace presente Isaías 26, 19 LXX: “Resucitarán los muertos y se levantarán de sus tumbas y se alegrarán los que están en la tierra…”.

Era típico de la época, el siglo I d.C., la creencia de que la divinidad hacía patente la muerte de los hombres ilustres por medio de signos telúricos, portentosos. Por comparación, puede surgir la duda de si lo relatado por Mateo no es más que un fenómeno parecido: resaltar teológicamente el valor de la muerte de Jesús por medio de sucesos escatológicos predichos por los profetas. Un ejemplo: el evento de Pentecostés es interpretado por Pedro en su primer discurso por medio de un texto del profeta Joel, tal como nos lo cuenta Hch 2,16-204.

Saludos cordiales

Antonio Piñero
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“La metodología de José Montserrat en el estudio de los Evangelios”

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Domingo, 31 de Mayo 2009
Hoy escribe Antonio Piñero


El nuevo monarca, Herodes, comenzó su reinado procurando controlar absolutamente –o eliminar- a todos sus enemigos, que eran bastantes: nobles adictos al antiguo régimen de los descendientes de los macabeos, los pretendientes al trono llamados Aristóbulo/Antígono; piadosos judíos que estaban en su contra, pues él no era plenamente israelita, poco o nada piadoso y demasiado amigo de romanos y de otros gentiles impíos; otros personajes promacabeos que podían suponer una amenaza para su poder absoluto.

Se inició así un gobierno de control férreo sobre el país de Israel fundamentado en el ejército personal del rey -profesionales bien entrenados, muchos de ellos extranjeros, dispuestos a todo-, en la creación de una eficaz policía interna y en un sistema administrativo que se encargó de recaudar sin piedad los impuestos necesarios. Comenzó también la edificación de fortalezas por todo el país y a poner en ellas guarniciones de soldados fieles, de modo que nadie pudiera moverse sin riesgo de perder la cabeza.

Herodes intentó, y consiguió también, controlar los resortes del poder religioso de Israel. Hizo depender de su voluntad el nombramiento del sumo sacerdote de la nación, con lo que puso y depuso a esta autoridad suprema para los judíos según sus conveniencias; controló las pocas sesiones de la asamblea de Jerusalén, el sanedrín más importante de la nación, que pudieron celebrase; no permitió que los partidos religiosos, sobre todo los de los fariseos y saduceos, actuaran en algún momento sin su consentimiento. Incluso el Templo de Jerusalén estaba de hecho bajo su poder, pues una fortaleza, la Torre Antonia –nombrada así en honor de su amigo Marco Antonio-, vigilaba cualquier reunión de gentes en el Santuario que pudiera suponer un problema de orden público.

En los momentos en los que vino al mundo Jesús de Nazaret (en torno al 6-4 a.C.) Israel, compuesto por Judea, Galilea, Idumea al sur y algunos territorios más allá del Jordán, Perea, era un estado semiindependiente, vasallo de hecho de Roma, gobernado por este Herodes (37-4 a.C.).

El reinado de ese monarca, Herodes el Grande, fue revolucionario: la antigua dinastía heredera del levantamiento de los Macabeos contra los monarcas griegos, los Seléucidas, que habían dominado Israel desde más o menos el 200 a.C. hasta el 165 a.C. habían sido suplantados en el poder por una familia de Edom (Idumea), la de Herodes el Grande, casi no israelita. La sociedad superior judía de la época anterior a Herodes sufrió un notable quebranto con los movimientos políticos que situaron a Herodes en el trono, y nuevos elementos ascendieron para ocupar su lugar. Los nuevos eran miembros de familias judías procedentes de la Diáspora (la dispersión judía, es decir, judíos residentes fuera de Israel) de otros reinos helenísticos, descendientes de los judíos que se habían quedado en Babilonia después del exilio (s. VI a.C. en adelante), o bien extranjeros griegos y romanos que iban a Israel en busca de posibilidades comerciales y más tarde simplemente a medrar en la corte de Herodes el Grande.

Ello significó una mayor penetración en la sociedad de elementos helenizantes, es decir, de la cultura griega, a la que los judíos no veían con simpatía pues adoraba a otros dioses. Esta cultura era universal y servía como de elemento nivelador de unos países con otros dentro del poder romano. Pero en el caso del Israel de los años finales del siglo I a.C. la extensión de la cultura griega no contribuyó a vertebrar mejor la estructura social del país. La hostilidad del pueblo contra Herodes fue general y duró hasta su muerte.

La conducta política de Herodes y sus simpatías prorromanas y progriegas hirieron a menudo la sensibilidad del pueblo. La atmósfera pagana de la corte, que en diversos lugares había incluso aceptado el culto al emperador Augusto como ser divino emparentado con los dioses de algún modo (“hijo del divino Julio César”), no era tolerable para los sentimientos religiosos de la población.

Tras la muerte de Herodes el Grande

A la muerte del rey tirano, Augusto pensó durante mucho tiempo qué hacer con un territorio como Judea habitado por gentes que se acomodaban tan mal al modo de vivir, a la cultura y a las creencias normales en el Imperio. Finalmente tomó la decisión de dividir el reino. El rey difunto, en su segundo testamento había dispuesto que su sucesor fuera su hijo Herodes Antipas, el segundo descendiente tenido con una de sus mujeres, la samaritana Maltace. Pero en el tercer testamento, el último, Herodes el Grande designó finalmente como sucesor principal a su hijo Arquelao, el primogénito de los habidos también con Maltace.

Arquelao, pues, fue nombrado sucesor de Herodes en parte del territorio, Judea, Samaría e Idumea, mientras que Galilea, como una “tetrarquía”, fue entregada en manos de Antipas, otro hijo de “El Grande, quien también miraba hacia Roma continuamente. Escasos diez años después de la muerte de Herodes, Augusto depuso a Arquelao (6 d.C.), y sus tierras pasaron a convertirse en provincia romana. Antipas duró sin embargo durante toda la vida de Jesús. Después, sólo por un breve lapso de tiempo (41-44 d.C.) estuvo el gobierno de todo el país, reunificado por voluntad del emperador Claudio, en manos de un nuevo rey judío, Agripa I, nieto de Herodes el Grande.

Como es lógico –y era obligatorio en el caso de reyes “clientes” de Roma, es decir sujetos a limitaciones políticas por parte del Imperio-, el testamento debía ser confirmado por Augusto. Ésta es la razón por la que Arquelao se dispuso a viajar a Roma para obtener la preceptiva aprobación imperial. Sin embargo, antes de partir, el pueblo se sublevó contra el heredero, en verdad porque se había quitado de encima un tanto el miedo horroroso que provocaba su terrible padre, y en parte también en protesta por la ejecución aún reciente (poco tiempo antes de la muerte de Herodes) de los que habían derribado el águila del Templo, como contamos en el capítulo anterior. Arquelao con sus propias tropas acabó con la revuelta, aunque con gran derramamiento de sangre.


Seguiremos. Saludos cordiales de Antonio Piñero.

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Una nota:

Sobre la interesantísima figura de Herodes el Grande los lectores disponen de una novela histórica, obra de qyuien ha redactado esta líneas, que me prece que explica bastante bien al personaje y su entorno, las intrigas de la corte real, y el embiente en el que nació Jesús de Nazaret. La novela se llama "Herodes el grande", Editorial Esquilo, Badajoz, 3ª edición 2007.

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Hoy en el “Blog de Antonio Piñero” se trata del siguiente tema:

“Metodología de aproximación a los Evangelios según José Montserrat. Visionarios, defraudadores y crédulos”

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Saludos de nuevo.
Viernes, 29 de Mayo 2009
El autor de los Hechos Apócrifos de los Apóstoles
Hoy escribe Gonzallo del Cerro

El autor de los HchAp (I)

Todos los HchAp tienen, como hemos visto, numerosas y notables coincidencias: la estructura, la temática, la ideología, el encratismo, los moldes literarios… Es natural, pues, que se haya planteado la pregunta: ¿Pertenecen los HchAp a distintos autores o son la obra de un solo y único autor?

El patriarca Focio, del siglo IX, estaba convencido de que los cinco grandes Hechos de Pedro, Juan, Andrés Tomás y Pablo, pertenecientes todos a una colección de Viajes de los Apostoles, habían sido escritos por un tal Leucio Carino. Ya subrayamos la importancia de este testimonio en el sentido de que, para el docto patriarca de Constantinopla, los HchAp debían de tener el parecido suficiente como para poder ser considerados como la obra de un mismo autor.

De todos modos, la respuesta a esta cuestión no reviste particular importancia desde el momento en que de ella no se sigue una mejor comprensión de estas obras. Los textos están ahí, en su muda objetividad. Es el punto de vista crítico de los estudiosos el que decanta la respuesta en un sentido o en otro.

Es verdad que existen unos testimonios externos que hablan de la autoría de un personaje llamado Leucio. Así es la opinión del Pseudo Melitón en su Pasión de san Juan, donde refiere que Leucio ha escrito los Hechos de Apóstoles de Juan evangelista, de Andrés y de Tomás. Añade luego que Leucio dice cosas verdaderas sobre las virtudes de los apóstoles, pero que miente acerca de su doctrina (Migne PG 5, 1239-1242). Lo mismo repite en su obra De transitu Mariae (PG 5, 1231). En su carta a los obispos Idacio y Ceponio, Toribio de Astorga menciona los Hechos de Andrés, Juan y Tomás, y atribuye los HchJn a Leucio (Migne PL 54, 694). El dato es conocido por Epifanio (Panar. 51,6,7-9) y Paciano de Barcelona (PL 13, 1053). Es también la tradición reflejada en Agustín (De Actis cum Fel. Manich, II 6 en PL 42, 539) y en Evodio de Uzzala (PL 42, 1141) y recogida de forma un tanto vaga en el Decreto Gelasiano, que habla de “libros compuestos por Leucio, discípulo del diablo” (W. Schneemelcher, Neut. Apokr., I p.31).

Todos estos autores hablan de la actividad de Leucio, pero solamente Focio habla de Leucio Carino como autor de los cinco grandes Hechos Apócrifos. Era el primer testimonio en este sentido. Pero se piensa que Focio confunde los datos de la tradición o los recibe ya confusos. Pues no existe un escritor conocido que responda al nombre de Leucio Carino. Pero sí son conocidos dos personajes distintos, Carino y Leucio, nombrados siempre por este orden, que son los protagonistas del relato del Descendimiento de Cristo a los infiernos en la redacción latina adjunta a las Actas de Pilato. Carino y Leucio resucitan para dar testimonio de lo que han visto en los infiernos con motivo de la bajada de Cristo. Y después de poner por escrito su testimonio, regresan a sus sepulturas (A. Piñero, ed., Todos los Evangelios, Actas de Pilato, pp. 349-356).

Pero el que los HchAp hayan sido compuestos por un mismo autor no parece que pueda hoy defenderse razonablemente, pues son grandes las diferencias que los distinguen. Y ello no solamente en el estilo, sino en la estructura y en la ideología. Creo, sin embargo, que debemos destacar el sorprendente parecido literario y doctrinal entre los HchAnd, HchJn y HchTom, los tres Hechos mencionados por Epifanio como usados por los herejes y recogidos en los testimonios del Pseudo Melitón y de Toribio de Astorga. Las largas y prolijas prédicas, llenas de plegarias, con abundancia de anáforas, apóstrofes, acumulaciones, repeticiones, etc., son un aspecto común. importante en estos tres Hechos.

Estos tres Hechos fueron compuestos en un espacio que va desde los alrededores del año 160 (HchAnd) hasta los del año 225 (HchTom). El detalle explica sus notables diferencias tanto de estilo como de conhtenido.

Saludos cordiales. Gonzalo del Cerro



Jueves, 28 de Mayo 2009

Hoy escribe Antonio Piñero


A finales del siglo VI (hacia el 515 a.C.) pereció misteriosamente el último rey descendiente de David, Zorobabel, y desde entonces la historia de Israel fue para muchos judíos un mayor cúmulo de desgracias que antes del exilio a Babilonia. Los sacerdotes que controlaron el país después de la desaparición de la monarquía habían instaurado como norma de comportamiento de Israel la ley de Moisés. Ésta era como la constitución del país y la fuente de todo el derecho. Pero ya en esos mismos momentos Israel no era un país libre, sino que estaba dominado por el Imperio Persa, heredero de los babilonios; los persas controlaron políticamente a Israel casi durante dos centurias.

Pasado ese tiempo, la potencia persa fue derrotada por la expedición de Alejandro Magno, a finales del siglo IV a.C. (323 a.C.: muerte de Alejandro). Después de los persas pusieron sus ojos en Israel los reyes sucesores de Alejandro Magno que gobernaron Egipto, al oeste, o la Gran Siria, el este: Israel era una pequeña tierra de paso siempre apetecida por sus vecinos más importantes…, y éstos procuraron mantenerla siempre bajo un control político absoluto.

Ahora bien, en Israel religión y política iban unidas, ya que el pueblo de Israel tenía una inmensa consciencia de “pueblo elegido”, con el que Yahvé había hecho una “alianza”, al que ese mismo Dios había otorgado una “tierra”, cuyo dueño en verdad era la divinidad misma. Por tanto el gobierno de la tierra de Israel = la tierra de Dios por una potencia que no fuera Dios miso ( a través de sus delegados legítmos) no era propio de la "alianza".

No es de extrañar, pues que de un modo casi espontáneo tras tantos siglos de sumisión, surgiera poco a poco en el pueblo el deseo de una liberación del país del yugo extranjero de modo que sus habitantes, los israelitas, pudieran manifestar sin trabas su apego por las leyes divinas y las tradiciones ancestrales que aparecían recogidas sobre todo en la Ley y los Profetas.

La idea común que fue tomando cuerpo poco a poco durante los siglos anteriores al cristianismo era el anhelo por la restauración del Israel antiguo, la reunión de las doce tribus y el surgimiento de un nuevo rey, descendiente de David –un monarca conforme a la promesa de la profecía de Natán, 2 Samuel 7, que más tarde se denominó “mesías”— que expulsara a los enemigos de Israel y permitiera a éste vivir feliz, próspero y alegre, en la tierra de Yahvé, al amparo de una divinidad contenta, puesto que su pueblo elegido cumplía las normas –la ley de Moisés- que le había otorgado.

El comienzo de la época de los Macabeos, hacia el 165 a.C., con la insurrección contra la tiranía religiosa y política de los reyes seléucidas (los monarcas de la Gran Siria helenística sucesores de Alejandro Magno), pareció al principio la realización de la utopía mesiánica. Por fin Israel sería libre política y religiosamente. Los extranjeros no introducirían nefastas costumbres, sociales y religiosas, y la nueva monarquía crearía el ambiente propicio para vivir conforma a la Ley divina.

Pero esta sensación duró poco. Los monarcas macabeos fueron tan poco ejemplares como cualesquiera otros, el país tendía a asimilarse con los demás dentro de la cultura del helenismo, y Dios parecía no bendecir especialmente al país. Los piadosos se desilusionaron relativamene con el gobierno de los sucesores de Judas Macabeo.

A mediados del siglo I a.C. Israel cayó de hecho bajo el control de los romanos por la intervención de Pompeyo Magno hacia el 60 a.C. para mediar entre dos hermanos de la dinastía de los Macabeos que se disputaban el trono: Hircano II y Aristóbulo II. Pompeyo se decantó por Hircano II. Repuso en el trono a éste (aunque lo denominó con un título menor, “etnarca”) y permitió que Israel continuara con una cierta libertad…, al menos de nombre.

Durante el reinado de Hircano II, y tras una complicada situación política, el joven Herodes, hijo del valido de este rey, se apoderó del reino. Ocurrió así: Hircano II era un hombre de carácter débil que se apoyó durante toda su vida en la fortaleza de un noble idumeo, astuto y hábil, por nombre Antípatro, a quien nombró su valido, es decir, su mano derecha. Antípatro era, en verdad, quien gobernaba Israel, y aprovechó su posición para promover a dos de sus hijos, Fasael y Herodes. Al primero encargó el gobierno directo de la capital, Jerusalén, y su región, y al segundo -un joven muy impetuoso, fuerte, aguerrido, de notables energías y ambicioso- el control de Galilea.

Aun en vida de Hircano, Herodes fue creciendo en poder fáctico, hasta que llegó un momento en el que decidió por su cuenta tomar las riendas absolutas de Israel apoyándose –como lo había hecho Hircano anteriormente- en los amos del mundo, los romanos.

Gracias a su amistad con Marco Antonio, en el año 40 a.C. y por medio de un decreto del Senado, logró Herodes que Roma entregara el reino en su manos en sustitución de la dinastía macabea, que gobernaba hacía unos ciento veinte años. Tanto Antonio, como Octavio –los dos personajes que en aquellos momentos controlaban el poder de Roma- manipularon al Senado y permitieron que aquel joven general, Herodes, no perteneciente a la familia real, despojara a Hircano de su poder e intentara sentarse en el trono israelita.

Esta política venía bien a Roma, pues había comenzado a ver con claridad que los judíos eran un pueblo difícil: convenía a los intereses de la República, y a su dominio sobre todo el Mediterráneo, que el trono de Israel estuviese en manos amigas… y fuertes.

Sin embargo, la empresa de arrebatar la realeza a la dinastía reinante en Israel desde hacía más de un siglo no fue tarea fácil, pues los judíos nacionalistas o piadosos se opusieron a la decisión de Roma: ¡no era posible que un idumeo se sentara en el trono de David! Por aquel entonces había muerto ya Aristóbulo II -el hermano menor y antiguo adversario de Hircano II vencido por Pompeyo-, pero mucha gente del país prefería que siguiera gobernando Hircano, o bien había unido fuerzas en torno al hijo de Aristóbulo II –de nombre Antígono-, quien finalmente se había proclamado por su cuenta y riesgo, rey de Israel y había asentado su corte en Jerusalén.

A Roma no le gustaba en absoluto que personajillos insignificantes actuaran sin su permiso, así que ayudó a Herodes a quien había escogido como futuro rey de Israel. Tres años –del 40 al 37 a.C.- duró la contienda entre el idumeo, apoyado por los romanos desde la provincia vecina de Siria, y el macabeo Aristóbulo, apuntalado por el poderío de los terribles guerreros partos, que le ayudaron por dinero.

Pero, al final, y tras muchas vicisitudes, venció Herodes…, y vencieron los romanos, quien desde ese momento conseguían sentar en el trono de aquella difícil región a un rey “socio y amigo del pueblo romano” (éste era el título oficial de Herodes). Así, tras esos casi tres años de guerra y crueldades, logró por fin Herodes el ansiado trono de Jerusalén. Ese mismo año 37 a.C. el enemigo Aristóbulo, uno de los últimos descendientes de los macabeos, fue quitado de en medio –degollado- por orden de Marco Antonio, y el terreno parecía libre para un gobierno sin oposición por parte del joven idumeo.


Seguiremos. Saludos cordiales de Antonio Piñero.

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Hoy en el “Blog de Antonio Piñero” se trata del siguiente tema:

“El valor histórico de los Evangelios según José Montserrat”
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Saludos de nuevo.

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Noticia:

Para los que viven en Madrid (y a pesar de la Copa de Europa), quizás les pueda interesar el siguiente evento:

Conferencia

"Los Apócrifos del Antiguo Testamento y los orígenes del cristianismo"


impartida por Antonio Piñero


Lugar: "Espacio Ronda" c/ Ronda de Segovia 50

Hora: 19,30

Día: miércoles, 27 de mayo de 2009

Miércoles, 27 de Mayo 2009


Hoy escribe Antonio Piñero / Florentino García Martínez


Hoy utilizo unas notas de Florentino García Martínez en su artículo “Los manuscritos del Mar Muerto y el mesianismo cristiano”, en la obra colectiva, "Los manuscritos del Mar Muerto. Balance de hallazgos y de cuarenta años de estudio”, (Dimas Fernández Galiano y Antonio Piñero [editores], Ediciones El Almendro, 1994, pp. 189-206).


"En el Antiguo Testamento no hay mesías. Hay indicios, rastreos, gérmenes de ideas que en épocas posteriores se plasmarán en la idea del mesías.

"En ninguna de las treinta y nueve ocasiones en las que en la Biblia hebrea se emplea la palabra «mesías» (-ungido-) tiene esta palabra el sentido técnico preciso de título de la figura escatológica cuya venida introducirá la era de la salvación. Los «mesías» del Antiguo Testamento son figuras del presente, generalmente el rey (en Isaías 54,1 se trata del rey persa Ciro); más raramente, sacerdotes, patriarcas o profetas; y en los dos casos en los que el Libro de Daniel emplea la palabra, dos personajes cuya identidad es difícil de precisar pero que ciertamente no son figuras «mesiánicas».

La tradición posterior reinterpretará ciertamente varias de estas alusiones veterotestamentarias al «mesías» como predicciones «mesiánicas», pero las raíces de las concepciones que posteriormente emplearán el título de «mesías» para designar a las figuras que introducirán la salvación escatológica se hallan en otros textos del Antiguo Testamento que no emplean la palabra «mesías».

"Textos como las bendiciones de Jacob (Génesis 49,10), el oráculo de Balaán (Números 24,17), la profecía de Natán (2 Samuel 7) y los salmos reales (como los Sal 2 y 110) serán desarrollados por Isaías, Jeremías y Ezequiel en dirección a la espera de un futuro «mesías» real, heredero del trono de David.

"Las promesas de restauración del sacerdocio de textos como Jeremías 33,14-26 (ausente en la versión griega de los LXX) y el oráculo sobre el sumo sacerdote Josué, recogido en Zacarías 3, servirán de punto de arranque de la esperanza posterior de un «mesías» sacerdotal, lo mismo que la doble investidura de los «hijos del aceite», Zorobabel y Josué, en Zacarías 6,9-14 será el punto de partida de la espera de un doble «mesías», reflejo de una cierta división de poderes, presente ya desde Moisés y Aarón.

"De la misma manera, la presencia de la triple función: rey, sacerdote, profeta, unida al anuncio de la futura venida de un «profeta como Moisés» de Dt 18,15.18 Y a la esperanza concreta del retorno de Elías de Mal 3,23, servirá de punto de arranque para el desarrollo de la esperanza en la venida de un agente de salvación escatológico, se le designe o no como «mesías".

"Igualmente, la presentación de la misteriosa figura del "Siervo de Yahvé" de los capítulos 40-55 de Isaías como una alternativa al mesianismo tradicional en la perspectiva de la restauración dará como resultado el desarrollo de la esperanza de un «mesías sufriente».

"Y el anuncio de Malalaquías 3,1 de que Dios ha de enviar a su «ángel. como mensajero para preparar su venida permitirá desarrollar la espera de un mediador escatológico de origen no terrestre.

"En éstos y en otros textos del Antiguo Testamento se hallan la semillas del mesianismo posterior. En el Nuevo Testamento nos encontramos con estas semillas ya plenamente desarrolladas. El «mesianismo" es un dato tan central en el Nuevo Testamento que a Jesús de Nazaret se le llega a identificar simplemente como el "Cristo", el "ungido", es decir, «el mesías».

"Esta figura poderosa, este «cristo» de la teología del Nuevo Testamento es a la vez un «mesías-sacerdote», un «mesías-rey», un «profeta-como Moisés», un «siervo-sufriente» y un «mesías-celeste». La comunidad cristiana claramente ha atribuido a una persona histórica del pasado, cuyo retorno se espera en el futuro escatológico, todos los rasgos de las figuras mesiánicas que en el Antiguo Testamento se hallaban en semilla; ha aglutinado en un fruto magnífico todos los gérmenes «mesiánicos» del Antiguo Testamento.

"Pero hasta ahora no podíamos ver el proceso por el que esas semillas se habían desarrollado y transformado en fruto, ni cómo en ese siglo I de la era que llamamos "cristiana" (es decir, del "ungido", del "mesías") los gérmenes de esperanza mesiánica que se encuentran en el Antiguo Testamento habían crecido y se habían multiplicado, transformándose en un bosque de figuras mediadoras que al final de los tiempos introducen como heraldos y agentes eficaces la salvación de Dios. En la mayoría de los escritos judíos de la "época del Segundo Templo" (es decir, la que va desde el Exilio hasta el Ttemplo de Herdoes el Grande = siglo V a.C hasta el 70 d.C.) que nos eran previamente conocidos, la figura del « mesías- o no aparece en absoluto o desempeña un papel muy secundario.

"Es precisamente este crecimiento el que nos ilustran los Manuscritos del Mar Muerto. Cada una de las semillas mesiánicas, tan diversas, que aparecen en la Biblia hebrea, ha crecido en la tierra fecunda de la Comunidad hasta transformarse en verdaderas figuras mesiánicas cuya venida se espera « al final de los tiempos- y cuya acción introducirá la salvación de Dios.

Saludos cordiales de Antonio Piñero/Florentino García Martínez.

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Hoy en el “Blog de Antonio Piñero” se trata del siguiente tema:

“Simón Pedro en la literatura apócrifa”

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Saludos de nuevo.

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NOTA para los que viven en Madrid, y por si a alguien le pudiere interesar

Conferencia

"Los Apócrifos del Antiguo Testamento y los orígenes del cristianismo"

por Antonio Piñero

Lugar: Ronda de Segovia 50

Hora: 19,30

Día: miércoles 27 de mayo de 2009

Lunes, 25 de Mayo 2009

Notas


Hoy escribe Antonio Piñero

Seguimos los domingos, con la repetición de algunas notas que fueron publicadas en el otro blog al principio de su andadura, hace unos dos años, y que apenas fueron leídas.


Hemos comentado alguna vez que sigue habiendo algunos investigadores que no aceptan como probada la existencia histórica de Jesús. Pero entre los que la aceptan, aunque con ciertas reticencias respecto a la historicidad de diversos detalles y perspectivas de los Evangelios, es difícil encontrar algún estudioso serio que no admita como histórico el núcleo básico de la crucifixión y muerte de Jesús.

Las razones para tal aceptación se fundamentan sobre todo en el denominado “criterio de dificultad”.Recordemos brevemente qué este criterio como herramienta de la historia antigua para probar que un evento o tradición tiene visos de ser histórico: Es probable que una tradición proceda del Jesús histórico cuando tal tradición causa muchos problemas a la Iglesia posterior o contradice algunas de sus creencias. No es lógico que ésta invente tradiciones sobre su Maestro que luego habrían de plantearle dificultades –a veces enormes- para explicarlas.

Un ejemplo básico, y que ha sido aducido muchas veces, es el bautismo de Jesús por parte de Juan. A la Iglesia de finales del siglo I y a la del II causó problemas el hecho de que Jesús, Dios y ser sin pecado, fuera bautizado como un pecador por Juan Bautista para la remisión de los pecados. Parece improbable que una historia tan molesta para los intereses teológicos de la Iglesia primitiva fuera un puro invento de ésta.

La crucifixión y muerte del mesías esperado fue algo terrible para los seguidores de Jesús que les planteó innúmeras dificultades, tantas que tuvieron que pensar, y fundamentar teológicamente con nuevas exégesis de las Escrituras, las razones por las que había ocurrido esa aparente sinrazón.

A los ojos de los judíos el fracaso de la cruz invalidaba por completo las pretensiones mesiánicas de Jesús. Pero Dios había dado a entender con esa muerte que cualquier concepción del mesianismo que incluyera necesariamente un triunfo político sobre la tierra era un error por parte del pueblo elegido: En esta línea la teología judeocristiana postpascual se esforzará y se centrará en dar un sentido a este hecho en apariencia inexplicable, apoyándose en el esquema típico -y conocido en la mayoría de las religiones- del sacrifico expiatorio, y considerando que había una misteriosa voluntad divina previa, un plan divino, que tenía previsto el sacrificio de la cruz. Parece, pues, imposible que la tradición cristiana haya inventado la crucifixión de Jesús.

Sin embargo, son muchos los investigadores que opinan que el acto en sí –más el enterramiento- presenta en los Evangelios, sobre todo en el de Juan, una fuerte dramatización literaria. El cuarto evangelista presenta los hechos en seis episodios estructurados quiásticamente, más una introducción.

El quiasmo es una figura retórica según la cual las palabras o los hechos de una narración se disponen de forma ordenada según el esquema básico siguiente: A B C A’ B’: la narración progresa hasta un núcleo (C) y luego presenta dos repeticiones paralelas en contenido u orden similares a las dos primeras.

En este caso concreto, R. E, Brown, en su obra The Death of the Messiah, Doubleday, New York, 1994, p. 908, opina que las escenas de la crucifixión de Jesús y su sepultura (EvJuan 19, 16-42) están dramatizadas artificiosamente:

A (19, 16b-18) introducción;

B (19, 19-22); C (19, 23-24);

D (19, 25-27); C’ (19, 28-30);

B’ (19, 31-37);

A’ (19, 38-42).

Por otro lado, el mismo autor recuerda que desde el episodio de Simón de Cirene-que lleva la cruz de Jesús- hasta el de la compra de especias por parte de las mujeres parea embalsamar el cadáver de Jesús, el Evangelio de Juan presenta no menos de 20 omisiones o alteraciones respecto a los Sinópticos o a alguno de ellos.

Por otro lado también la teatralización de elementos presuntamente tradicionales acerca de lo que pudo ocurrir en torno a la muerte de Jesús - teatralización que puede presumirse ya en Marcos, o en la historia de la Pasión premarcana- y en sus seguidores inmediatos Mateo y Lucas, invita a ser muy prudentes respecto a la historicidad concreta de los detalles.

Existen algunas dudas sobre hechos concretos de la crucifixión, sobre todo porque en la pintura de ella están omnipresente las alusiones y citas al Salmo 22 y a otros textos de la Escritura. El que la crucifixión esté descrita a base de pasajes de este salmo plantea de inmediato la cuestión en qué grado la Escritura tenía fuerza formativa para moldear los hechos desnudos. Con otras palabras: podría ser posible que los hechos históricos, cuyos detalles se habían olvidado, fueron forzados, reinterpretados o incluso coloreados con invenciones para acomodarse a las palabras del Salmo… Así se construía un argumento apologético: todo ocurría “conforme a las Escrituras”.

Pero hay otros hechos en torno a la crucifixión -el titulus crucis por ejemplo, la tablilla fijada a la cruz que indica la causa de la crucifixión- que tienen grandes posibilidades de ser auténticos. Pilato mandó poner probablemente esta tablilla en la cruz para escarmiento de otros personajes presuntamente rebeldes al Imperio, quienes debían ponerse en guardia: podían sufrir la misma suerte de “muerte agravada en cruz”. El inquieto pueblo judío debía saber que los delitos de “lesa majestad”, es decir, contra la constitución del Imperio o contra el poder y la figura del Emperador (respecto a Jesús las altraciones de orden público que causaba su predicación) no iban a quedar impunes. Tales actos estaban castigados por una ley denominada técnicamente Lex Julia lesae maiestatis (literalmente: “Ley Julia acerca de la majestad ofendida”), promulgada en tiempos de Augusto.

Es posible también que el Evangelio de Juan dramatice y exagere el episodio: el evangelio añade que el texto era trilingüe y que Pilato discutió con los sumos sacerdotes acerca de la exactitud del título “Rey de los judíos”. Es Jesús quien lo dice -arguyen los ancianos- pero no es verdad. El Prefecto escéptico, que no sabe qué es la verdad (Jn 18, 38) impone su voluntad sobre los judíos. Este diálogo es inverosímil, o al menos imposible de probar en su historicidad.

Pero aquí es importante observar cómo todos los evangelistas coinciden en los sustancial: el cargo contra Jesús es haberse proclamado “rey de los judíos”, lo que alude a las pretensiones mesiánico-davídicas de Jesús, al menos según su entrada en Jerusalén, que parecen históricas por diversas razones.

Dado que la “muerte agravada en cruz” no era cosa de todos los días, incluso en la díscola Judea, y que era costumbre de Pilato informar al Emperador de las incidencias de su gobierno, es de suponer que el Prefecto informó a Roma de este hecho, donde se recibió y archivó la información. Ello explicaría (muchos investigadores piensan que el pasaje es una glosa secundaria) el texto de Tácito en sus Anales XV 44,3: “Este nombre [de cristianos] viene de Cristo, que fue ejecutado bajo Tiberio por el gobernador Poncio Pilato”. Ahora bien, de estas presuntas actas no ha quedado ni rastro, por mucho que en la tradición posterior hayan aparecido algunas, todas ellas falsificadas.

La primera mención de estas actas aparecen en Justino, mártir, I Apología 35. 48. Esas presuntas actas -o mejor, otras totalmente falsificadas por cristianos- acaban siendo recogidas, desde el siglo XI aproximadamente, en el llamado Evangelio de Nicodemo o Actas de Pilato . Esta obra se compone de dos partes, o de dos escritos, muy bien diferenciadas. La primera tiene dieciséis capítulos y es propiamente la que puede llamarse Actas de Pilato. La segunda, algo más breve, no lleva título y se suele denominar Descenso de Cristo a los infiernos. Los estudioso están de acuerdo en que el valor histórico de estas "Actas" es nulo.

La crucifixión de dos “bandidos” al lado de Jesús tiene visos de ser histórica, a pesar de sus concomitancias con el texto de Isaías 43, 12: es decir, a pesar de la duda o temor razonable a una posible invención del evento a partir de este texto: “Fue contado entre los malhechores”. Y la razón es de nuevo la inverosimilitud que fuera simplemente inventado por parte de los cristianos para que se cumpliera el texto profético.

La interpretación más plausible del hecho es que esos crucificados fueran discípulos de Jesús, sin nombre concreto, quizá por olvido voluntario de la tradición, que fueron aprehendidos con él y castigados con él, por el mismo motivo político: sedición y alteración del orden.

Pero dicho esto a propósito del episodio, no conozco ningún comentarista serio que atribuya historicidad a la palabra de Jesús “al buen ladrón”: “En verdad te digo: ‘Hoy estarás conmigo en el paraíso’” (Lc 23, 43). Esta frase parece una añadido teológico de la tradición del tercer evangelista a los hechos de la historia.

La presencia de mujeres al lado de la cruz de Jesús, recogida en Jn 19, 24b-27, es también más que dudosa históricamente. No parece en absoluto plausible que los romanos permitieran a los familiares y amigos de los sediciosos estar “junto a la cruz” (griego: parà tôi staurôi: Jn 19, 25), y menos en una provincia tan peligrosa como Judea y cerca de la Pascua. Por tanto, la tradición recogida sobre todo por Juan no parece histórica.

Esta escena de las mujeres junto a la cruz con el discípulo amado, personaje que jamás es presentado con su nombre en este evangelio, parece más bien simbólica. Se apoya en una tradición que afirmaba la presencia de amigos de Jesús junto a la cruz -aunque a distancia- sostenida por el Salmo 38, 11.12 (“Mi corazón palpita, me abandonan mis fuerzas… mis amigos y mis compañeros se sitúan lejos de mis llagas, mis allegados se mantienen lejos”). Lo que hace el Evangelio de Juan es acercar sin más a los personajes a la cruz, no teniendo en cuenta la inverosimilitud de esta escena en un crucifixión romana de “malhechores políticos”.

El significado e interpretación de la escena varía entre los comentaristas, aunque alguna de las exégesis (María Magdalena, esposa de Jesús, y el discípulo amado, hijo de ambos), es absolutamente fantasiosa y carente de base. Es de señalar de cualquier modo cómo el Evangelio de Juan destaca la presencia de María Magdalena, que para su comunidad debía representar algo importante. Por ejemplo, un símbolo más de la buena discípula que pasa de la fe imperfecta a la perfecta, tanto que se convertirá –como la mujer samaritana del capítulo 4 del EvJn respecto a sus conciudadanos- en “apóstola” de los apóstoles.

En nuestra opinión la escena debe interpretarse según el pensamiento teológico global del autor del Cuarto Evangelio: la madre de Jesús que pertenece a la familia carnal del Salvador, pero por su fidelidad a éste –estar al pie de la cruz, y prestar atención a sus palabras- pasa a formar parte de la familia espiritual, o discipulado, del Salvador. Esta “familia” es la Iglesia. En realidad, según la teología del Evangelio de Juan, la Iglesia se funda en el evento de la cruz, no antes como asegura Mateo en 16, 16.

Así en Jn 20, 1-18, escena que creo más bien ideal, es decir, compuesta por el Evangelista como ejemplo también del paso de una fe imperfecta a otra perfecta por obra de la revelación del Resucitado. Dicho sea de paso: creo que María Magdalena adquiere cierta importancia en aquellos grupos y escritos que representan un cristianismo gnóstico, espiritual o místico, es decir, menos “institucional”. Entre ellos hay que contar -aparte del Evangelio de Juan- a los “evangelios” gnósticos, Evangelio de María, de Felipe, Sabiduría de Jesucristo, o Pistis Sofía.

El próximo domingo continuaremos con el tema.

Saludos cordiales de Antonio Piñero.

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En el otro blog, "El blog de Antonio Piñero", de Periodistadigital el tema que se está tratando es el siguiente:

"Comentario a las propuestas finales del capítulo conclusivo en la obra "Jesús recordado" de james D. G. Dunn"

La manera de entrar en esa nota es sencilla: pinchando en el "link" que se muestra en esta misma página, en la derecha, hacia abajo.

Saludos de nuevo.
Domingo, 24 de Mayo 2009


Hoy escribe Antonio Piñero

Una vez que hemos dedicado una serie de postales/notas a uno de nuestros temas, ayudar con una serie de notas a construir una introducción al complejo pensamiento de Pablo de Tarso, vamos a detenernos un momento para volvernos de nuevo al otro gran tema de este blog de “Cristianismo e historia”: la divinización de Jesús. Así variamos de modo que no les resulte tan pesadas las disquisiones sobre un mismo asunto.

Hasta el momento -en torno a la posible divinización de Jesús- hemos examinado las siguientes cuestiones: la religión y la religiosidad de Jesús; el Dios de Jesús: Dios como Padre y el caso especial de “Abbá”, etc.; Jesús como hijo de Dios: su “filiación divina”. En todos estos temas hemos ido indicando, por medio del análisis de los pasajes pertinentes, que Jesús no dijo en ninguna parte que él fuera “hijo de Dios” en un sentido óntico, físico o real, tal como lo podría entender un griego o romano de su época. Y hemos ido insinuando que si lo hubiera dicho, los judíos de su época lo hubieran considerado un loco. La divinización completa de un ser humano era -y es- impensable en el judaísmo.

Ahora nos toca examinar en unas cuantas notas si Jesús aceptó, o no, el título de “mesías”; y si lo aceptó, si ello podría significar en su mentalidad y autoconciencia una idea especial de “filiación divina” en el sentido real del término como acabamos de aclarar. Este tema lo he tratado ya en el otro blog de “Religiondigital”, por lo que aquí seré mucho más sintético, añadiendo alguna nota o idea nueva.

La elucidación de este tema no tiene más fuentes que las cristianas: los Evangelios y el resto del Nuevo Testamento, más un conocimiento general del judaísmo de la época. Y entre los Evangelios las deducciones más importantes se basan en especial en una lectura crítica del Evangelio de Marcos.

No existe consenso entre los estudiosos del Nuevo Testamento ni siquiera sobre el punto central de la cuestión, a saber si Jesús llegó realmente en algún momento de su vida a considerarse a sí mismo el mesías esperado de Israel. Sin embargo, algo hubo de haber, pues el desarrollo del judeocristianismo inmediatamente posterior a la muerte de Jesús no se entiende ni se explica de modo conveniente si el Nazareno careció totalmente de conciencia mesiánica.

La hipótesis de la existencia de una conciencia mesiánica en Jesús no excluye el que luego ésta pudiera ser completada y remodelada intelectual y teológicamente por los evangelistas sinópticos, es decir, Marcos, Mateo y Lucas. Desde luego, estos evangelistas la suponen, aunque posteriormente pudieran presentarla a la luz de la fe de ellos mismos y de su comunidad en un Cristo ya divino. Hay, pues, que admitir como posibilidad muy real que la imagen del mesianismo de Jesús que ellos, los evangelistas, ofrecen esté un poco distorsionada…, precisamente porque gracias a su fe, formada después de la muerte de Jesús y la creencia en su resurrección, veían las cosas de Jesús de otra manera.

Parece sumamente probable que aunque hubiera una época de la vida de Jesús, al principio, en la que éste no pensara de sí mismo que era el mesías, o que no debía manifestarse como tal, al final de su carrera terrestre sí opinó que era conveniente una clarificación y llegó a considerarse a sí mismo como el mesías de Israel, al menos empujado por sus partidarios. Una serie de pasajes evangélicos apuntan en esta dirección, a saber que Jesús se consideró a sí mismo mesías al final de su existencia terrena. Será nuestra tarea examinar estos pasajes. Y también si se puede barruntar o descubrir que el posible interés teológico de los evangelistas es un factor distorsionador de lo que bien pudo ser la realidad.

Pero no adelantemos ideas. Tenemos que partir de la curiosa constatación de que:

· En el Antiguo Testamento no hay "mesianismo"

· El mesianismo se forma por unas circunstancias históricas determinadas que parten desde la época del exilio en Babilonia de prte del pueblo judío.

· Para rastrear la formación de las concepciones y expectativas mesiánicas debemos a recurrir a lo qyue hoy se llaman Apócrifos del Antiguo Testamento, pero que en época de Jesús y en los dos siglos anteriores no lo eran, sino escritos muy respetados.

· Para rastrear también esas concepciones mesiánicas hay que acceder a los textos de los Manuscritos del Mar Muerto, pues ellos nos dan una idea de lo que pensaban los esenios y muchos sacerdotes del Israel de tiempos de Jesús e inmeditamente anteriores.

· Finalmentre: hay que impostar el tema del mesianismo de Jesús desde los orígenes de la predicación de éste para entenderlo correctamente.

Veamos esto último:

Los comienzos de la vida itinerante del Nazareno como anunciador de la inminente llegada del Reino/Reinado de Dios, es decir como una figura relacionada de algún modo con las expectativas mesiánicas del Israel del siglo I, aparece conectada en todos los evangelistas con la misión y el bautismo impartido por Juan, el Bautista. Jesús debió de sentirse atraído por la figura de Juan porque las prédicas de éste conectaban con sus propias ansias espirituales.
Si no, no se explica que dejara su tarea y fura a bautizarse por manos de Juan.

El Bautista era el profeta escatológico que anunciaba la llegada próxima del juicio final de Dios sobre Israel y los paganos (Mt 3,11). Ante la ira final de la divinidad de la Alianza, la mera pertenencia física al pueblo de Israel no significaba ninguna garantía de salvación. Como medida preventiva para prepararse ante el juicio Juan ofrecía a sus oyentes la conversión/arrepentimiento y la penitencia, junto con el propósito decidido de una vuelta a la Ley, a su entero cumplimiento. El signo externo del arrepentimiento y la disponibilidad para abrirse al Juicio y Reino de Dios que venían era el bautismo de agua. Y Jesús, como uno más de entre los convencidos por Juan recibió también este bautismo.

Todo apunta a que Jesús, tras recibir el bautismo de manos de Juan no se marchó de inmediato de la vera del Bautista, sino que fue discípulo de éste durante un cierto tiempo, y que, en principio, al fundar su propio movimiento lo hizo desgajándose como una porción semi autónoma del cuerpo de seguidores de aquel seductor de multitudes que fue el Bautista.

Hay muchos indicios en los Evangelios que sustentan la suposición de que Jesús comenzó su carrera espiritual como seguidor de Juan Bautista en su línea ideológica.

• En primer lugar, la fácil transferencia de discípulos del grupo de éste al de Jesús. Según nos cuenta el IV Evangelio (1,40), Andrés y Simón Pedro, dos de los principales discípulos de Jesús, se unieron al grupo de éste procedentes del círculo de Juan.

• Otro argumento es la igualdad de la predicación de Juan y Jesús en los primeros momentos: las palabras de uno se repiten en boca de otro; el discípulo, Jesús, parece copiar al principio al maestro.
- Así, en Mateo 4,17, Jesús repite con idénticas palabras el mensaje central de Juan ("Convertíos, el Reino de los cielos está cerca");
- La imprecación contra fariseos y saduceos de Juan Bautista en 3,7 ("raza de víboras") aparece luego con el mismo tenor en boca de Jesús en 12,34 y 23,33;
- La imagen de que "todo árbol que no dé buen fruto será cortado y arrojado al fuego" utilizada por Juan en Mateo 3,10 aparece dicha por Jesús en 7,19.

• Que Jesús comenzó su carrera como discípulo de Juan encuentra también un apoyo en el IV Evangelio. En 10,40 aparece el Nazareno predicando en los mismos lugares que Juan, y en 4,1 se dice que Jesús bautizaba como Juan Bautista, pero con mayor éxito. Todos estos pequeños detalles apuntan a que tanto el movimiento de Juan como el de Jesús tenían las mismas ideas teológicas de base y practicaban los mismos métodos. Además que se encardinaban dentro de las ideas que hoy denominamos como “expectativas mesiánicas del Israel del siglo I”

En Jesús debió de darse una evolución y radicalización religiosa que le llevó desde la posición de un mero discípulo de Juan Bautista a fundar su propio grupo y luego a llegar a considerarse, al menos, el único mediador de la inminente llegada del Reino de Dios…, Y este mediador, con otras palabras, podría denominarse el mesías de Israel.

En síntesis: situar los comienzos de la vida pública de Jesús en el entorno de Juan Bautista nos va a ayudar para comprender la ideología teológica de Jesús cuando inicia su vida pública, y para entender el tema del posible mesianismo de Jesús, entreverado con las expectativas de salvación de Israel en aquellos tiempos y con los deseos de la venida del Reino de Dios.

Seguiremos con este tema que considero apasionante.

Saludos cordiales de Antonio Piñero.

www.antoniopinero.com

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Hoy en el “Blog de Antonio Piñero” se trata del siguiente tema:

“Sigue el comentario a "Jesús recordado" de James D. G. Dunn”

Manera de entrar, si a alguien le interesare: pinchar en el enlace que se halla en la página presente, abajo en la derecha.

Saludos de nuevo.
Viernes, 22 de Mayo 2009
El género literario en los Hechos Apócrifos
Hoy escribe Gonzalo del Cerro

El género literario en los HchAp (III)

3) El aspecto teratológico tiene también en la Biblia paradigmas abundantes frente a los pocos ejemplos presentados por la Prof. Söder, sobre gtodo de los Hechos tardíos. Pero la Escritura ofrece un rico muestrario de térata (prodigios), que van desde la serpiente del paraíso (Gén 3) hasta el lago de los leones de Daniel (Dan 6,16ss) pasando por la burra parlante de Balaam (Núm 22,22-33) o por Sodoma y Gomorra y la lluvia de azufre y fuego (Gén 19,15-29), las plagas de Egipto y los portentos que preceden su desencadenamiento (Éx 7ss), el paso del mar Rojo (Éx 14,15ss) la columna de nube o fuego (Éx 13,21; 14,19.24), el paso del Jordán (Jos 3), las campañas de Josué con la complicidad del sol y la luna (Jos 10,12ss), etc.

Todos esos portentos son otras tantas manifestaciones del poder de Dios y su complacencia con sus siervos. Los magos de Egipto, que habían emulado los milagros de Moisés, se sintieron incapaces de repetir la plaga de los mosquitos. Ante lo inexplicable deducen que allí estaba el dedo de Dios (Éx 8,15). Y por la misma razón, ante el derrumbamiento de su diosa, creen los efesios en el Dios de Juan según el texto de los HchJn 42.

Es verdad que los apóstoles fueron acusados de practicar la magia. Pero esta acusación estaba motivada por la visión que tenían los paganos de los milagros apostólicos. Ritos, como la imposición de las manos, la unción con el óleo (HchTom 42), el lavatorio con agua y otros similares, acompañados con fórmulas esotéricas, como podría ser la invocación “en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” (HchTom 96), levantaban fáciles sospechas en un mundo penetrado de una mentalidad precientífica. Pero también Jesús fue tachado de “seductor” y acusado de tener un pacto con el príncipe de los demonios. Y es que ese poder extraordinario de los apóstoles se ejercía según los textos en un mundo de extrañas criaturas: demonios, magos, animales parlantes. Una vez más, Filóstrato de Lemnos se aparta de esta creencia cuando afirma que Apolo revelaba en Delfos la verdad simplemente, sin necesidad de manifestaciones ostentosas.

4) Lo mismo podemos concluir sobre el elemento tendencioso o, que Söder subrayaba en los HchAp. Es verdad que se trata de obras con clara intención propagandística. Pero este aspecto de los HchAp encaja mucho mejor en el contexto bíblico por razones evidentes. Los apóstoles eran, como hemos visto, testigos cualificados de la llegada del Reino de Dios, habían convivido como discípulos con el Maestro, habían tratado con el Redentor a quien habían visto resucitado. Su vida toda, sus viajes, su predicación, sus prodigios y hasta su martirio tienen un sentido manifiesto de cumplimiento de una misión: la de ir por todo el mundo para predicar su mensaje. Como lo tuvieron la vida y las correrías de Jesús o la vida y los viajes de Pablo. Y lo mismo que Jesús, los apóstoles culminaron su ministerio con el martirio. Como Jesús, encontraron durante sus carreras a ciertos personajes que reaccionaron con violencia frente a su predicación.

5) Resta una palabra sobre el aspecto erótico como elemento estructural de los HchAp. Es verdad que hay escenas en donde el tema amoroso juega un papel de cierta importancia, pero nada más. Lo erótico es en los HchAp un detalle coyuntural, que sirve como marco complementario para la predicación de la continencia. Doctrina llevada a veces hasta el paroxismo, aunque aparece con hipérboles y estridencias en labios de los enemigos de los apóstoles. Cuando la conversión a la vida de castidad alcanza a personas vinculadas a hombres importantes en la escala social, surge el conflicto que acabará con la muerte de los apóstoles responsables (Andrés, Pedro, Pablo, Tomás).

En la novela griega, el amor está dibujado con los más vivos y atractivos colores. Los héroes de los relatos hacen lo indecible para recuperarlo intacto. En los HchAp el amor recibe calificativos muy negativos. Los apóstoles tratan de transformarlo en otro amor de orden espiritual que tiene muy poco que ver con el amor de la novela y que realmente significa su rechazo. Las historia de Drusiana y Calímaco (HchJn 63-86), por ejemplo, sirve de pretexto para largas prédicas de Juan y para varios y testimoniales milagros. Es, sin embargo, atrevida la descripción del intento del enamorado Calímaco para violar el cadáver de Drusiana en la misma sepultura. Una serpiente y un joven sonriente y luminoso impidieron la culminación del lance.

El relato más escabroso de todos los Hechos es posiblemente la Historia de Euclía, la sierva hermosa y ambiciosa, a la que Maximila eligió sin sombra de remordimiento para que la sustituyera en el lecho conyugal (HchAnd 17-22). Ocho meses duró el engaño hasta que la ambición de la joven y la envidia de sus colegas hicieron salir a la luz toda la rocambolesca historia. Otro episodio que recuerda el influjo de este motivo es la historia de Procliana en los Hechos de Juan, escritos presuntamente por su discípulo Prócoro (caps. 42-44). En el episodio se dan los elementos contenidos en las historias de la mujer de Putifar con José (Gén 39) y de Fedra, enamorada de su hijastro Hipólito. Tanto la esposa de Putifar como Procliana invitaban a sus pretendidos con la misma fórmula: “Acuéstate conmigo”.

A pesar de todo ello, me inclino decididamente por la tesis de Kaestli, según la cual, los HchAp no responden a ningún género literario conocido en la antigüedad pagana. Posiblemente, nos encontramos aquí con una creación cristiana en la que confluyen diversas influencias. Más adelante veremos cómo, desde mi punto de vista, los HchAp deben entenderse y explicarse en el contexto de una literatura imbuida de terminología, mentalidad y doctrina que hunden sus raíces en la Biblia. La misma Rosa Söder era consciente de ello.

Saludos cordiales. Gonzalo del Cerro


Nota:

El texto completo de los Hechos de los apóstoles (siríaco- copto [sólo en versión española], latín y griego (con versión española) puede verse en la edición de Antonio Piñero- Gonzalo del Cerro, Hechos apócrifos de los apóstoles. Volumen I (Hechos de Andrés, de Juan y de Pedro), Volumen II (Hechos de Pablo; Hechos de Pablo y Tecla; Hechos de Tomás) Editorial B.A.C. Nº 646 y 656, Madrid, 2005-2006, Introducción, Texto original con aparato crítico, versión castellana y notas.

Jueves, 21 de Mayo 2009
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Editado por
Antonio Piñero
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.





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